La situación actual de Nicaragua, como la de Cuba en otros
momentos e incluso la de Venezuela en años recientes, genera tal grado de
polémica y desazón en determinados personajes, que a uno no le queda más que
ser una vez más testigo de la fuerza que logran construir los medios de
información del enemigo, capaces incluso de quebrar el raciocinio de quienes en
el pasado dieron muestras fehacientes de integridad y ética.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
En el esfuerzo por conocer a China, su vida, su cultura, su idiosincrasia
y su historia y tratar de entender lo que hoy está ocurriendo en ese país y las
implicaciones que ello tiene y va a tener en el mundo, he terminado de escribir
un libro en el que después de tres años de investigación y siete viajes a ese
país, intenté sintetizar el vasto conocimiento adquirido, logrando comprender y
aprender muchas cosas. Una de ellas, tal vez la más importante es que sus
parámetros de comportamiento como individuos, como sociedad y como Estado
emanan de una historia y una filosofía que no es la nuestra, a lo mejor esto es
una verdad de perogrullo, pero creo que el desconocimiento de una afirmación
tan elemental lleva a conclusiones erróneas que conducen a análisis incorrectos
de la realidad de ese país y de las repercusiones que el acontecer de su vida
política tiene en lo interno, y por supuesto en lo exterior.
Me di cuenta que el desconocimiento de su historia y filosofía, de la
cual deriva su actuación política tiene fundamentos distintos de los de
Occidente, entre ellos el concepto filosófico de tiempo. Me vi obligado -en el
capítulo referido a este aspecto- dedicar un subcapítulo para explicar las
diferencias en el uso del concepto tiempo para los occidentales y los
orientales. Pienso que ahí radica parte importante de las incomprensiones entre
ambas culturas y civilizaciones, lo cual, dado el poderío creciente de China en
el siglo XXI tiene repercusiones planetarias.
Pero, no es de eso que quiero escribir hoy, lo anterior solo sirve de
referencia para decir que he aprendido de China que los procesos sociales,
sobre todo cuando son de transformación, se gestan y desarrollan en tiempos muy
extensos, generalmente mucho mayores que la vida útil promedio de un ser humano
de este siglo. A los occidentales nos cuesta mucho entender este hecho que es
muy natural para los chinos.
Los procesos sociales, entre ellos los intentos de cambio revolucionario
de la sociedad son fenómenos sumamente complejos en los que intervienen
múltiples factores subjetivos que conducen a una metamorfosis del componente
objetivo que está a la vista. El factor subjetivo más importante es el del
papel del ser humano como sujeto de estos procesos, pero también el de aquellos
que ejercen el papel de conductores, guías y/o dirigentes que orientan,
aceleran, dan curso y establecen las prioridades de cada momento, así como del
nivel, calidad y estructura de las organizaciones políticas que tienen la
responsabilidad de servir como correas conductoras entre la sociedad y los que
asumen la responsabilidad de dirigirla.
Se ha querido establecer una visión idealista de los procesos
revolucionarios como si actores y sobre todo conductores fueran seres
incólumes, ajenos a imperfecciones, inmunes a las deformaciones que la sociedad
de clases impregna a todo aquello que recibe su influencia. Nada más falso. Lo
que sí es claro, y ha sido demostrado por la vida y por la historia, es que en
la medida de una mayor pureza, capacidad y sensibilidad de los conductores, los
procesos pueden avanzar más rápido, mejor y sin correr los riesgos de la
desaceleración o la muerte. Creo que quien se acercó en mayor medida a esa
perfección fue el Comandante Ernesto Che Guevara quien además tuvo la extraordinaria
visión de comprender que para realizar la transformación revolucionaria de la
sociedad era necesario construir un “hombre nuevo”. Pero el Che jamás dijo que
esa sería una tarea de corto plazo y que estaría vinculada de manera automática
a la toma del poder o a la llegada al gobierno, mucho menos cuando esto se
produce por vía electoral.
Tal hecho, como todas las cosas de la sociedad y los seres humanos, no
son absolutos, son como la vida misma, plena de complejas variables que en cada
país se entrelazan para generar particularidades que hacen que ninguna mutación
sea igual a otra. Los que opinan desde lejos deberían saberlo y no tratar de
encumbrarse a un Olimpo donde nadie los ha ubicado, para emitir definitorias
opiniones que muchas veces desconocen la realidad y que suponen recetas
inmaculadas que deben ser cumplidas por todos en cualquier condición y en
cualquier situación. La vida me dio la oportunidad de poder conversar varias
veces con el más grande revolucionario de nuestra época: el Comandante Fidel
Castro. Jamás escuché de él una opinión determinante, conclusiva, excluyente
del sentir distinto del interlocutor. Supe de discernimientos absolutamente
opuestos entre los propios y los de aquellos con quienes conversaba, pero jamás
de una imposición o restricción por emanada de la diferencia.
