¿Por qué ahora Cuba
intenta poner mecanismos capitalistas? ¿Por qué este apoyo a la empresa
privada? ¿Rechazo del socialismo? Todo indica que no: es, en todo caso, el
modelo chino que comienza a difundirse por países que intentan abrir
alternativas al capitalismo. ¡Socialismo de mercado!, socialismo con
características chinas.
Marcelo Colussi / Para
Con Nuestra América
Desde
Ciudad de Guatemala
I
Cuba socialista está en
proceso de modificar su constitución política. Cambio enorme, fundamental quizá
en la historia del socialismo de la isla, que por casi seis décadas fue un
ejemplo para las luchas revolucionarias de todo el mundo. ¿Se vuelve capitalista?
Este breve opúsculo
–quizá más culo que opus– es solo una pequeña reflexión,
introductoria a lo que pretenderá ser un estudio más serio y exhaustivo por
parte de quien firma (con buena suerte, para mediados del año entrante estaría
terminado). Pero pretende además –este es el objetivo central– abrir y
alimentar la discusión sobre el socialismo, sus límites, sus posibilidades y
dificultades, sus logros, siempre sobre la base irrenunciable de su
entronización. “Socialismo… o barbarie”,
podríamos decir, haciendo nuestra la formulación de Rosa Luxemburgo.
¿Cuba se hace
capitalista ahora? ¿Se hizo capitalista la República Popular China? ¿Fracasaron
los intentos socialistas? ¿Qué significó la Perestroika en la Unión Soviética?
Todas estas preguntas son vitales, especialmente vitales para quienes seguimos
pensando que otro mundo es posible… ¡e imperiosamente necesario! En otros
términos, para quienes vemos que el capitalismo no tiene salida, salvo las
guerras (pero, ¿son eso “salidas”?)
Es posible, y
¡necesario!, otro mundo porque, sin ningún lugar a dudas, el capitalismo como
sistema no soluciona ni puede solucionar los acuciantes problemas de la
humanidad: hambre, sed, seguridad, ignorancia, prejuicios. Más allá de todos
los oropeles que pueda exhibir, centrados siempre en el hiper consumismo, su
modelo está estructuralmente trabado. Si se produce para alimentar la ganancia
individual, es decir: el lucro empresarial, entonces la solidaridad, la
preocupación por el otro, ¡la justicia!, están radicalmente imposibilitadas.
Más allá de pomposas declaraciones, lo máximo a lo que puede aspirar el sistema
es a un capitalismo con “rostro humano”, un Estado benefactor (al modo
keynesiano), un capitalismo pretendidamente “menos” explotador. Pero eso
radicalmente está negado. La producción se basa en la explotación de la fuerza
de trabajo, que es quien genera la ganancia. Eso es una verdad transindividual,
no un mero capricho persona, subjetivo. El padre del liberalismo económico,
Adam Smith, ya lo veía en el siglo XVIII: la única fuente creadora de riqueza
es el trabajo. Y en el sistema capitalista quien crea la riqueza es el
trabajador (el obrero industrial, el campesino), pero no quedándose con la
ganancia que ese producto genera. ¡Eso es la explotación! Plusvalía se le
llamó.
No se produce tanto
para cubrir necesidades sino para engrosar el lucro personal del dueño (que hoy
pueden ser enormes sociedades anónimas, corporaciones multinacionales, bancos
gigantescos, etc.) de los medios de producción: empresarios industriales,
terratenientes, banqueros. De hecho, el capitalismo, para seguir lucrando,
inventa necesidades, y las instala como imprescindibles. Producir para ganar
dinero es el verdadero motor de la producción. Eso es así desde Adam Smith en
adelante, no ha cambiado: el lujo de la burguesía es el producto del esfuerzo
de la clase trabajadora. Para que un 10% de la población mundial (clase media y
grandes propietarios) tenga un buen nivel de vida, el 90% se mueve en la
pobreza.
