La consecuencia más importante tras los dos incidentes del 13 de abril
es que la estructura del sistema internacional quedó severamente dañada y su
credibilidad por el suelo: el sistema multilateral ha recibido una estocada de
la que le costará mucho reponerse en términos prácticos, más allá de que su
burocracia seguirá funcionando como siempre, es decir, sin importarle mucho si
lo que hacen es efectivo o no.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El sistema multilateral actual es producto de la correlación de
fuerzas internacional que surgió tras la segunda guerra mundial. El problema
es, que después de eso, hubo otro conflicto (la guerra fría) y el planeta no
hizo modificaciones acorde la nueva situación creada, por tanto, aunque se vive
en un mundo distinto, se conserva la estructura de la guerra fría. Esto genera
indudables contradicciones toda vez que en el hemisferio occidental la
supremacía de Estados Unidos es absoluta y los organismos multilaterales solo
sirven para administrar esa hegemonía.
Hace unos días, esto se puso a prueba simultáneamente en ambos
niveles: el regional y el planetario cuando la noche del viernes 13 de abril se
realizaron casi simultáneamente dos eventos de suma trascendencia para el
sistema internacional: la inauguración de la Cumbre de las Américas en Lima y
el bombardeo de tres miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a Siria.
Aunque en la práctica son dos acontecimientos de relevancia distinta por las
implicaciones inmediatas que cada uno tuvo, considerando que en Siria se puso
en riesgo la vida de decenas de miles de ciudadanos, en los hechos, ambas
acciones respondían a la misma lógica: agredir a dos países que no se han
mostrado de acuerdo con subordinarse y humillarse ante el amo imperial, o dicho
en otras palabras, Siria y Venezuela, no han mostrado el comportamiento de
Arabia Saudita y Colombia o México, países en los que Estados Unidos se ha
acostumbrado a dar órdenes. Vale decir, que aunque se utilizaron instrumentos
distintos, el objetivo fue el mismo: afectar la independencia y la soberanía de
dos países ubicados en lugares estratégicos, con gigantescos potenciales
energéticos y que han establecido alianzas que no son del agrado de Washington.
Las acciones realizadas son violatorias del derecho internacional y de las
cartas constitutivas de la ONU y la OEA, que teóricamente fueron creadas para
garantizar la paz y que por el contrario, se han transformado en instrumentos
para la guerra. Incluso, cuando en algunos de ellos, –por alguna razón- no se
aceptan sus designios son pasados por alto, violentados en su
institucionalización y vulnerados sus principios.
La consecuencia más importante tras los dos incidentes del 13 de abril
es que la estructura del sistema internacional quedó severamente dañada y su
credibilidad por el suelo: el sistema multilateral ha recibido una estocada de
la que le costará mucho reponerse en términos prácticos, más allá de que su
burocracia seguirá funcionando como siempre, es decir, sin importarle mucho si
lo que hacen es efectivo o no. Esto también es posible porque el secretario
general de la ONU es un funcionario de un país de la OTAN, lo cual no le
permite objetividad ni imparcialidad en sus análisis y decisiones. Más encima,
en días recientes el periódico londinense The Guardian destapó un gigantesco
escándalo al dar a conocer que el fondo de pensiones de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) estaría siendo invertido en compañías con un historial de
prácticas dudosas, como Shell, los bancos HSBC y Barclays y la transnacional farmacéutica
GlaxoSmithKline, entre otras, lo cual violenta sus propios principios.
En el caso de la Cumbre de Lima, las noticias más importantes que
inundaron los medios de difusión masivo y las trasnacionales de la información
fueron la inasistencia del presidente de Estados Unidos y posteriormente, las
menguadas horas que permaneció el vicepresidente en Perú, más entretenidos
(ambos) en sus juegos de guerra en Siria, que en otra cosa. A Pence, solo le
alcanzó el tiempo para reunirse con la contrarrevolución cubana, la ultra
derecha venezolana, además de aprovechar de dar un nuevo sacudón al
desvergonzado presidente mexicano.
Vale decir que en la reunión con los venezolanos, la diplomacia
estadounidense ni siquiera se tomó la molestia de poner la bandera de la
contraparte, pareció la reunión de un jefe con sus subordinados, todos del
mismo país, el resultado es que a cada uno de ellos el vicepresidente de la
mayor potencia del mundo les dio 4 dólares como ayuda humanitaria para los
emigrados venezolanos, si nos atenemos a los 16 millones de dólares que entregó
Pence para los 4 millones de personas que según Estados Unidos han abandonado
Venezuela. Visto desde otra perspectiva, los dirigentes de la ultra derecha
venezolana, recibieron el equivalente al costo de 11 misiles crucero de los 103
que esa misma noche Trump lanzó contra Siria.
Volviendo a Lima, habría que decir que casi todas estas reuniones —que
agrupan a los mandatarios de todo el continente y que tienen precedentes
históricos desde 1889— han sido de un plegamiento absoluto de América Latina a
Estados Unidos y se inscriben en la visión que tiene Washington sobre su
derecho al control sobre la región en sintonía con la doctrina Monroe, de
manera que no estamos ante nada novedoso. Esta es la primera ausencia de un
presidente estadounidense a esta nueva modalidad de reuniones, con asistencia
de los jefes de Estado o gobierno, lo cual demuestra, que para Trump la Cumbre
de las Américas no tiene ningún tipo de significación.
