Los
espacios de Mérida, cada vez más angostos, como los hogares de los nuevos
fraccionamientos, capsulas inhumanas que representan el ideal de desarrollo
regido por la competencia entre empresas constructoras, el interés económico de
quienes gobiernan y la evidente falta de respeto a la dignidad de las personas,
son una de tantas contradicciones que la urbe yucateca vive.
Cristóbal León Campos / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mérida, Yucatán. México.
I
En
el imaginario social permanece la idea de Mérida como una ciudad blanca por su
urbanidad, las descripciones literarias evocan el color de sus casas, limpieza
de sus calles y tranquilidad de sus barrios, remembranzas de tiempos remotos
que le valieron ser calificada de esa forma, ¿pero seguimos viviendo en esa
ciudad blanca que los álbumes fotográficos y narraciones históricas retratan?,
la nostalgia histórica siempre genera espejos cargados de ilusión, los tiempos
han pasado y la capital yucateca se ha convertido en una urbe compleja, que
enfrenta un sinfín de retos y complejidades contemporáneas que van desde el
creciente tráfico vehicular hasta una clara y cada vez más reforzada
marginalidad de los sectores populares, los espacios públicos se han
significado con otra perspectiva en las últimas décadas, en las que convergen
el reclamo al poder, la demagogia de los gobiernos y la falta de un análisis
profundo sobre la ciudad que se ha construido, reflejo desde luego, de la
realidad yucateca y nacional, cuyos parámetros de modernidad, democrática e
incluyente distan mucho de expresar la realidad de lo que acontece a diario en
nuestra Mérida de a pie.
II
Los
espacios de Mérida, cada vez más angostos, como los hogares de los nuevos
fraccionamientos, capsulas inhumanas que representan el ideal de desarrollo
regido por la competencia entre empresas constructoras, el interés económico de
quienes gobiernan y la evidente falta de respeto a la dignidad de las personas,
son una de tantas contradicciones que la urbe yucateca vive, hablar de
desarrollo es fácil si lo que se cuantifica es la ganancia generada a favor de
quien defiende acciones alejadas del padecimiento y la necesidad, muchas voces
han expresado los efectos negativos de esas viviendas y espacios reducidos,
pero los oídos sordos del poder niegan la realidad eternizando la precariedad
de la vida, Mérida desde hace muchas décadas se convirtió en un gran negocio,
el privilegio a los intereses privados atentando contra las necesidades
populares, es el común en una ciudad gobernada por la corrupción y la
simulación, la segregación social continua su avance, la reutilización de los espacios
públicos a permitido a los sectores burgueses apropiarse del uso de escenarios
tradicionalmente populares, y esto, lejos de ser un reflejo de la llamada
democratización urbana, es simplemente un reflejo en el espejo blanco del
racismo disfrazado de socialización. Las clases populares, no tienen acceso a
los espacios de la burguesía por la evidente marginación económica, no se trata
de generar espacios de consumo, se trata de procurar la mejora social, cosa que
no se alcanzará jamás, mientras los gobiernos meridanos sigan regidos por la
lógica del dinero por encima de la dignidad humana.
III
Los
policías municipales hostigan cotidianamente a las comerciantes chiapanecas que
se ganan la vida vendiendo por las calles ropas artesanales, a eso le llaman
gobernar, a eso le llaman Mérida Blanca, cínicos que ocultan quien genera la
pobreza en realidad y provoca la necesidad de ganarse el pan por las calles,
mientras sigamos callados y fragmentados el poder seguirá sirviéndose de
nuestra indiferencia en el banquete de la impunidad, ¿por qué simulan ante el
evidente tráfico humano que se enriquece de la explotación?, ¿acaso esas leyes
que dicen respetar no tienen fin humano?, cuánto descaro en el baile de las
mascaras del llamado “buen gobernar”, como vieja herencia el racismo se manifiesta en los
actos de gendarmes vestidos de inspectores municipales, la segregación social
se manifiesta en los actos acostumbrados por quienes creen que excluir es
civilidad, la soberbia es el reflejo blanco en el espejo hipócrita del gobierno
municipal.
IV
Recorrer
una de las principales avenidas de la ciudad de Mérida, es recorrer una parte
de nuestra historia, afirmación verdadera pero no absoluta, el llamado Paseo de
Montejo por costumbre y clara nostalgia colonial, sigue representando una
constante contradicción, las casonas donde vivieran los viejos oligarcas y
dueños de las haciendas henequeneras, verdaderos centros de explotación, hoy
cubierta de negocios de interés privado, algunos museos y mayoritariamente de
esa constante añoranza decimonónica, continúa segregando la memoria histórica
de los mayas y de las clases populares. La resistencia ha llamarle avenida
NACHI COCOM tal como la revolución la renombrará a su triunfo en un acto de
justicia social, la estatua de los conquistadores que en el remate se ubica, es
la clara señal de para quien se ha gobernado en los últimos años, desde su
colocación por los gobiernos panistas, generó una polémica inconclusa sobre su
significado claramente racista, discriminador y excluyente, una burla para
nuestra historia. En una sociedad como la nuestra, donde la cultura maya es
parte central de nuestra raíz, de nuestra razón de ser y de nuestra memoria,
pero sobre todo, es expresión viva, resulta injustificable que hasta la fecha
se conserve ese monumento a la ignominia y al cinismo de los gobernantes.
Mérida tiene muchos oscuros reflejos de la blancura pretendida por aquellos que
se creen castos y puros herederos de la divinidad explotadora colonial.
Integrante
del Colectivo Disyuntivas.
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