Alberto Acosta / Rebelion
“Alejada de la naturaleza, la existencia humana
queda vacía de
contenido” (Masanobu Fukuoka)
América Latina está llena de contradicciones y
contrastes. En ocasiones, los países con gobiernos conservadores sorprenden
positivamente, mientras que -con frecuencia- los países con gobiernos
progresistas defraudan. Ese es el caso de los Derechos de la Naturaleza.
Hace algunas semanas Colombia asombró al mundo. En un país donde
neoliberalismo y extractivismos marcan la senda desarrollista, la Corte Suprema de Justicia falló a favor de una
tutela para frenar la persistente degradación de la Amazonía, provocada por los
extractivismos . Tal fallo histórico reconoce a esta
región como sujeto de derechos, lo cual permitirá –desde los seres humanos- exigir
su protección. Ya en 2017, esta Corte Constitucional marcó otro
hito histórico, al otorgar la misma categoría al río Atrato.
Estas decisiones sintonizan con los pasos dados en la Asamblea Constituyente de Montecristi, en Ecuador. En 2008 dicha Asamblea estableció un hito cuando aprobó una Constitución que reconoce a la Naturaleza como sujeto de derechos (Derechos de la Naturaleza que ya cumplen 10 años de haber sido proclamados), sumándole el derecho a ser restaurada cuando ha sido destruida. Un paso que no tuvo el eco esperado desde el gobierno ecuatoriano. El entonces presidente Rafael Correa se llenó la boca de “revolución”, pero impulsó una oleada de extractivismos nunca vista en ese país, al tiempo que preparaba el retorno neoliberal [1] . Justo cuando Correa reconoció que le quedó grande la Iniciativa Yasuní-ITT, un 15 de agosto de 2013, diría que “ el mayor atentado a los Derechos Humanos es la miseria, y el mayor error es subordinar esos Derechos Humanos a supuestos Derechos de la Naturaleza ”. A la par de demostrar una total incomprensión del significado de los Derechos de la Naturaleza, Correa defendía tales Derechos para combatir los destrozos ambientales ocasionados por mineros informales… para abrir paso a grandes mineras transnacionales. Correa -un verdadero charlatán- quiso vender el mensaje de que “fue el mundo el que nos defraudó”, cuando en realidad fue él quien defraudó a su país y al mundo .
Es crucial
tener claro cuán importantes son los Derechos de la Naturaleza en la
construcción de sociedades democráticas, justas y libres, con economías
solidarias y sustentables (como puerta de entrada a otro mundo posible ).
A contrapelo de las alergias provocadas a conservadores de todas las ideologías,
la cristalización de la Naturaleza como sujeto de derechos es parte de la senda
a seguir para pensar en otro mundo, y son varios más los esfuerzos que se
mueven en esa dirección en diversas partes del globo a nivel
nacional [2] y también a nivel local [3] .
A lo largo
de la historia del derecho, cada ampliación de derechos fue antes impensable.
Hasta el “derecho a tener derechos” se consiguió siempre con una intensa lucha
política. Por ello, reconocer a la Naturaleza como sujeto de derechos y liberarla
de la condición de mero objeto de propiedad exige un esfuerzo político; más aún
si aceptamos que todo ser vivo tiene igual valor ontológico, sin implicar que
todos sean idénticos.
Los cambios
demandados para alcanzar tal fin son profundos en todos los ámbitos…
Para
empezar, la Humanidad debe entender que también es Naturaleza y que cualquier
empeño de dominarla y manipularla es suicida; tendencia agudizada en el
capitalismo. La Naturaleza no es infinita, tiene límites que -peligrosamente-
se están superando. Esto implica cuestionar toda institucionalidad y
organización social, política y económica que destruye a la Naturaleza y, en
definitiva, a la Humanidad misma.
En vez de
mantener el divorcio Humanidad-Naturaleza, urge un reencuentro. Esto empieza
por desmercantilizar la Naturaleza, así como todos los bienes comunes, sin
implicar su estatización. Precisamos un manejo y un control comunitarios de
dichos bienes y, por cierto, de las relaciones con la Naturaleza (liberándolos
tanto de las fauces del mercado como de las fauces del Estado centralizado).
La economía
y sus objetivos deben subordinarse a las leyes naturales, asegurando siempre la
calidad de vida humana. Como parte de una “gran transformación”, en palabras de Karl Polanyi
en 1944 , urge superar la religión dominante del
crecimiento económico y, también, de la acumulación incesante de bienes
materiales que nutre al capitalismo.
Salir de la
sociedad del crecimiento, es crucial. No se trata solo de reducir físicamente
el metabolismo económico. La búsqueda permanente de ganancias obtenidas
explotando a seres humanos y Naturaleza debe cesar y, sobre todo, urge imaginar
opciones de vida fuera de los límites utilitaristas y antropocentristas de la
Modernidad. Eso implica, entre otras cosas, desmitificar a los fetiches del
“desarrollo” y del “progreso”, con el fin de superar el laberinto capitalista .