¿Soluciona eso el
capitalismo? Se produce casi 50% más de la comida necesaria para alimentar a
toda la población mundial, pero el hambre sigue siendo el principal flagelo.
¡Irracional!, pero así es el capitalismo. Por eso, de este sistema no se puede
esperar más nada, sino explotación, miseria para las mayorías, y llegado el
caso: represión. Y cuando la maquinaria social está demasiado trabada, alguna
guerra genera “soluciones” (crea puestos de trabajo llega a plantearse,
destruye para reconstruir, “mueve la economía”. Es infame… ¡pero así es!). El socialismo, en ese sentido, como
la antípoda del capitalismo, más allá de los errores de sus primeras
experiencias –errores que, por supuesto, con solvencia moral habrá que
revisar–, continúa siendo una esperanza.
II
¿Qué pasó con las
primeras experiencias socialistas del siglo XX: Rusia (luego Unión Soviética),
China, Cuba, Corea, Vietnam, Nicaragua? ¿Se puede decir que fracasaron?
Insistamos: este breve
escrito no puede ser un análisis acucioso de fenómenos tan complejos. Presenta
solo atisbos para comenzar el debate. Lo que sí es más que evidente es que
todas esos problemas arriba apuntados: hambre, sed, ignorancia, prejuicios, en
los países socialistas comenzaron a desaparecer. Decir hoy día que Venezuela es
un desastre, que hay hambre y que la población huye despavorida, es una vil e
interesada mentira. Primero: todo ese desastre social (que realmente existe) es
provocado por el capitalismo que acecha a la Revolución Bolivariana; y por otro
lado: ese proceso no es, en sentido estricto, socialista (es un capitalismo
redistributivo con discurso antiimperialista).
En aquellas latitudes
donde la clase trabajadora tomó el poder (siempre a través de una revolución
que, necesariamente implica la violencia, pues ningún grupo privilegiado suelta
el poder alegremente) y construyó una alternativa al capitalismo, esas
señaladas lacras históricas comenzaron a desaparecer. En nuestro continente
Cuba, para tomar el ejemplo más esclarecedor, a partir de su revolución en
1959, superó esos tremendos cuellos de botella, exhibiendo en la actualidad,
pese a los interminables ataques sufridos, índices socioeconómicos como los
países capitalistas más desarrollados. ¿Fracasó ahí el socialismo? Como dijo
alguna vez Fidel Castro: “En el mundo hay
200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos vive en Cuba”. En la
isla no hay desnutrición ni analfabetismo, como no lo hubo en la Unión
Soviética. En ninguno de estos lugares nadie deja de tener empleo, vivienda,
seguridad social, educación de primera, dignidad. ¿Por qué puede plantearse
entonces un “fracaso”? De hecho, ¿por qué se revirtió el proceso en la
Revolución Bolchevique, ejemplo glorioso del primer Estado obrero y campesino?
Porque la economía no
crece al mismo ritmo que en los países capitalistas. ¿Fracasó porque faltan
supermercados abarrotados de productos, muchos de ellos innecesarios? ¿Fracasó
porque, comparativamente, un trabajador cubano, o soviético, no tenía tantas
licuadoras, teléfonos celulares o zapatos como uno de algún país capitalista
rico? Aunque la respuesta necesite muchos más desarrollos –y pueda parecer
patética en términos éticos– en principio podría decirse que sí. Ello permite
ver que el ideario socialista debe ser repensado críticamente, no para negarlo,
sino para complejizarlo: ¿por qué el poder, como eje constitutivo de las
relaciones humanas, no se analiza con nuevas categorías? Quizá sea necesario
abrir una nueva antropología, para descubrir que “bondad” y “maldad” son
conceptos demasiado restringidos para entender lo humano. Dejemos solo
tangencialmente indicado esto, para retomar en algún momento: ¿por qué el poder
fascina tanto? Porque brinda la ilusión de completud. Parece que a todos nos
place sentirnos dioses.
