La expansión sin
control del capitalismo, el afán desenfrenado de lucro y la concentración cada
vez mayor de la riqueza en pocas manos, suscita desasosiego creciente en todas
partes, toda vez que este modelo, si se quiere sostener en el estado de la
situación actual, se tiene que imponer de cualquier forma.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
En un reciente programa
de radio, el conductor del programa me preguntó si según mi opinión se estaba
produciendo un reajuste del sistema internacional o si lo que estaba ocurriendo
eran tan solo turbulencias coyunturales propias del capitalismo. Toda vez que
tal interrogante fue hecha al comenzar el programa, me tomó de sorpresa porque
suponía que el mismo transcurriría por otra ruta, sin embargo logré esbozar una
respuesta que aunque satisfizo al periodista, me llevó a una reflexión
posterior a fin de bosquejar una interpretación correcta de la dinámica tan
caótica que se vive a lo largo y ancho del planeta.
Creo que lo que se está
produciendo es un reacomodo múltiple que se ejecuta en varios planos
simultáneamente, como cada uno tiene orígenes distintos en el tiempo, en sus
características y desarrollo, genera complejos y heterogéneos procesos y
superpone variables que al expresarse en paralelo y al mismo tiempo, forja un
sinnúmero de acciones, difíciles de entender y mucho más espinosas para
analizar y explicar -por lo menos para mí- sobre todo porque el
desenvolvimiento de estos procesos, produce contradicciones y crisis que están
influyendo en la cotidianidad de los países, las sociedades y los ciudadanos.
Un primer plano es el
de las incompatibilidades que se generan en un mundo eurocéntrico, construido a
partir de una visión abarcadora y totalizante de Occidente, que ha dominado el
planeta desde hace más de tres milenios, creando una civilización que ha tenido
enorme influencia en el idioma, la política, la educación, la filosofía, la
ciencia y las artes. Sin embargo, la modernidad vive un empuje en primera instancia
de China e India, pero también del mundo musulmán, que pugnan por ocupar un
lugar más prominente en el escenario global. No hay que olvidar que en estos
países y territorios germinaron algunas de las principales civilizaciones de la
antigüedad, como la china, la india, la persa, la mesopotámica y la egipcia.
Ninguna de ellas está en Europa o en el territorio del actual Estados Unidos,
lo cual da una idea de que estos se impusieron finalmente por vía bélica y la
de la usurpación, por el saqueo y el vandalismo continuado sobre todo en África
y la América meridional y, por haber puesto el desarrollo de la ciencia y la
tecnología al servicio de la guerra. Es evidente que ya en el siglo XX esto
comenzó a cambiar y en el XXI la realidad es otra, lo cual genera tensiones no
resueltas.
En segundo lugar habría
que decir que tal civilización occidental, de forma particular en el ámbito de
la política, creó un modelo denominado democracia que –como se dijo antes- por
vía de la fuerza ha querido imponerse como razón universal, forjando parámetros
de comportamiento únicos, que marginan y excluyen otras ideas de la política
establecidas a partir de experiencias y vivencias propias de otros pueblos. La
democracia representativa de corte occidental, ha sufrido por cierto muchos
cambios en el transcurrir de más de dos mil años, pero desde fines del siglo
XVIII se ha impuesto como realidad incontrovertible y como instrumento de
dominación de los poderosos que recurren a ella para sostener su poder y la
violentan impunemente cuando no les resulta posible hacerlo. El mundo de hoy es
testigo de la emergencia de otros sistemas políticos resultantes de procesos
que consideran especificidades, culturas e historias particulares de
determinados países. Esas naciones logran sostener sus modelos propios cuando
consiguen acumular la fuerza suficiente para defenderlos del avasallamiento y
la imposición, caso contrario son violentados, suprimidos y exterminados, en
muchos casos incluso, en nombre de esa democracia que se dice sostener. Esto
comienza a resultar insoportable por algunos pueblos y empieza a ser también
foco de conflicto y tirantez internacional.
El tercer plano de
contradicciones es la mantención de una estructura obsoleta en el sistema
internacional, que no responde a la correlación de fuerzas del mundo moderno ni
a la realidad del mismo. Hay que recordar que esta estructura fue diseñada por
los vencedores en la segunda guerra mundial para legitimar el poder propio
sobre el planeta. La Organización de Naciones Unidas (ONU) fue fundada en 1945
por 51 Estados, entre ellos solo 4 de África, 8 de Asia y ninguno del Caribe,
hoy existen 193 países independientes, lo cual es la primera y más palpable
diferencia con el pasado. Pero, la contradicción más trascendente es la que existe
entre un ente democrático como la Asamblea General donde todos los países
tienen derecho a voz y voto y la dictadura del Consejo de Seguridad, en la que
solo cinco Estados tienen el poder de decidir acerca de los problemas más
acuciantes, complicados y difíciles relativos a la guerra y a la paz que son
temas transversales, que preocupan a todos, y ante los cuales, las potencias
“resuelven” casi siempre a favor de sus intereses políticos, en muchos casos
violentando la opinión de la mayoría aplastante de los pueblos del planeta.
Además de eso, cuando se produce un fallo contrario a la opinión de Estados
Unidos, este país se siente con la autoridad para sobrepasar la
institucionalidad de la ONU y actuar al margen de ella o, en otras situaciones,
abandonar la estructura y no respetar los acuerdos que se han tomado, todo lo
cual ha ido torpedeando la posibilidad de sostener una convivencia pacífica
entre las naciones, objetivo fundamental para el cual fuera creada la ONU.
Finalmente, enfrentamos
un tema de coyuntura que tiene que ver con la agresividad imperial progresiva
de Estados Unidos y Europa ante la perspectiva de perder la supremacía política
y económica en el mundo. La expansión sin control del capitalismo, el afán
desenfrenado de lucro y la concentración cada vez mayor de la riqueza en pocas
manos, suscita desasosiego creciente en todas partes, toda vez que este modelo,
si se quiere sostener en el estado de la situación actual, se tiene que imponer
de cualquier forma. Ello conlleva en el plano internacional a la confrontación,
los conflictos, la guerra económica, las sanciones económicas, la invasión y el
avasallamiento en algunos casos de otros países y pueblos y en el plano
interno, a la represión indiscriminada, el exterminio selectivo de líderes y
dirigentes populares y sociales, el retroceso en el sostenimiento de logros en
materia social obtenidos después de decenas de años de lucha, además de la
violación del propio sistema creado, utilizando sus instrumentos para el logro
de oscuros fines políticos de grupos minoritarios de la sociedad y, lo más
novedoso, la justificación de todas estas tropelías a través de los medios
transnacionales de la comunicación y sus adláteres locales, cuya perversa
misión es buscar que los ciudadanos acepten que estas acciones son expresión de
lo natural y normal de la vida, y la manera habitual como debe funcionar la
democracia . Por supuesto, las resistencias de pueblos dignos y dirigentes
preclaros a estas expresiones totalitarias van configurando parte del incremento
de las complicaciones actuales, en la que la derecha conservadora se ha puesto
a la ofensiva en nuestra región.
Tal vez mirar este
“mapa” del origen de la conflictividad, ayude a diseñar las tácticas más
adecuadas para la lucha cotidiana, pero también para trazar una estrategia de
liberación que permita establecer alianzas y compromisos, aislar al enemigo
principal y construir una correlación de fuerzas que en cada país y de acuerdo
a las condiciones propias, abra camino a una verdadera democracia de carácter
participativo -hoy inexistente en buena parte del planeta- y a una sociedad
mejor.
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