Tengo la impresión que
las ciudadanías de México que apoyaron a AMLO, llegan tarde a hacerse parte del
“giro a la izquierda” e incluso el programa de gobierno de AMLO está
desactualizado ante el escenario latinoamericano. Su factura y hechura
corresponde a lo que, tal vez, se requería a comienzos del siglo XXI.
Juan Carlos Gómez Leyton / Para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
Giros
Dar media vuelta y ver qué pasa allá afuera
No todo el mundo tiene primavera
Dar media vuelta y ver qué pasa allá afuera
No todo el mundo tiene primavera
Giros
Todo da vueltas como una gran pelota
Todo da vueltas casi ni se nota.
Todo da vueltas como una gran pelota
Todo da vueltas casi ni se nota.
Fito
Páez
Los ecos del triunfo
electoral del movimiento lopezobradorista en las elecciones mexicanas del 1 de
julio pasado comienzan apagarse y la ciudadanía vuelve a sus rutinas cotidianas.
Pero, nada ha cambiado aun en México, la condición “gore” se mantiene. Aunque
la transición gubernamental se presenta tersa, o sea, suave y tranquila, dado
los cinco largos meses que faltan para que asuma el nuevo gobierno, nadie
podría asegurar que la tersura inicial se mantenga en el tiempo. Muchos
intereses económicos y políticos que comprometen directamente a los poderes
fácticos que operan en la sociedad mexicana están “juego” con la llegada de
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), al gobierno.
Los Poderes Fácticos Mexicanos
Los diversos poderes
fácticos, principales agentes de la violencia y de la corrupción están intactos
y podrían operar en cualquier momento en contra del presidente electo y de sus
aliados. El accionar del crimen organizado, del empresariado antidemocrático y
corrupto opera con sigilo entre los recovecos de los poderes institucionales;
las extensas y profusas redes de la corrupción burocrática federal, estadual y
municipal están operativas y prestas; las organizaciones sociales y políticas
corruptas se preparan para actuar en el nuevo escenario político; lo mismo
sucede con los aparatos represivos (policías y fuerzas armadas), con los medios
de comunicación de masas, vinculados directa o indirectamente con los poderes
fácticos y gubernamentales, etcétera. Todos siguen, como las arañas, urdiendo y
tejiendo sus redes. La “mafia del poder” no ha sido derrotada ni desarticulada.
Esta mafia, que, según AMLO, ha tenido secuestrada, durante largos años, a la
democracia, sigue operativa.
Ahora bien, una
“democracia secuestrada” por los poderes facticos no se libera solo con un
triunfo electoral por muy sólido, masivo, contundente y mayoritario que haya
sido como fue el triunfo de AMLO; se requiere, por lo menos, proponerse cambios
radicales y estructurales profundos que afecten directamente a las fuentes del
poder social de esos actores políticos estratégicos mexicanos. Lo que se
necesita, en otras palabras, es que el movimiento lopezobradorista inicie una
revolución política, social y económica que voltee completamente al México
actual, de lo contrario, los poderes fácticos tienen la fuerza y los recursos
humanos y logísticos para obstaculizar de diversas formas al futuro gobierno.
Sobre todo, impedir su ascenso el próximo 1 diciembre. La historia de la
infamia sigue su curso en México.
Por eso, para “hacer
historia” como pretende el movimiento lopezobradorista tiene que frenar en
seco: la historia que los poderes facticos construyeron hace ya,
aproximadamente, cuatro décadas, en México. Con esos poderes no se pacta ni se
transa. De no revolucionar la historia, la sociedad mexicana, seguirá, por un
lado, manteniendo la actual estructura de dominación y, por otra, va recorrer
la senda trazada por los diversos gobiernos progresistas latinoamericanos que
emergieron durante el denominado “giro a la izquierda”, entre 1998 y 2015.
El Giro a la Izquierda: éxito y fracaso
La izquierda y el
progresismo latinoamericano ha celebrado con júbilo y esperanza el triunfo
político y electoral de AMLO pues ha considerado que dicho triunfo podría
constituirse en un freno a la “reacción conservadora” de las derechas
latinoamericanas que desde 2009 en adelante han venido recuperando el gobierno
en distintos países de América del Sur. Con igual ilusión esperan la
excarcelación del expresidente Ignacio “Lula” da Silva y su futuro triunfo
electoral en las próximas elecciones de octubre.