¿Por qué ahora Cuba
intenta poner mecanismos capitalistas? ¿Por qué este apoyo a la empresa
privada? ¿Rechazo del socialismo? Todo indica que no: es, en todo caso, el
modelo chino que comienza a difundirse por países que intentan abrir alternativas
al capitalismo. ¡Socialismo de mercado!, socialismo con características chinas.
El gigante asiático
hace ya largos años que produjo cambios sustanciales en el ideario socialista
con que llevó a cabo su revolución en 1949, con Mao Tse Tung a la cabeza. Desde
las reformas introducidas en los 70 del siglo pasado, lideradas por Deng Xiao
Ping, se comenzó a construir un engendro que para la izquierda tradicional de
Occidente nunca se terminó de entender: “socialismo de mercado”. Lo cierto es
que, apelando a la introducción de todo un sector de propiedad privada, el país
ha venido produciendo un avance económico fabuloso, sin precedentes en ningún
Estado capitalista. Atrayendo inversión externa, permitiendo la propiedad
privada de los medios de producción, siempre bajo la atenta mirada del Partido
Comunista, que es quien fija férreamente las políticas, China pasó a ser hoy la
primera economía mundial (técnicamente ya factura más que Estados Unidos, su
PBI es el mayor de todos), con un superávit comercial impresionante.
¿Hay realmente un
“milagro” económico en China? Según como se lo quiera ver: sí y no. No hay
dudas que con la incorporación de capitales externos, y tomando tecnologías
provenientes del desarrollo capitalista, el país asiático mantuvo –y mantiene
todavía– un vertiginoso ritmo de crecimiento económico que nunca se vio en
Occidente (ni durante la revolución industrial en la Inglaterra dieciochesca ni
en Estados Unidos entre fines del Siglo XIX y durante el XX). Ello permitió
levantar increíblemente el nivel de acceso a la riqueza de grandes masas,
sacando de la pobreza rural ancestral a millones de chinos. La dirección
comunista impidió que China fuera solo una “gran maquila”, como suele
presentársela (quizá maliciosamente), dejando de ser “ensambladora de juguetes
de mala calidad” para ir convirtiéndose en un país altamente industrializado,
con tecnologías de punta propias que ya comienzan a sorprender.
El Partido en el poder
dirige efectivamente los destinos del país, reservándose el 51% del manejo de
la economía, exigiendo la real y constatable transferencia tecnológica y
teniendo planes concretos de desarrollo nacional, que contemplan objetivos a
cumplirse en el Siglo XXII (en China hablar de 50 o 100 años no es nada,
obviamente, después de 5.000 años de historia. “Siéntate al lado del río a ver pasar el cadáver de tu enemigo”,
enseñaba Sun Tzu… La paciencia china es proverbial).
III
El desarrollo económico
es real, y ello permitió un avance científico-técnico portentoso, ubicándose ya
hoy como líder en muchos campos del quehacer humano, habiendo superado a las
potencias capitalistas (informática, inteligencia artificial, investigación
aeroespacial, biotecnologías, transportes). De hecho, su acumulación de
reservas monetarias es tan grande que, junto con Japón, es quien sostiene al
Tesoro de Estados Unidos. Hoy día China es vital para el mantenimiento del
equilibrio económico del planeta.
El costo de este
fenomenal salto no es poco: retornó la explotación capitalista más
inmisericorde, con condiciones que ya no existen en muchos países. La fabulosa
acumulación originaria –que en Europa se hizo masacrando indígenas americanos y
negros africanos, mientras se robaban con avidez los recursos naturales– en la
China capi-socialista se llevó a cabo a partir de la gran explotación de
sectores campesinos que se reubicaron en los grandes centros industriales de
las urbes más desarrolladas, con salarios de hambre y con extenuantes jornadas
laborales.