La situación actual de Nicaragua, como la de Cuba en otros momentos e
incluso la de Venezuela en años recientes, genera tal grado de polémica y
desazón en determinados personajes, que a uno no le queda más que ser una vez
más testigo de la fuerza que logran construir los medios de información del
enemigo, capaces incluso de quebrar el raciocinio de quienes en el pasado
dieron muestras fehacientes de integridad y ética. Recuerdo cuando ante el
fusilamiento en Cuba de los terroristas que secuestraron un barco de pasajeros
para llevarlo por la fuerza a Estados Unidos, José Saramago y Eduardo Galeano
pusieron distancia con la isla de la libertad. La vida les dio tiempo para
comprender los difíciles avatares que debe enfrentar una dirección
revolucionaria cuando la cotidianidad los lleva a desafiar todos los días al
imperio más poderoso de la tierra. Ambos se reconciliaron con Cuba y murieron
como lo que fueron: dos grandes de nuestra época sin transigir, ni desmerecer
de su condición revolucionaria.
Conozco Nicaragua, la conozco bien, no solo desde un escritorio y una
computadora que es la trinchera que me toca ahora, sino desde el Golfo de
Fonseca en el caluroso extremo noroccidental hasta el Río San Juan en la frontera
con Costa Rica al suroriente, y desde Bilwi (antes Puerto Cabezas) en la región
norte del Caribe nicaragüense hasta Peñas Blancas, paso fronterizo con Costa
Rica sobre la carretera panamericana. A
través de su territorio solo interrumpido por los lagos, conocí las minas de
oro, el duro batallar de los mineros de Rosita, Siuna y Bonanza para extraer la
riqueza de la tierra, recuerdo la constitución de las primera baterías
antiaéreas en Puerto Cabezas con soldados que no tenían nombre porque no existían
los registros de población, rememoro la instalación de los médicos cubanos a
comienzos de 1980, en apartadas comarcas de pobladores misquitos, sumos y ramas
del Caribe donde nunca había llegado un galeno y en las que los índices de
contagiados con enfermedades curables superaba el 70% y los “ancianos” no
llegaban a los 40 años. Recorrí los extensos campos de algodón del caluroso
occidente chinandegano y leonés, visité las anchurosas zonas ganaderas de
Chontales y Boaco y las insurrectas montañas del norte, que todavía respiraban
el mismo aire que el general Sandino en las Segovias, Matagalpa, Madriz y
Jinotega. Estuve y he vuelto muchas veces a ese sur heroico del departamento de
Rivas, donde me hice hombre, guerrillero y revolucionario. Recorrí las calles
llenas de historia de los pueblos de Masaya, Granada Estelí y Carazo y sus
campos plantados de café y flores. Hice de Managua mi ciudad, caminé por sus
mercados, por sus barrios orientales por los que un 20 de julio de 1979 pude
todavía palpar el inconmensurable heroísmo de un pueblo que se aprestaba a
curar las heridas de la guerra.
Pero no lo dejaron, no le dieron ni un instante de respiro. La primera
Purísima (la fiesta religiosa más importante del país) que pasé en Nicaragua,
la de diciembre de 1979 estaba al norte de Somotillo, en Cinco Pinos y el
Variador al noroccidente del país, donde me habían ordenado trasladarme con una
batería de artillería, subordinarme al
Jefe de Batallón de Chinandega Iván Tercero Loáisiga, y estar listos para
desplegarnos en combate y repeler una probable agresión de las fuerzas armadas
hondureñas que estaban concentrando tropas en la frontera para provocar a la
joven revolución triunfante. Diciembre de 1979, solo cinco meses de paz le
concedió el imperio al pueblo nicaragüense!!!!!
Y todo sabemos lo que vino después…la guerra, la agresión artera desde
Honduras, el bloqueo de los puertos, las sanciones económicas, el intento de
rendir por muerte o por hambre al sencillo y abnegado pueblo que por tercera
vez los había derrotado: a mediados del siglo XIX, cuando el mercenario Walker
intentó crear una extensión de Estados Unidos en Centroamérica; a comienzos del
siglo XX cuando el general Sandino y su Ejercito de Hombres Libres los hizo
morder el polvo de la derrota y los expulsó del territorio nacional y ahora, en
1979, cuando los hijos de Sandino, hicieron huir al hijo de puta Somoza (como
lo llamó Roosevelt). No perdonaron a Nicaragua y no la perdonarán jamás.