En efecto, hace una
década que las fuerzas políticas del capital neoliberal han venido recuperando
ya sea por medio de acciones políticas institucionales (golpes blandos) o, a
través de triunfos electorales, el gobierno de países que habían elegido en la
década anterior gobernantes progresistas o de izquierda.
El “giro a la
izquierda” que para muchos analistas de izquierda había abierto en América
Latina y el Caribe, un escenario pos-neoliberal, se había iniciado en 1998, con
el triunfo electoral de Hugo Chávez, había comenzado a cerrarse con el triunfo
presidencial de Mauricio Macri, en Argentina, en el 2015. Así en en una década,
la derecha neoliberal “recuperó” los gobiernos de Argentina, Perú, Paraguay,
Brasil, Costa Rica, Panamá y Honduras y, se mantuvo triunfante en Chile,
Colombia, Guatemala, República Dominicana y Haití. Mientras que partidos
“progresistas”, pero no necesariamente antineoliberales, mantienen en el
gobierno, en El Salvador y en Uruguay. Solo dos sociedades que optaron por
realizar cambios revolucionarios, ya sea, políticos o sociales, se mantienen en
pie y en lucha, Bolivia y Venezuela. En
una situación altamente contradictoria y compleja, se encuentran los gobiernos
supuestamente progresistas y de izquierda, de Lenin Moreno en Ecuador y Daniel
Ortega, en Nicaragua. En consecuencia, la actual situación política de los
progresismos y de la izquierda latinoamericana es, por cierto, paupérrima.
Obviamente, que el triunfo de AMLO y su discurso antineoliberal, entusiasma.
Pero hay que ser mesurados en la celebración y en el triunfo como también su
proyección futura.
Ahora bien, teniendo en
vista este cuadro situacional considero que presenta el “giro a la izquierda”.
Pienso que este debe ser analizado distinguiendo lo que son los procesos
revolucionarios de cambio histórico, por un lado, de los gobiernos progresistas
que buscaban corregir o atenuar las consecuencias sociales, económicas y
políticas del neoliberalismo en sus respectivas sociedades, por otro.
Luego de dos décadas de
cambio político impulsado por actores políticos y sectores progresistas
antineoliberales, el fracaso histórico esta a la vista. Tan solo, dos
sociedades, Venezuela y Bolivia, continúan, la primera, con muchas dificultades
y problemas, impulsando políticas públicas de orientación antineoliberales.
Aunque, la primera, busca implementar también medidas anticapitalistas, la
segunda, el Estado Plurinacional de Bolivia, ha optado por consolidar una nueva
versión del capitalismo nacional-popular-desarrollista que García Linera,
nombra como capitalismo andino-amazónico.
Los gobiernos
progresistas en Brasil, Ignacio Lula da Silva y Dilma Rousseff; en Argentina,
los Kirchner, Néstor y Cristina Fernández; Rafael Correa, en Ecuador; como
también, los gobiernos del Frente Amplio en Uruguay como de la Concertación de
Partidos por la Democracia en Chile, solo impulsaron un conjunto de medidas y
políticas que tendieron a corregir algunas de las principales fallas de la
economía de libre mercado. Todas ellas muy significativas para los sectores
populares y empobrecidos por el impacto social del neoliberalismo. Sin embargo,
no tocaron las estructuras del poder capitalista.
Este poder limitó y
obstaculizó, a través de distintas acciones sociales, institucionales,
comunicacionales, políticas y políticas, la acción gubernamental de los
gobiernos progresistas. Ante la “vuelta del Estado” y su accionar de protección
social y reconocimiento de derechos sociales, económicos y culturales
anteriormente conculcados; muchos actores políticos y organizaciones sociales
ciudadanas vinculadas, especialmente, a las capas medias, demandaron más libre
mercado, en otras, palabras más “libertad para elegir”. Toda regulación por
parte del Estado del mercado fue denunciada como un atentado en contra de la
libertad individual y, sobre todo, como una acción autoritaria de parte del
gobierno. Entre la gran burguesía capitalista y las capas medias promercado se
fue gestando una alianza social y política dispuesta a recuperar la conducción
gubernamental con el objeto de sostener y dar continuidad al neoliberalismo.
