Frente a la grave
situación impuesta por las oligarquías locales en países ampliamente
influyentes en el continente, como es el caso de Brasil, México se convierte a
partir de ahora en un rayo de luz y esperanza para los sectores
tradicionalmente empobrecidos y
marginados.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
La modernidad,
entendiendo por tal el fin de la Edad Media y el inicio de la hegemonía mundial del Occidente
cristiano, comenzó en México con la conquista
en 1521 de Tenochtitlan, la más
poblada y bella ciudad del mundo de la época, batalla épica y magistralmente narrada por el
escritor costarricense José León Sánchez. Esta histórica batalla fue ganada por
el conquistador español Hernán Cortés a
los aztecas, el pueblo originario de lo que hoy es México.
Los aztecas habían
creado el más poderoso, militarmente considerado, imperio entre las culturas
del continente americano. Producto de
esta conquista militar, toneladas de metales preciosos, a las que se alude cuando se habla “del oro
de América”, terminaron en manos de los banqueros de Europa; lo cual dio origen
a lo que Marx llamó “la acumulación primitiva de capital”. En base a ello, la Cristiandad Occidental pudo crear,
por primera vez en la historia de la humanidad, un imperio realmente
planetario; hasta el punto de que el Emperador Carlos V podía vanagloriarse
diciendo que “en sus dominios no se ponía el sol”…! Y no exageraba!
Durante la era
colonial, que duró tres siglos y medio, México
formó parte del Imperio español y
a su estructura de poder se le denominó el Virreinato de la Nueva
España, a la cual pertenecían también lo que hoy son las repúblicas de Centro
América. En 1810, como repercusión
local de las convulsiones que sacudieron
el mundo y dieron origen a la Edad
Contemporánea, como fueron la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico, se
inició el proceso de independencia del Virreinato de la Nueva España, a partir
de la insurrección popular lanzada por
dos curas del bajo clero y de
pensamiento ilustrado, Miguel de Hidalgo y José María Morelos. El
intento de prolongar las estructuras de dominación imperial incoadas por el
Virrey Agustín de Iturbide pronto abortó; pero su rechazo por parte de las élites ilustradas sirvió
para que nuestros pueblos se manifestaran por primera vez en forma soberna y pusieran las bases de lo que, a lo largo
del siglo XIX, les permitiría ir conformando el Estado nacional de
inspiración básicamente liberal. A lo
largo del siglo XIX México se convierte en una nación soberana, donde
destaca la figura de Benito Juárez; pero
por razones geográficas e
ideológicas, también México se ha
convertido en la conflictiva frontera
Norte – la única frontera territorial del continente- que nos separa y nos une
a la otra América, aquella que no es la nuestra, como diría José Martí.
Nuestra América se lanza en los meandros
del siglo XX con la Revolución Mejicana,
el acontecimiento histórico más importante de la historia política de
nuestra región durante la primera mitad del siglo XX.
De nuevo ahora, Nuestra América se lanza al siglo XXI
político en México, gracias al triunfo
arrollador de las fuerzas progresistas encabezadas por el dirigente
popular Andrés Manuel López Obrador. Heredero y portavoz de los más auténticos valores patrióticos de
la dramática historia de su pueblo, AMLO y su triunfo están llamados a
convertirse en un salto cualitativo en las
luchas de nuestros pueblos por la defensa de sus recursos naturales y en
la construcción de una zona de paz,
capaz de resolver sus problemas, tanto domésticos como regionales, sin injerencia de los poderes imperiales y de
sus aliados locales.
