Desde el comienzo hace
más de dos siglos, los dueños de los puertos salieron enloquecidos gritando por
el libre comercio implorando a la madre anglosajona que comprara sus productos.
Nos transformamos en una veintena de provincias de aquella gran unidad
hispanoamericana por no arriesgar a gobernarnos creando la forma conveniente.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
Jorge Abelardo Ramos,
recordado político argentino, estudioso de la Patria Grande y autor de Historia
de la Nación Latinoamericana siempre insistía ante la audiencia que, para
enfrentar los grandes problemas nuestros habría que pensar cómo habrían hecho
en el caso los libertadores Bolívar o San Martín. Un método de pensamiento
eficaz e ineludible desde la emancipación de España y la posterior
fragmentación territorial, que todavía resulta oportuno.
La historia nos dejó un
pasado común y un instrumento de comunicación y expresión maravilloso, nuestra
unidad lingüística, pocas veces reconocida y destacada pero aludida por Pablo
Neruda en Las palabras, de su Confieso que he vivido, ha sido y es un elemento
invalorable de la integración de nuestros pueblos. Una ventaja insoslayable
sobre las desventajas aviesamente creadas.
La vulgata actual, la
que se expresa en Davos, habla en el idioma de Shakespeare, aunque no refiere
al arte o las pasiones humanas, sino la que finalmente impone el mundo actual
de la tecnología y los negocios. De allí que los lacayos la dominen de modo que
no haya malentendidos en las concesiones, en la entrega sumisa, tal como lo
hacen todos los abnegados ministros de finanzas que nominan los organismos
financieros internacionales en las colonias con barniz de repúblicas.
Fue así desde el
comienzo hace más de dos siglos, los dueños de los puertos salieron
enloquecidos gritando por el libre comercio implorando a la madre anglosajona
que comprara sus productos. Nos transformamos en una veintena de provincias de
aquella gran unidad hispanoamericana por no arriesgar a gobernarnos creando la
forma conveniente. Seguimos el ejemplo del hermano del norte y México perdió la
mitad del territorio en manos de ellos, mientras el resto se debatió cómo
proveer mejor y con mayores ventajas particulares de materias primas a
Inglaterra. Se impuso siempre el interés de las minorías por sobre los de las
comunidades locales.
Aquella nación de trece
estados originarios, emancipada antes de la Revolución Francesa fue la base
jurídica de nuestras constituciones liberales, junto con los ideales europeos
que marcaron nuestro nacimiento independiente.
Una y otra vertiente
refuerza nuestro orgullo de estado liberal. Nadie recuerda el legado de
Francisco de Miranda, Simón Rodríguez, Francisco Morazán, Lucas Alamán, al
jesuita Juan Pablo Icardo y Guzmán – por nombrar algunos de nuestros próceres
olvidados – ni mucho menos del legado
político de José de San Martín de desprenderse de España y cualquier otra
potencia extranjera. En la versión oficial mitrista, el militar estratega que
triunfó en Chacabuco, ocultó al hábil político hispanoamericano que forzó la
declaración de nuestra independencia.
La historia particular
de cada uno de los estados emergentes fue escrita por las élites dominantes y
se opuso a la de aquella unidad originaria. Los habitantes de estos países
crecimos y nos educamos en esa estrechez de pensamiento, cultivando una
xenofobia hacia los vecinos que nos arrastraron a varias guerras por problemas
limítrofes y otras defendiendo intereses imperiales, con resultados
devastadores para nuestros hermanos paraguayos por tomar un ejemplo, como la
Triple Alianza. No contentos con esto, luego, en el siglo pasado sobrevino la
Guerra del Chaco.
