La naturaleza de las cosas, verbigracia del
capitalismo periférico, a más de la
historia reciente, enseña que las experiencias neoconservadoras, por de pronto
en la Argentina y el Tercer Mundo, están condenadas al fracaso, así gobernaran
verdaderos estadistas.
Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra
América
Desde
Buenos Aires, Argentina
Refiere Nietzsche en uno de los capítulos de su libro Hecce Homo, que en agosto de 1881, cuando caminaba a través de los bosques junto
al lago de Silvaplana, se detuvo frente
a una imponente roca elevada en forma de pirámide no lejos de Surlei “a seis mil pies del hombre y del tiempo”, con la intuición del
eterno retorno. Yo vivo en el año 2018 y no estoy en el valle suizo de Engadina
sino en la ciudad Autónoma de Buenos Aires: sin embargo, me invade no por
cierto un pensamiento creador, sino otro de preocupación por el descalabro
económico producto de la pésima gestión del ingeniero Mauricio Macri y su equipo de empresarios y
ex condiscípulos suyos del colegio secundario, hoy devenidos en ministros del Poder Ejecutivo. Circunstancia
que todo hace pensar resultará en otra de las cíclicas crisis terminales de las
que aproximadamente cada década
resultamos víctimas los argentinos y cuyo primer síntoma es el
desbocarse del dólar.
Se trata ciertamente de una suerte, o para el caso
mala suerte, de eterno retorno, que poco tiene que ver con aquella fórmula
suprema de afirmación que decía el filósofo alemán y en cambio pone en acto una
decadente repetición de nuestro fracaso como sociedad, en gran medida
responsable de elegir pésimos
gobernantes y apostar al triunfalismo futbolero, en cuestiones que hacen al
bien común. Por de pronto es esta una
sociedad siempre propensa en su inmadurez a
echar mano a frases echadas a rodar por la propaganda oficial, en los multimedios monopólicos que ahora sostienen y promueven este proyecto neocolonial y
hambreador, igual que ayer al menemismo y anteayer a la dictadura y el plan de
Martínez de Hoz bendecido por la Trilateral y Kissinger. Se trata de medios que
son en verdad los mandantes de gobiernos antinacionales y los que a este
presidente lo mantienen a rienda corta
dictándole lo que debe hacer, antes de asumir el diario La Nación le indicó,
con el viperino mensaje que caracteriza a la “Tribuna de Doctrina”, amnistiar a
los militares genocidas presos. Concedámosle una a favor a Mauricio Macri: no
lo hizo.
Entre la opinión pública y la publicada debería haber
un abismo, a juzgar por los intereses sectoriales del cuarto poder enfrentados a la calidad de vida del común
de la gente, salvo excepciones como el canal C5N con sus directivos
presos. No lo hay sin embargo y en
cambio la pretendida inteligencia suele acuñar y difundir desde allí nuevas
zonceras argentinas, con riesgo semejante para la Nación y el Pueblo a un
reguero de pólvora. Así: “Si le va bien a Macri, nos irá bien a todos”; un oxímoron a la vista del ideario neoliberal
que en la campaña disimulaba el entonces candidato. Porque si tuviera éxito su
plan y los números macroeconómicos le cerraran, esto acarrearía como
contrapartida la
recesión y la miseria imaginables, siendo los beneficiados los mismos sectores
del privilegio que lo fueron siempre y lo siguen siendo ahora pese al abultado
déficit fiscal actual: las oligarquías, el FMI y los usurarios
acreedores de la deuda externa que el gobierno agigantó desde diciembre de
2015.
Con los que le creyeron, los que le quisieron creer y
aquéllos a los que les convenía su triunfo electoral, ganó las elecciones presidenciales en 2015,
para disgusto de su padre el empresario Franco Macri, prebendario pero poco dado a equivocarse, quien decía no verle
manos para la política a su hijo. A renglón seguido comenzaron el mandatario y
su famoso “equipo” en la terminología duranbarbista, con la tarea de ir
destruyendo una a una las conquistas sociales, que incluso buena parte de sus
votantes de clase media y de manera inverosímil de sectores humildes, esto
último explicable sólo por el bombardeo mediádico antedicho, daban por irreversibles. En lo que no mintió
el ingeniero fue en el slogan de “Cambio”. Un cambio por cierto reaccionario
mostrado al elevar hasta cifras delirantes e impagables el precio de los
servicios de agua, electricidad y gas; modificar en menos la fórmula de actualización de
jubilaciones y pensiones, impedir la paritaria nacional docente; quitar
retenciones a los eternos ganadores de la Sociedad Rural y a los empresarios
mineros; favorecer al sector bancario y financiero en detrimento de la
producción y embretar a la población con una inflación que día a día carcome
sus ingresos. La fanfarroneada creación de trabajo del año pasado, se redujo a actividades precarizadas y a
monotributistas; grupos que al presente son las primeras víctimas de la
desocupación.
A poco la suerte de populismo de derecha, del otrora sonriente y danzante candidato fue
endureciéndole el gesto y ante la creciente protesta social apareció la amenaza
de la represión; una respuesta oficial que se llevó primero la vida del joven
artesano Santiago Maldonado cuando apoyaba las
reivindicaciones de los mapuches en la Patagonia y poco después, allí
mismo, la de Rafael Nahuel en manos del grupo Albatros de la Prefectura
Naval.
Para tranquilizar a los ultras y halcones que están a
su derecha y exigen mano dura, el Jefe
de Estado anunció el último 29 de mayo: Día del Ejército –y también aniversario del
Cordobazo, porque la cronología suele hacer guiños de ojo en el juego de truco
de la historia- la necesidad de que las Fuerzas Armadas brinden apoyo logístico a las Fuerzas de
Seguridad, para lo cual deberá
modificarse el Decreto 727/2006 reglamentario de la ley 23.554 que lo
impide.
En tanto, la alianza “Cambiemos” va sin rumbo y no
precisamente a los estadios del Mundial de
Rusia, descalificada la lamentable y caótica Selección Argentina en el
partido con Francia. Va a los saltos con la inefable diputada Elisa Carrió
mixturando politiquería barata con Ciencias Sagradas y proponiendo dar propina
en una caricaturesca versión posmoderna de la Damas de Beneficencia, que la
hacían en serio y tenían distinción y
refinamiento, cualidades de las que no
goza la pretendida Fiscal de la
República. Con el radicalismo apostatando de su tradición reformista y mirando
para otro lado cuando la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal manifiesta
que los pobres no van a la universidad. Y con sus casi aliados en el Congreso,
como el oportunista ex UCD Sergio Massa, y entre los gobernadores Juan Manuel Urtubey, toman ya prudencial
distancia al oler como las mulas la tormenta en ciernes previendo que no habrá
fácil reelección en el 2019 para Macri, que desde hace meses debe beber el
amargo te verde de la corrida cambiaria.
Nada novedosa por lo demás resulta esta debacle. La
naturaleza de las cosas, verbigracia del capitalismo periférico, a más de la historia reciente, enseña que las
experiencias neoconservadoras, por de pronto en la Argentina y el Tercer Mundo,
están condenadas al fracaso, así gobernaran verdaderos estadistas. Cuánto más
en el caso de ineptos bajo sospecha de corrupción o de “conflicto de
intereses”, según el justificante eufemismo que gusta emplear la señora Laura
Alonso, titular de la Oficina Anticorrupción del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación.
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