Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / Firmas Selectas de Prensa Latina
La teoría
de Karl Marx (1818-1883) supo conjugar historia y economía, para explicar el
capitalismo. El capítulo XXIV del primer tomo de El Capital trata “La
llamada acumulación originaria”, un texto magistral en aplicar la relación
pasado y presente, pues de otro modo no se podría comprender por qué hay unas
elites ricas en contraste con la enorme mayoría social.
Marx indaga
el origen de la riqueza y de la pobreza en el capitalismo. Lo encuentra en la disociación entre el
productor y los medios de producción. En otras palabras, examina el camino
seguido para que unas personas posean medios de producción, mientras la enorme
mayoría los fue perdiendo, hasta quedarse exclusivamente con su fuerza de
trabajo. Es la acumulación
originaria, que Marx compara, con sus constantes y metafóricas alusiones bíblicas,
al pecado original.
Desde otro
ángulo de comprensión, en definitiva, para que surja el capitalismo es
necesario un proceso de acumulación originaria del capital. Marx
estudia ese proceso tomando como ejemplo a Europa y específicamente a
Inglaterra, pero no se refiere a la acumulación originaria en América Latina. Y
realiza algunas precisiones históricas: 1) el capitalismo europeo nace de la
sociedad feudal; 2) aunque ciertos indicios del
capitalismo pueden hallarse en los siglos XIV y XV, la era del
capitalismo arranca en el siglo XVI; 3) la acumulación originaria es distinta
en cada país. Habría que añadir una cuarta precisión, clarificada a lo largo de
su obra: el capitalismo, en estricto rigor, recién nace con la revolución industrial a mediados
del siglo XVIII.
Marx
realiza un estudio pormenorizado de la acumulación originaria en Inglaterra.
Pero, además, hace otra precisión: no basta la disociación entre el trabajador
y sus condiciones de trabajo, sino que también la burguesía, en el momento de
su ascenso, necesita y emplea el poder del Estado para
regular salarios y jornadas, a fin de mantener como normal la
subordinación de los trabajadores al capital. Y nuevamente vuelve al ejemplo
con Inglaterra: leyes que van desde la fijación de salarios mínimos hasta la
prohibición de asociaciones obreras y huelgas.
De otra
parte, nuevamente siguiendo la historia europea, Marx advierte que con la
disociación referida no solo se creó al obrero moderno (poseedor exclusivamente
de fuerza de trabajo), sino que también fue creado el mercado interno que
requiere la producción y venta de mercancías.
En estos
marcos teóricos e históricos, la colonización y la esclavitud en América son otros tantos factores fundamentales en la
acumulación originaria de Europa, que favorecieron principalmente a España,
Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Se valieron del poder del Estado,
utilizaron la violencia, el cruel trato a los indígenas como en México, el pago
por escalpo (cabelleras indígenas cercenadas) de indios en
Norteamérica, el saqueo colonial, la supremacía comercial, las guerras
comerciales, incluso la deuda pública que hizo surgir un sistema internacional
de crédito, igualmente el proteccionismo, la montaña de impuestos. Por eso, “el
capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los
pies a la cabeza” (Marx).
Al capítulo
sobre la acumulación originaria sigue y complementa otro: “La moderna teoría de
la colonización” (cap. XXV). Resulta que en las colonias, la expropiación de
tierras no derivó en amplia creación de fuerza de trabajo libre, como requiere
el capitalismo. Aquí se obstaculiza la oferta y demanda de trabajo, porque el
obrero asalariado de hoy se convierte mañana en campesino o artesano
independiente, porque las tierras tienen un precio artificial, la inmigración
(como en Norteamérica) puede absorberse. Ante este cuadro, lo que Marx desea es
remarcar una idea esencial: “el régimen capitalista de producción y
acumulación, y por tanto, la propiedad privada capitalista, exigen la
destrucción de la propiedad privada nacida del propio trabajo, es decir, la
expropiación del trabajador”.
Ahora bien,
si Marx no examinó la América Latina (como hoy la denominamos), el estudio de
la acumulación originaria en el desarrollo del primer tomo de El Capital, debiera
comprenderse desde la perspectiva del concepto marxista del capitalismo. En
definitiva, ¿cuándo existe capitalismo? Para Marx, cuando hay dos condiciones
históricas: 1) propiedad privada de los medios de producción (en manos de la
burguesía); y 2) existencia de un mercado libre de fuerza de trabajo (en doble
sentido: de trabajadores libres de medios de producción y libres para vender su
fuerza de trabajo, que es lo único que poseen).