México es el país de habla española y de cultura
mestiza más poblado del mundo con sus 120 millones de habitantes; es también la
gran potencia económica de la región al lado del otro gigante latinoamericano,
Brasil. Sin embargo, la Revolución
Mejicana, que causó un millón de
muertos y más de dos decenios de turbulencia, sólo fue capaz de llevar al poder
a un gran dirigente patriótico, como fue el General Lázaro Cárdenas –Presidente
de la República de 1934 a 1940 - a pesar de haber tenido líderes salidos de
sus entrañas populares que hicieron historia por sus legendarias hazañas, como fue Emiliano
Zapata. Desde entonces, México no ha
tenido una sola elección verdaderamente democrática; sus presidentes y muchos
gobernadores han asaltado el poder
gracias al fraude y al soborno; la corrupción se ha hecho proverbial.
El régimen priista
comenzó su declive, lento pero irreversible,
a partir de la masacre de Tlatelolco
en 1968. Los dos triunfos
posteriores del PAN, un partido
político más retrógrado pero no
menos corrupto que el PRI, no hizo sino
deteriorar la situación. México se convirtió en un estado fallido, donde los
poderosos carteles del narcotráfico han infiltrado las instituciones
republicanas, tanto locales como federales. El Tratado de Libre Comercio con
los vecinos del Norte no ha hecho sino agravar la ya tradicionalmente precaria situación del campesino, todo para favorecer a los
productores agrícolas de Estados Unidos – farmers- . De ahí la migración masiva
de braceros hacia el Norte y la respuesta brutal deI Imperio que ha convertido
su frontera Sur en una de las regiones más sangrienta del mundo.
En los últimos diez
años el pueblo mejicano ha vivido en un virtual estado de guerra civil, que ha
dejado como saldo 200 mil muertos y 50 mil desaparecidos, que se deben no sólo a la acción
mayoritariamente impune de los carteles de la droga, sino también a la
complicidad directa de políticos y terratenientes locales y de sus cuerpos de
policía y del ejército. Por desgracia, una situación similar se vive en los
vecinos del Sur, como Guatemala y Honduras.
Pero el grito grávido
de esperanza del heroico pueblo mejicano, no se ha hecho esperar esta vez y ha
dicho presente en el mensaje del presidente electo Andrés Manuel López Obrador,
heredero legítimo de Morelos y
Juárez, de Zapata y Cárdenas. Al igual que Lula en Brasil, AMLO no es un
político tradicional, sino que surge de las luchas sociales, si bien su formación
académica es superior a la del brasileño curtido éste último en las luchas sindicales. López Obrador luchó durante tres campañas
electorales por la presidencia de la
república; las tres las ganó, pero la dos primeras le fueron arrebatadas por el
fraude, igual que le había sucedido a su antecesor Cuactemoc Cárdenas, hijo del
presidente Lázaro Cárdenas. Ante el deterioro generalizado del país, a las
clases dominante no les ha quedado más remedio que cederle la palabra al pueblo
mejicano, quien ha elegido a AMLO por amplia mayoría dándole igualmente
cómoda mayoría en las gobernaciones
de cinco estados y en las dos cámaras
del Parlamento.
Frente a la grave
situación impuesta por las oligarquías locales en países ampliamente
influyentes en el continente, como es el caso de Brasil, México se convierte a
partir de ahora en un rayo de luz y esperanza para los sectores
tradicionalmente empobrecidos y
marginados. Uno de los méritos mayores de AMLO es haber devuelto al pueblo la
confianza en la democracia, confianza que había perdido por tantas décadas de
fraude y corrupción. Desde el punto de vista de las relaciones
intercontinentales, la lucha por hacer realidad que nuestra región sea una zona
de paz y la acción de una diplomacia
firme en los foros internacionales será de capital relevancia, lo mismo que su clamor para que se haga
realidad el respeto irrestricto a los principios del derecho internacional, lo
cual se notará como un cambio henchido
de dignidad y humanismo. Tenemos la
firme convicción de que el amplio triunfo de AMLO constituirá el inicio de una
nueva era para nuestros pueblos. Porque Nuestra América comienza en
México. Por hoy sólo nos cabe gritar:
¡Gracias, hermanos mejicanos! ¡Gracias ALMO y su movimiento MORENA!
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