Las ideologías
imperantes en el viejo mundo también echaron raíces en nuestras tierras y las
mentes vernáculas reinterpretaron el mundo a través de una óptica prestada,
fueran tanto los enamorados del liberalismo o la izquierda marxista, leninista
u otras, volviendo a renegar de su sangre y tradición, mucho más si ésta hacía
referencia al pasado hispánico. Para estas corrientes, hablar un mismo idioma
tampoco fue un dato relevante de la realidad y un punto de partida y de
llegada. Siempre el ideal estaba fuera. La utopía la habían construido otros a
los que se idolatraba, aunque éstos nos vieran como monos o parte de la
barbarie, como nos clasificaban, dado que el logos era creación occidental y
nosotros, incapaces de pensar en una lengua que no había producido grandes
pensadores. Lo puro estaba fuera, lo impuro dentro. Hasta las interpretaciones
sociales, económicas y políticas con pretensiones cientificistas, observaron
incapacidades e insuficiencias, imposibles de superar. Antropología y no
sociología. Desarrollo y subdesarrollo o emergentes, conllevan esa rémora y
mantienen sujetas a las generaciones vernáculas en los claustros universitarios
donde se sigue el pensamiento hegemónico.
Además, por si fuera
poco nuestro tributo material, nuestros jóvenes cerebros engrosan, sin costo
alguno, a las empresas y organismos de los países centrales, tentados por el
simple ejercicio, respeto y desarrollo profesional.
Ha habido intentos de
integración regional desde los años ’50 con la pretensión de fortalecer el
comercio y la circulación de personas entre algunos países, retornando
parcialmente a la vieja unidad, como el ABC promovido por Perón, Vargas e
Ibáñez, cuando la reconstrucción de posguerra ocupaba a los contrincantes y
Europa ensayaba la propia con el carbón y el acero.
La Revolución Cubana y
la intervención soviética, advirtió al imperio volver a cuidar el patio
trasero, diseñando la Alianza para el Progreso y regentear cualquier iniciativa
integracionista. Vinieron la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio,
Alalc, la Asociación Latinoamericana de Integración, Aladi, la Comunidad
Andina, CAN, el Mercado Común Centroamericano MCCA y décadas después, el
MERCOSUR. Faltaban otros tantos para llegar a la CELAC, la UNASUR, ALBA o el
esperanzador Banco del Sur, que ahora está congelado.
Hemos visto hace
semanas el intento fallido de Macri de anexar el MERCOSUR a la Comunidad
Europea, como un apéndice proveedor subalterno de materias primas. Eso
significa para Cambiemos abrirse al mundo, integrarse como periferia
reprimarizada. Significa también abrir las puertas a las importaciones
secundarias para destruir la industria local y con esto, arrasar con los
obreros que conforman el movimiento organizado capaz de oponerse a las
reformas.
Por eso los actuales
gobiernos lejos de recalar en aquella unidad territorial originaria, siguen
cuidando el kiosquito, la estancia, el negocio privado sojero, repartiendo
tierras en cada uno de nuestros países, mofándose de la soberanía como si fuera
un valor arcaico en desuso, se enorgullecen de hablar en inglés y no lo hacen
en la lengua propia como es su obligación; de ahí que disfruten endeudando a
raudales, promoviendo la fuga de capitales, como ha sido el miserable objetivo
de fragmentar para dominar a la población, sumiéndola en el miedo y la pobreza.
Siguen exprimiendo las venas, como nos anticipaba brillantemente Eduardo
Galeano hace más de 40 años con su esclarecedor libro, aquel que Hugo Chaves
Frías le regaló a Obama. Nada ha cambiado, perfeccionan los métodos, remozan
las caras, diseñan al sujeto sufragante, objeto del engaño.
Funcionarios nacidos en
countries, en la burbuja artificial sólo accesible a unos pocos, educados en
colegios privados, lejos del ruido de los barrios y suburbios, descreen de la
grandeza de otrora, enriquecidos como socios subsidiarios de contratos
estatales, se niegan a la distribución de la riqueza, por eso corrieron a
proteger las ganancias de las grandes empresas de las que son parte.
Sin embargo sus
desatinos y ultrajes han producido el fenómeno de las manifestaciones masivas,
jóvenes y viejos, activos y pasivos, salen a la calle a defender derechos sin
importar ser reprimidos. Saben que la calle es la salida a los excesos y que la
democracia representativa se controla con evidente y aplastante presencia.
Ellos también lo saben y temen las movilizaciones, por eso filtran la información,
mienten y maquillan permanentemente la realidad. El amo saciado pero insomne,
no dormirá tranquilo mientras millones de ojos lo vigilen.
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