Si se
comprende bien la propuesta teórica de Marx, nuestra América Latina entró a
formar parte de la era del capitalismo en el siglo XVI, con la conquista y la colonización. No
antes. Entre los siglos XVI hasta el XVIII, mientras en Europa despegó el
mercantilismo, América Latina lo hizo en el coloniaje. Esta relación, como dos
caras de una misma moneda, es el momento decisivo de la acumulación originaria.
Pero ni Europa, ni América eran todavía capitalistas. El error de considerar
capitalista a América Latina simplemente por su vinculación al mercado mundial
y por los propósitos capitalistas de la colonización, fue largamente mantenido
por la Teoría de
la dependencia, que despegó a inicios de la década de 1970 en los ambientes académicos
latinoamericanos de la mano de André Gunder Frank (1929-2005) y otros
intelectuales marxistas de reconocida influencia y prestigio. En Ecuador, el
primer autor en suscribirla fue Fernando Velasco en su reconocida tesis de
grado de economista, titulada Ecuador: subdesarrollo y dependencia (1972).
En América
Latina la acumulación originaria ha sido más larga y tortuosa que en Europa. Ciertamente
aquí también se inició en el siglo XVI; pero durante toda la época colonial,
aunque hubo un proceso sistemático de apropiación de tierras, no se generó una
fuerza de trabajo libre, ya que indígenas y, en general, los trabajadores
rurales, que son los que predominaron, pasaron a estar sujetos a relaciones
violentas de servidumbre o dependencia personal mediante endeudamientos
familiares o adscripciones comunitarias a las tierras de los patronos, mientras
la población negra fue sujeta a la esclavitud. En las ciudades no hubo
proletarios.
La
independencia y luego la construcción de las repúblicas latinoamericanas
durante el siglo XIX tampoco lograron la disociación completa entre los
trabajadores y sus condiciones de trabajo. Predominaron haciendas, latifundios
y plantaciones con esclavos (al menos hasta su abolición prácticamente a
mediados de siglo) y con campesinos e indígenas que conservaron y hasta
ampliaron las relaciones de trabajo forjadas en la época colonial. En las
ciudades existían trabajadores autónomos, gremios artesanales, dependientes del
comercio y la banca, pero pocos obreros y mucho menos proletarios, hasta el
surgimiento de las primeras manufacturas e industrias a fines del siglo XIX y
eso no en todos los países, donde estos procesos demoraron.
Todas las
situaciones descritas forman parte de específicos procesos de acumulación originaria que exigen
una investigación rigurosa no solo para la región, sino en cada país. Y existen
notables estudios sobre el tema, como el del ecuatoriano Agustín Cueva en un
libro pionero de la sociología histórica titulado El desarrollo del capitalismo en América
Latina (1977), que concluye en observar que el capitalismo, como sistema, se
implantó tardíamente en la región, coincidiendo precisamente con el despegue en
el mundo de la fase
imperialista del capitalismo, es decir, en el siglo XX.
En Ecuador,
como en el resto de América Latina, el capitalismo no nació de un régimen
feudal, que tampoco existió durante la colonia. A raíz de las independencias el
proceso, en su largo camino, debió vencer a la hacienda como eje
del sistema económico y al sistema oligárquico en la vida política. Pero la
burguesía nació ligada a la clase terrateniente, de la cual heredó el espíritu
rentista y no el que caracterizó a las burguesías europeas o a la
norteamericana. La carencia de una burguesía con mentalidad burguesa, pues
siempre tuvo pensamiento oligárquico, contribuyó para que Ecuador fuera uno de
los países más atrasados y “subdesarrollados” hasta mediados del siglo XX. El
desarrollismo de las décadas de 1960 y 1970, especialmente a través de la
reforma agraria (1964), aceleró el surgimiento de la fuerza de trabajo libre y
la constitución del mercado interno requerido por el capitalismo, al mismo
tiempo que afirmó la contraparte de propietarios de medios de producción: los
empresarios modernos.
Si el
capitalismo ecuatoriano empieza a ser visible y se consolida prácticamente en
la segunda mitad del siglo XX, se abre a la investigación un tema por demás apasionante:
¿cuál fue, por tanto, el papel que tuvieron que jugar tanto el Partido
Socialista (1926) y luego el Partido Comunista (1931) en una sociedad en la que
predominaban las formas precapitalistas, en la que la disociación entre
trabajadores y medios de producción aún no se había completado, y en un país
donde el proletariado se reducía a algunas ciudades y su significación numérica
era escasa, como reducida e incipiente era la propia industria?
Será un
tema para volverlo a pensar en próximos artículos, pero que ha despertado
apasionados debates desde el momento mismo en que tales partidos nacieron
identificándose con la teoría de Marx y soñaban con una revolución proletaria
como la que había logrado Rusia en 1917.
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