Eso no tiene secretos:
la riqueza la producen siempre los trabajadores con su esfuerzo personal, no
importando el modelo económico en el que se desenvuelvan. La cuestión es cómo
se distribuye esa riqueza socialmente producida. En China, a partir de la
existencia de un sector de su economía basada en el modelo capitalista –aunque
sea dirigido por directivas que políticamente fija el Partido Comunista–, la
explotación está presente. Que esa riqueza no sea apropiada enteramente por los
inversionistas privados y que el Estado (socialista) se encargue de devolverlo
a la población a través de políticas sociales, es otra cosa. Pero la
explotación está. Por otro lado, contrariando los principios marxistas
clásicos, este nuevo modelo de desarrollo (socialismo a la china) estimula la
aparición de propietarios privados, premiando el “éxito” económico de quienes
se transforman en millonarios. El lujo ostentoso está presente en el país al
igual que en los más encumbrados centros capitalistas de Occidente.
Desde fuera de China, y
con planteos marxistas clásicos, cuesta entender el proceso. ¿Es capitalismo o
es socialismo? ¿Un paso atrás para tomar impulso y seguir avanzando? Lo cierto
es que el proyecto chino actual, que se comporta como cualquier planteo
capitalista, se está extendiendo por el mundo. Y donde llega, su impronta es
capitalista. Claro que –fundamental es aclararlo– de momento no se ha mostrado
como potencia imperialista invasora apelando a la violencia militar. Sin
disparar un tiro, está haciendo lo que el rapaz capitalismo estadounidense, o
europeo en su momento, hicieron a base de sanguinaria entrada bélica.
IV
No caben dudas que algo
importante está ocurriendo en China desde hace algunos años. Su economía, y por
tanto su presencia política en el mundo, crece a pasos agigantados, al igual
que su desarrollo científico-técnico. Hoy ya es una potencia de primer orden,
disputándole la hegemonía global a Estados Unidos. ¿Cómo lo logró en tan poco
tiempo?
Se podría pensar que el
aliciente de la empresa privada les ha servido. ¿Qué tiene la empresa privada
que fomenta ese crecimiento, y que el Estado socialista, con economía
planificada, no consigue? Una vez más: este escrito es apenas una introducción
a lo que deberá ser un largo y mucho más profundo desarrollo, pero
provisoriamente podríamos expresarlo con esta frase: “el ojo del amo engorda el ganado”.
La idea de “productores libres asociados”,
estandarte de esa fase superior de desarrollo que sería el comunismo, dista aún
mucho de la realidad actual. Lo que prima dentro de las relaciones capitalistas
no es, precisamente, la solidaridad, la fraternidad. El “sálvese quien pueda”
individualista es la matriz dominante. El Esclavo, parafraseando a Hegel,
piensa con la cabeza del Amo. “La
ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, dirá Marx. Eso
explica por qué las clases oprimidas no se levantan tan fácilmente: están
sojuzgadas en la realidad concreta (la represión brutal está siempre
disponible) y en la construcción simbólico-cultural que, en definitiva, es el
mundo. La ideología es más efectiva que las bayonetas.
La experiencia china
muestra que el incentivo personal cuenta, y cuenta mucho para la generación de
riqueza (¿no era eso lo que buscaba la Perestroika soviética?). ¿Puede ese
elemento ser la guía para la construcción de una sociedad nueva? A estar con lo
que nos lega la actual República Popular China, estaríamos tentados de
responder que sí.
La promoción de
incentivos para aumentar la producción no es nada nuevo: en la Unión Soviética,
durante la década de 1930 tuvo lugar el movimiento stajanovista (impulsado por
el minero Alekséi Stajánov), consistente en el pago de bonos extras por el
aumento de la productividad. Eso mismo retomó Mijaíl Gorbachov con su intento
de reestructuración en la década de los 80. De todos modos, esto abre una
discusión fundamental: “El principal
error que se cometió en el socialismo real fue competir con la producción
capitalista en su propio terreno”, se plantea hoy el cubano Yassel Padrón.
¿Se trata de tener más licuadoras, teléfonos y pares de zapato? ¿Cómo se
construye el socialismo entonces?
