El encarcelamiento de Lula, impedirle de esa manera el ser
candidato a presidente (siendo el candidato más popular), era el objetivo final
del golpe de estado que sufrió la expresidenta Dilma Rousseff en 2016.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El sábado 7 de abril de 2018, Luiz Inacio Lula Da Silva, salió caminando
de la sede de su sindicato, el Sindicato de Metalúrgicos, en Sao Bernardo do
Campo, en donde permanecía protegido por una multitud. En su discurso
pronunciado antes de entregarse a la justicia brasileña para ser encarcelado,
Lula dijo: “hace muchos años soñé que era posible gobernar este país
involucrando a millones y millones de personas pobres en la economía, llevando
millones de personas a las universidades, creando millones de empleos en este
país”. Lula es la cabeza más visible de un vasto movimiento
político que deberá mostrar fuerza. Sin una masiva movilización de protesta, el
neoliberalismo consumará la infamia de encarcelarlo por años o al menos lo suficiente como para que no sea presidente. El tiempo
dirá si resulta cierta la frase de una niña en 1982 y que Lula recordó en su
discurso: “los poderosos pueden matar una, dos o tres rosas, pero nunca podrán
detener la primavera”.
El juicio y encarcelamiento de Lula es una de las infamias que
corrientemente lleva a cabo la dominación neoliberal. La justicia brasileña ha
convalidado las acusaciones del ignominioso juez Moro y lo acusa de “corrupción
pasiva” y “blanqueo de dinero”. Lo primero es
la imputación de beneficiar a la
empresa OAS con contratos lesivos a
Petrobras a cambio de un apartamento. Lo segundo es el hecho de que Lula no
hizo ningún trámite jurídico para poner a su nombre el referido inmueble. La
acusación y sentencia se basan solamente en
testimonio hecho por un testigo protegido al cual se le ha beneficiado
en su condena por darlo. Lo indignante de la acusación de “corrupción pasiva” y
“blanqueo de dinero” es que Lula ni sus familiares nunca tuvieron dicho departamento a su
nombre, nunca vivieron allí, nunca lo rentaron. En suma no hay pruebas de que
el mismo sea propiedad del hoy encarcelado expresidente. Esto que en otras
circunstancias hubiera bastado para exonerarlo de toda culpa ha servido para
agregarle el cargo de “blanqueo de dinero”.
El encarcelamiento de Lula, impedirle de esa manera el ser candidato a
presidente (siendo el candidato más popular), era el objetivo final del golpe
de estado que sufrió la expresidenta Dilma Rousseff en 2016. Ante la imposibilidad
de evitar en las urnas el retorno de una
fuerza política posneoliberal al gobierno de Brasil, los neoliberales dieron un
golpe de estado y ahora han encarcelado a Lula. Como dicen los neoliberales en
México, “haiga sido como haiga sido” o “por la buena o por la mala”. La
cancelación del retorno de Lula a la presidencia es un hecho oprobioso que
beneficia a los planes estadounidenses en la región. Imaginen ustedes un
escenario latinoamericano con Brasil y México gobernados por el progresismo.
Me indigna el encarcelamiento de Lula. Me indigna más la muerte en
prisión en Guatemala de Abelardo Curup,
sentenciado a 150 años por defender a su comunidad ante el embate de una
cementera que finalmente se instaló en San Juan Sacatepéquez. Nueva infamia
neoliberal.
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