El Giro a la Derecha: ataque a los gobiernos progresistas
Para esos efectos, la
estrategia política consistió en atacar institucionalmente a los gobiernos
progresistas y, convocar a la protesta política y a la movilización social
callera de los sectores medios e incluso populares con el objeto de
desestabilizar al gobierno. En Brasil, Argentina, Paraguay y Honduras, entre
otros países, la combinación y articulación de ambas dimensiones de la
estrategia derechista, tuvo éxito. La derecha hondureña (2009), la paraguaya
(2012) y la brasileira (2016), destituyeron a través de un “golpes blandos” a
los presidentes en ejercicio, Zelaya, Fernando Lugo y Dilma Rousseff,
respectivamente. En Chile (2010), la derecha llegaba, luego de 50 años, al
gobierno a través de un proceso electoral. Mientras que, en Argentina (2015),
luego de un siglo.
Ahora bien, la
re-vuelta de la derecha neoliberal ha sido exitosa no solo por el despliegue de
su adecuada estrategia política sino, también, por los errores políticos
cometidos por los propios gobiernos progresistas. Aquí la lista es larga y abundante.
Tal vez, el más importante de todos dice relación con la no ruptura con el
padrón de “acumulación por desposesión” en base a la explotación y devastación
de la naturaleza. Es decir, del llamado modelo neo-extractivista de crecimiento
económico que dio lugar al denominado “consenso de los commodities”.
Entre los gobiernos
progresistas e incluso de la izquierda revolucionaria se instaló una idea
hegemónica, según la socióloga Maristella Svampa, que es producto de la
convergencia entre un histórico paradigma extractivista, asociado a la
reprimeración y comoditización de la economías, y una visión tradicional, cuyo
rasgo saliente continúa siendo el productivismo y la competitividad a ultranza,
conceptos apenas rejuvenecidos por la utilización siempre oportuna y frágil de
ciertas categorías globales (sustentabilidad, responsabilidad social
empresarial y gobernanza). Todo ello llevó a los gobiernos progresistas no solo
a un persistente acoplamiento entre extractivismo
y neoliberalismo, expresado de manera emblemática por Perú, Colombia, Chile
y México, sino también por países con gobiernos progresistas como ha ocurrido
en Brasil, Ecuador, Argentina, Uruguay, Paraguay, e, incluso, algunos autores
como Svampa, incluyen a Bolivia.
La alianza entre
extractivismo y neoliberalismo ha implicado la masiva resistencia de los
pueblos y ciudadanía afectados directamente por su accionar. Ante lo cual los
gobiernos progresistas han optado por la criminalización de la protesta popular
y de la acción de los movimientos sociales que no solo rechazan al
neoliberalismo sino al capitalismo. Incrementado la represión y la violencia
sobre los sectores subalternos y plebeyos.
El qué hacer anticapitalista
Estos sectores al verse
postergado y marginalizados por la acción de los gobiernos progresistas,
aunque, muchos fueron favorecidos por políticas redistributivas de esos
gobiernos, optaron por auto-marginarse de la actividad política en busca de
alternativas más radicales.
Tengo la impresión que
las ciudadanías de México que apoyaron a AMLO, llegan tarde a hacerse parte del “giro a la
izquierda” e incluso el programa de gobierno de AMLO está desactualizado ante
el escenario latinoamericano. Su factura y hechura corresponde a lo que, tal
vez, se requería a comienzos del siglo XXI. Actualmente, las ciudadanías
plebeyas, los pueblos originarios, las y los trabajadores y las mujeres
requieren con urgencia desmontar de cuajo el dominio capitalista, ya sea éste,
en su versión “normal”, nacional-popular, andino-amazónico, o extractivista-neoliberal
o cualquier otro. América Latina y el Caribe, insisto no requiere otro gobierno
que venga “componer” la dominación capitalista, sino, que ojalá, le ponga
fin.
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