Siento el orgullo de haber sido un combatiente internacionalista de
Nicaragua, cargo en mis hombros el honor de haber sido fundador del Ejército de
Nicaragua, de haber podido colaborar en la formación de sus primeros jefes
militares, bisoños guerrilleros exitosamente devenidos en líderes para
construir la fuerza militar más poderosa de Centroamérica, más que por sus
armas y su poderío bélico, por la fuerza de su conducta, por la dignidad y
responsabilidad con la salvaguarda de su patria de sus hombres y mujeres, por
el honor de ser hijos de Sandino, de Zeledón y de Andrés Castro.
Y alguien, tal vez con justicia me diga que eso es el pasado y que hoy la
realidad es otra. Pero, es que volví a Nicaragua, lo hice en 2008 como
embajador de Venezuela, como embajador de Chávez, y esta vez mi quehacer no fue
exitoso, lo digo sin vergüenza y sin rubor, fuerzas oscuras conspiraron aquí y
allá, para que me sacaran, ocurrió lo increíble, el embajador de Chávez fue
sacado de Nicaragua por un gobierno sandinista. Pero, así son las
imperfecciones de estos procesos. Al regresar conversé con el Comandante, no
voy a revelar lo que me dijo, fue una conversación privada y él,
lamentablemente no está para corroborar su contenido, pero estoy tranquilo, no
tengo resentimientos y si lo traigo a colación no es porque desee hablar de
ello, sino porque sin falsa modestia siento que puedo opinar sobre este país
hermano, a pesar del maltrato y la humillación sufrida he vuelto muchas veces y
he sentido el aprecio y el cariño de muchos compañeros y compañeras: los mismos
del 79, los mismos del 84, los mismos del 89, los mismos de la resistencia a
los 17 años de neoliberalismo, los mismos del 2007, los mismos del 2018. Ahí
están, siguen luchando, dan la cara, aman su país, son sandinistas hasta la
médula y no lo entregarán. Estén seguros de ello como lo estoy yo, combatirán
hasta el final, ni se venden ni se rinden, jamás!
No bastan el maltrato y la humillación personal que sufrí aquí y allá
para que yo deje de sentir un amor infinito por el pueblo nicaragüense. En este
momento tan difícil que están viviendo, recuerdo dos cosas, la primera del Che
cuando en un acto en Santiago de Cuba en noviembre de 1964 nos alertaba:
"...porque es la naturaleza del imperialismo la que bestializa a los
hombres, la que la convierte en fieras sedientas de sangre, que están dispuestas
a degollar, asesinar, a destruir hasta la última imagen de un revolucionario,
de un partidario de un régimen que haya caído bajo su bota o que luche por su
libertad... Y recordemos siempre, que no se puede confiar en el imperialismo
pero ni tantito así, nada”.
La otra me la dijo personalmente el Comandante Tomás Borge cuando lo
visité en Lima, en fechas cercanas a su enfermedad y posterior fallecimiento
“América Latina y sus procesos revolucionarios son muy complejos, hay quien
puede confundirse o estar desorientado, en esos casos hay que saber donde está
Fidel: ahí hay que estar”.
Cuando Nicaragua sufre los embates imperiales, posiblemente iniciados por
errores de conducción, por fallas en la subjetividad de la dirección, por
métodos y prácticas incorrectas, cuando se pretende retrotraer la historia,
cuando la muerte y la destrucción disfrazadas de democracia se quieren instalar
en la patria de Sandino de Rubén Darío y de Carlos Fonseca Amador nadie puede
estar confundido, hay que estar donde está Fidel, o visto de otra manera hay
que saber donde esté el imperio para ponerse en la trinchera del frente. Estar
con Estados Unidos es estar con los enemigos de la humanidad. Lo dice el himno
del FSLN. Los errores que se hayan podido cometer se tendrán que superar será
el propio pueblo el que exigirá retomar el camino correcto, no habrá soluciones
venidas desde afuera, menos del norte, tampoco de la OEA o de la CIDH, no será
Almagro, el pupilo de Pepe Mujica el que vaya a dictar las pautas del “comportamiento
correcto”. Como dice el periodista argentino José Steinsleger: “El pueblo
sandinista decidirá. Mas no para que los escritores caigan en el prosaísmo de
ser aclamados por consideraciones que exceden sus méritos literarios, o
convirtiendo la paradoja en receta de buena ciudadanía”.
20 de julio de 2018
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