El triunfo de ahora es
distinto al que mi generación soñó. Pero es una conquista extraordinaria. Por ello, habiendo probado la hiel de la
derrota, hoy no puedo sino celebrar la dulzura de la victoria.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Escribo estas líneas
después de haber despertado en el amanecer del 2 de julio de 2018. Ha sido
temprano pese al desvelo con el que culminó un día largo y lleno de tensiones,
alegrías e incertidumbres. No lo he soñado. Es cierto. Ganamos. En mi
trinchera, Puebla, hemos vivido el 1 de julio una jornada llena de violencia,
urnas robadas, asesinatos, compra de votos, acarreos. Puebla vivió ayer los
coletazos de una bestia herida que se resiste a morir como consecuencia de la
marea progresista que ha generado Andrés Manuel López Obrador en todo el país.
Pero todo ello, no nos ha quitado la satisfacción mayor: ganamos. Andrés Manuel
es el presidente electo de México con una votación de más del 50% de los
sufragios. Probablemente tendremos mayoría en el senado y en la cámara de
diputados. Hemos ganado al menos cinco de las nueve gubernaturas que estuvieron
en disputa. Morena y sus aliados han
amanecido con el hecho de que serán gobierno no solamente a nivel nacional y en
algunas entidades, sino en cientos de
ayuntamientos, a lo largo y ancho de todo el país. Hemos despertado pues,
sabiendo a lo que sabe el sabor de la victoria.
Desde el hotel que
funge como cuarto de guerra de nuestro candidato a gobernador en Puebla, he visto a través de Aristegui Noticias cómo
Andrés Manuel ha salido de su casa de campaña, se ha dirigido a un hotel y
después al zócalo de la Ciudad de México. En sus discursos de victoria,
advierto lo que se viene: un gobierno que se apartará de la lógica neoliberal
pero acotado por un mundo neoliberal; un gobierno sobrio que será republicano
en el pleno sentido de la palabra; un gobierno que separará el poder
político del poder económico y que
buscará ser implacable con la corrupción. En suma, un gobierno que estará lejos
de la revolución que soñé cuando era
parte de una familia marcada por la lucha clandestina contra la feroz dictadura
guatemalteca. Pero que no obstante ello, está trazando el camino de lo que
llamamos la cuarta transformación de México, que inaugura una nueva época en su
historia y le da paso a la esperanza. Veo por internet el zócalo atestado de
una multitud eufórica y me abrazo alborozado con mis compañeros y compañeras de
lucha. Pese a que el cacicazgo regional en Puebla nos está escamoteando con
fraude y violencia nuestro triunfo local, estamos exaltados y llenos de
felicidad.
Es el sabor a
victoria. Repaso mi vida y encuentro que
pocas veces he podido paladearlo. Los afanes en los cuales me vi involucrado,
no pocas veces naufragaron en sangre. O como sucedió en el México de 2006 y
2012, culminaron en fraudes y elecciones compradas. Rememoro mis sueños de
juventud y los contrasto con las expectativas que tengo ahora. El triunfo de
ahora es distinto al que mi generación soñó. Pero es una conquista extraordinaria. Por ello, habiendo probado la hiel de la
derrota, hoy no puedo sino celebrar la dulzura de la victoria.
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