Sin dudas sigue siendo
una agenda pendiente para el socialismo cómo lograr un aumento de la riqueza a
partir de economías planificadas. Eso remite a la pregunta de si es posible
establecer una moral socialista que funcione autónomamente (hay que trabajar
con excelencia porque esa es la ética humana, podría decirse), o se necesita
siempre del látigo para hacernos mover. Disyuntiva que, sin dudas, no está
resuelta. La empresa privada, que no se detiene a filosofar sobre estos puntos,
se limita a presentar el látigo. Para los trabajadores, la amenaza de la
desocupación es un tirano que asusta tanto o más que la cámara de tortura. Y
con eso acumula riqueza; lo demás le sale sobrando. Pragmatismo puro, podría
decirse.
¿Por qué ahora Cuba
opta por darle un lugar de mayor preponderancia a la iniciativa privada? El
presupuesto básico, tomado de la experiencia china, es que ese tipo de
emprendimientos genera más riqueza. Amén del inmisericorde y absolutamente
abominable bloqueo que por décadas paralizó –y sigue paralizando– a la isla,
algo pasa en el modelo económico socialista que no permite una gran
acumulación. ¿Es posible el socialismo sin esa enorme masa de riqueza? La
experiencia cubana lo dice: la población está cansada de no tener cosas, de
estanterías vacías. La moral sola… puede agotarse. Las generaciones nuevas,
aquellos que no pasaron los años heroicos de la Revolución, quieren vivir con
tranquilidad, con acceso a satisfactores. Nadie puede vivir en combate permanente
(esto lleva a cuestionar hasta dónde es posible la mística guevarista: ¿se
puede vivir todo el tiempo “haciendo revoluciones”?) Aunque sea patético
plantearlo así, vivir en un mundo capitalista plagado de oropeles (la
licuadora, el teléfono celular y los zapatos de moda), genera angustias a quien
no los posee. ¿Por qué se van muchos cubanos jóvenes de la isla? No porque
escapen de una presunta dictadura, sino porque buscan esos escaparates
atiborrados. ¿La iniciativa privada permitirá esa acumulación, hoy día
faltante?
El modelo chino, ese
raro y complejo “socialismo de mercado”, permitió generar una acumulación de
riqueza espectacular en poco tiempo. El costo es que está basado en la
explotación de los trabajadores. ¿Fue necesario eso como “un paso atrás para
tomar impulso”? Todo indicaría que el Partido Comunista tiene puesto ahora sus
ojos en la promoción de enormes planes de beneficio social para las
inconmensurables masas de población del país. La riqueza acumulada
probablemente lo permita.
Otros países
socialistas, como Vietnam y Corea del Norte, están siguiendo este modelo. Cuba
pareciera que también, sin renegar del ideario socialista primigenio. Ahora
bien: no todos pueden ser la China, país monumentalmente grande y poderoso, con
inmensidad de recursos naturales, con una historia milenaria que le confiere
una autosuficiencia que nadie más puede tener. “¿Qué opina de la Revolución Francesa?”, le preguntaron a un
dirigente chino durante la Revolución Cultural. “Es muy prematuro para opinar”, pudo decir, con cinco milenios tras
sus espaldas como unidad nacional. Esa historia pesa.
¿Podrá Cuba ser una
nueva China? Obviamente no, ni es tampoco esa la idea. La introducción de estas
reformas abre dudas. China no terminó siendo una gran maquila de los capitales
occidentales, porque el proyecto político en curso apunta a otra cosa. ¿Y
porque hay 5.000 años de historia y 1.500 millones de habitantes que confieren
una fuerza inconmensurable? ¿Podrá Cuba seguir construyendo el socialismo, fase
preparatoria del comunismo (sociedad de productores libres asociados sin
necesidad de la fuerza coercitiva de un Estado) con la introducción de estos
elementos “capitalistas”? Confiamos en la entereza moral del pueblo y la
dirigencia cubana. El desafío está abierto.
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