Pero además de eso, es menester decir que la diplomacia de cumbres es
cada vez más anacrónica. Sobre todo en los tiempos modernos, tal como la gente
se puede comunicar con extrema facilidad, los presidentes pueden estar en
contacto permanentemente, a través de los medios tecnológicos.
En este sentido, la reunión presencial tiene apenas un carácter
simbólico. La no invitación al presidente de Venezuela, deja entrever que con
la Cumbre de las Américas se buscaba dar continuidad al plan de agresión contra
Venezuela. Al tomar tal decisión, el Grupo de Lima —conformado por Perú,
Argentina, Paraguay, Brasil, Chile, Colombia, Canadá, México, Honduras, Costa
Rica, Guatemala, Panamá, Guyana y Santa Lucía— se demuestra como una instancia
multilateral, solo comparada con la OTAN, en el sentido de que se crea para
destruir a un país, cuando este tipo de organizaciones suelen fundarse para la
cooperación, la ayuda mutua y la solidaridad.
Por eso, se debe afirmar que sin duda alguna, esta cumbre no tuvo
ninguna importancia, y no pasó más allá de la retórica tradicional sin
contenido que se repite en todas las reuniones de este tipo. En momentos en que
hubo una correlación de fuerzas distinta en la región, en el año 2005 en Mar
del Plata, Estados Unidos sufrió una derrota contundente al impedírsele construir
un área de libre comercio de las Américas, pero fue un hecho único e
irrepetible en el contexto actual. De ahí la importancia que tiene para América
Latina y el Caribe la construcción de sus propios espacios de diálogo y
concertación, alejado de los tutelajes y las asimetrías. África y Asia pueden
mostrar resultados relevantes en este ámbito. La eficacia de mecanismos
multilaterales propios, alejados de toda hegemonía ha dado pruebas fehacientes
de efectividad en todo el planeta, incluso cuando ellos estás conformados por
países con diferentes sistemas políticos y diversas ideologías.
En este sentido, el único lugar del mundo donde la acción divisionista
y centrífuga de Estados Unidos ha tenido éxito ha sido en América Latina y el
Caribe, donde las élites políticas oligárquicas no tienen sentido nacional y
muestran una leal y perruna subordinación imperial. En los últimos años, se ha
llevado a cabo un proceso de entronización de gobiernos de derecha y
ultraderecha, corruptos, que se subordinan y se humillan ante Estados Unidos y
que han hecho irrelevantes las organizaciones multilaterales organizados bajo
hegemonía de alguna potencia.
Todo esto se enmarca en un contexto político de crisis del capitalismo
y del sistema de democracia representativa. Este último, basado en los ideales
de libertad, igualdad y fraternidad que propugnó la revolución francesa, para
oponerse al feudalismo retrógrado y dar a los ciudadanos mejores condiciones de
vida, ha llegado a un tope y no puede seguir expandiéndose. Lo que en la Europa
de finales del siglo XVIII era revolucionario como la “división de poderes”, la
democracia como “gobierno de la mayoría”, la “alternancia de los partidos en el
gobierno”, la afirmación de que la “soberanía reside en el pueblo”, hoy no son
más que entelequias que no tienen ningún valor, porque por ejemplo, los
sistemas judiciales están al servicio de los poderosos y las leyes son burladas
y pisoteadas cuando las decisiones afectan a los verdaderos dueños del poder.
No ha sido la izquierda, sino la derecha, la que ha violentado la democracia
haciéndola inoperante y profundamente inequitativa e injusta.
Ejemplo de todo esto son los flagrantes fraudes electorales en
Honduras y Paraguay, avalados por estos organismos multilaterales siguiendo la
pauta trazada por Estados Unidos, la detención del expresidente Luiz Inácio
Lula da Silva en Brasil, que claramente ha sido un juicio político, en el que
no se han presentado pruebas que lo inculpen. También, la detención en Colombia
de Jesús Santrich, negociador de las FARC, por presuntos cargos de
narcotráfico, una medida tomada violando los propios acuerdos de paz, solo por
cumplir una orden de la DEA, que es el mayor cartel de la droga del mundo, al
mismo tiempo en Colombia cientos de líderes sociales son asesinados por
narcotraficantes, y paramilitares, mientras que el gobierno no hace
absolutamente nada por impedirlo. En el caso de la situación de Brasil, el
Secretario General de la OEA, llegó a decir que ahí había “un crecimiento del
sistema democrático” avalando con ello todas las tropelías de un gobierno
ilegal que solo cuenta con 5% de aprobación popular, lo cual tampoco importa a
la elite gobernante.
En todo este contexto, no es casual que seis gobiernos de derecha de
América del Sur, hayan tomado la decisión de retirarse de Unasur, siguiendo los
dictados de la Doctrina Monroe de construir solo instancias de carácter
panamericano bajo égida estadounidense. En su espíritu conservador y
retrógrado, las oligarquías corruptas en el poder, le tienen temor a lo nuevo,
prefiriendo mantenerse bajo el alero norteamericano, rechazando la posibilidad
de nuevas instancias multilaterales de carácter equitativo y transversal. Así,
América Latina y el Caribe, estando desunidas, son presa fácil de la presión
del norte.
Pero en Lima, no sólo se reunieron las élites, también lo hicieron los
pueblos, que continuaron construyendo -a pesar de las dificultades y la
invisibilización mediática- una diplomacia distinta, un espacio superior de
coordinación y cooperación, que vislumbra el verdadero camino del encuentro, el
hermanamiento y la solidaridad para enfrentar la voracidad imperial,
articulados y acoplados.
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