La negociación es
ineludible, tanto si gana Gobierno como oposición, porque ninguna de las dos
grandes fuerzas políticas y sociales desaparecerá al día siguiente de las
votaciones del 20 de mayo. Cada una cuenta y tiene capacidad para dar aportes y
también para obstruir.
Siempre una consulta electoral encierra la potencialidad de un cambio,
independientemente de las condiciones en que esta se realice. La grave
situación económica, las privaciones de la gente, la ineficiencia
gubernamental, los efectos del bloqueo financiero internacional, todo esto
inclina la balanza hacia la oposición. Al mismo tiempo, la pérdida de
confianza de sus seguidores en la
dirigencia partidista, la reticencia a participar en las elecciones y las
divisiones le obstruyen las puertas del éxito.
En un cuadro como este debe pensarse el futuro tanto desde la probabilidad
de que gane el Gobierno como la oposición. De modo que es razonable considerar
ambos escenarios. Y el elemento común es la dimensión de las tareas del
programa de recuperación que tendrá que emprenderse, dadas las características
de la crisis por la que atraviesa el país, apenas revelada en su profundidad y
extensión por la cifra de 40% de caída del PIB. La magnitud de los problemas
que deben enfrentarse y el trabajo que debe que debe ejecutarse es tan grande
que pretender hacerlo con un solo hombro sería
quimérico. No es solo la macroeconomía, sino el reordenamiento del funcionamiento
de los servicios públicos e incluso de la vida cotidiana. Pretender hacerlo con
un solo hombro sería quimérico.
La negociación es ineludible, tanto si gana Gobierno como oposición, porque
ninguna de las dos grandes fuerzas políticas y sociales desaparecerá al día
siguiente de las votaciones del 20 de mayo. Cada una cuenta y tiene capacidad
para dar aportes y también para obstruir. El objetivo sería crear un marco de
cohabitación de largo plazo a partir de las coordenadas actuales de un modelo
mixto de economía, de criterios básicos acordados sobre la distribución de la
riqueza y predominancia de la vocación popular del Estado. Sobre esa base, se
emprenderían las reformas de institucionalización necesaria para la convivencia
de las fuerzas políticas y sociales en pugna, de modo que se pueda relanzar la
producción nacional, la petrolera, la agrícola, la industrial, y se emprendan
los cambios en los poderes públicos que permitan la presencia compartida de
ambos sectores en los poderes públicos.
De ganar la oposición, el diálogo que preceda a la transferencia de mando
tendría que contener un acuerdo sobre la institución militar, la progresiva
renovación de los poderes y los parámetros de un programa económico sensato.
Materias como la absurda propuesta de eliminar la emisión por Venezuela de su
propio signo monetario podría bien ser reconsiderada.
Gane oposición o Gobierno, también sería necesario integrar en el diálogo
al gobierno de Estados Unidos, puesto que un plan de recuperación de la economía
estaría limitado por las sanciones y las tensiones geopolíticas existentes. Un
entendimiento de cohabitación en lo interno y un acuerdo de cooperación
internacional sentarían las bases para
el relanzamiento de Venezuela.
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