Así, una
nueva economía deberá priorizar la suficiencia, en donde se amplíe solo la
producción de lo que realmente reproduce a la vida ( objetivo que jamás debió separarse de la
economía ). Ampliación que respete siempre los ciclos
de la Naturaleza, en vez de buscar mayor eficiencia -e incontrolada
competitividad- para saciar un desbocado y asesino consumismo. La equidad de
ingresos y riqueza son también pilares de esa nueva economía. Hasta podríamos
plantear un principio: que los privilegiados -tanto de estratos altos como
medios- vivan con menos hasta que todos vivamos con dignidad y armonía.
Esta
aproximación demanda cada vez más un abastecimiento simple y autónomo, una
“subsistencia creativa” vía autoproducción, con usos comunes y con mayor
durabilidad de los bienes. En las empresas, habría que atenuar la obligación de
crecer reduciendo la especialización. Todo encaminado a que el capital -en
cuanto relación social- abandone la producción (reduciendo desde la presión por
la ganancia infinita hasta los créditos y la especulación). Se trata de
producir local y regionalmente para desenredar el comercio internacional y las
cadenas de producción -ambos enmarañados-, generando cercanía y confianza.
Además, cabe reducir y redistribuir el horario laboral, abriendo espacio a
ocupaciones social y culturalmente productivas (y no degradantes). Pero, sobre
todo, individuos y comunidades deberán “ejercitar su capacidad de vivir
diferente” (todos y todas viviendo con dignidad, en armonía con la Naturaleza,
NdA), como plantea el alemán Niko Paech, y los países deben “aprender a vivir con lo nuestro, por los nuestros
y para los nuestros”, como recomendaba el argentino Aldo Ferrer .
Esa nueva
economía no puede ser ni productivista, ni consumista, ni aspirar al crecimiento absurdo. Esa
nueva economía demanda otro posicionamiento frente a los mercados, al Estado,
-e incluso frente a nuestra propia concepción de qué es el trabajo y la
producción- teniendo a lo comunitario y lo popular como bases. Transformación
posible si, desde ya, reconstruimos relaciones armoniosas entre Humanidad y
Naturaleza, lo cual exige cristalizar los derechos de ésta desde iniciativas
políticas, como el Tribunal Internacional por los Derechos de la
Naturaleza , tribunal que sanciona -al menos
moralmente- los crímenes en contra de la Madre Tierra y de quienes la
defienden, al tiempo que informa sistemáticamente sobre dichas violaciones; e
incluso en los diversos observatorios ciudadanos creados para denunciar los
atropellos contra la Naturaleza y las comunidades como el Observatorio Petrolero Sur ,
el Observatorio Oil Watch, el Observatorio de Conflictos Mineros de América
Latina, el Atlas Mundial de la Justicia Ambiental: conflictos
ecológico-distributivos o el reciente Observatorio de los Derechos de la
Naturaleza .
El reto
económico de los Derechos de la Naturaleza también está planteado: ¿lo
aceptamos o avanzamos desquiciadamente a un mundo en donde el capital se coma a
la vida misma?.
Notas:
[1] Para
comprender mejor lo que representó este gobierno recomendamos revisar los
artículos recogidos en el portal La Ecconomía Política del Antipoder
[2] En
2010 Bolivia se aprobó una Ley de los Derechos de la Madre Tierra. En noviembre
2016 la Corte Suprema de Uttarakhand, al norte de la India, sentenció que los
ríos Ganges y Yumana son seres vivientes. En marzo de 2017, en Nueva Zelanda,
se permitió que el río Whanganui sea representado judicialmente a través de sus
dos representantes, uno de la tribu Whanganui iwi y otro de la comunidad Crown;
años antes en el mismo país, en 2013, el Parque Nacional Te Urewera fue
reconocido como una entidad legal con los derechos de una persona, a cargo de
los Crown y los Tuhoe. En Nepal está en proceso una iniciativa para reconocer
los derechos de la Naturaleza a través de una enmienda constitucional.
[3] En los
EEUU, el condado de Tamaqua, Pennsylvania fue el primer municipio en aprobar
una ordenanza local reconociendo los Derechos de la Naturaleza de existir,
prosperar y evolucionar en 2006; desde entonces más de 36 comunidades en siete
estados de los Estados Unidos -Pennsylvania, Ohio, New Mexico, New York,
Maryland, New Hampshire y Maine- tienes similares ordenanzas que codifican los
Derechos de la Naturaleza. En ese mismo país un grupo de ciudadanos presentó
una demanda para que las Montañas Rocosas o el desierto de Nevada puedan
demandar legalmente a individuos, corporaciones y al gobierno.
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