En México, por un amplio margen, acaba de ganar las
elecciones el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional -MORENA- Andrés
Manuel López Obrador. El campo popular en su sentido más amplio y la izquierda
-mexicana y mundial- lo festejan.
Marcelo Colussi / Para
Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Incluso hubo quien dijo que esto muestra que de ningún modo está
terminado el ciclo de los gobiernos progresistas en Latinoamérica, tal como los
resultados electorales de varios países lo pudieran hacer pensar, con el
retorno de propuestas abiertamente neoliberales y la caída/salida de
administraciones de centro-izquierda (Argentina, Brasil, Ecuador, Paraguay).
Por supuesto que es para saludar la llegada de aire fresco a la casa
presidencial. De hecho, México es un referente en Latinoamérica, y su peso
político influye considerablemente en el sub-continente. Más allá de todo lo
que pueda decirse de la propuesta de López Obrador, está claro que no es el
neoliberalismo descarado, una visión ultra-derechosa de las cosas, un proyecto
antipopular. Saludémoslo entonces.
Pero no se pueden dejar de hacer algunas consideraciones críticas,
imprescindibles dada la coyuntura. En estas últimas décadas todo el campo
popular (de México y de toda América Latina) sufrió un tremendo retroceso.
Sobre las sangrientas dictaduras que barrieron el continente (México fue la
excepción en ese aspecto) se asentaron los terribles planes neoliberales
dictados por los organismos crediticios de Bretton Woods: el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial. En realidad, esas políticas fueron un
rediseño del capitalismo a escala global donde los únicos beneficiados fueron
las grandes potencias -Estados Unidos fundamentalmente, y más aún su banca- y
la clase capitalista a nivel mundial. Esto último, en tanto estas líneas
neoliberales (capitalismo salvaje, más precisamente dicho) significaron el
retroceso y/o pérdida de conquistas laborales y sociales históricas de la clase
trabajadora. El trabajo en situación crecientemente precarizada se hizo normal,
y los sindicatos pasaron a ser instrumentos cooptados casi completamente por el
capital.
México se tornó una abierta dependencia del capitalismo estadounidense,
aumentando exponencialmente su pobreza, y como efecto derivado, su clima de
violencia generalizada. La narco-política se enseñoreó en toda su geografía, y
las migraciones irregulares hacia el “sueño americano” quedaron casi como la
única vía de escape.
¿Cambiará eso con López Obrador? Ahí está la falacia que debe apuntarse:
su llegada no deja de ser una buena noticia, pero con la aquilatada experiencia
que existe después de todos los “progresismos” en nuestros países, debemos ser
cautos.
Desde Salvador Allende en Chile, en la década del 70 del siglo pasado,
hasta todos los progresismos surgidos ya entrando en el siglo XXI
(Chávez/Maduro en Venezuela, el PT en Brasil, los Kirchner en Argentina, Evo
Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay, Lugo en Paraguay, el
FMLN hecho gobierno en El Salvador), la situación estructural no ha podido
modificarse. Si bien es cierto que planes asistenciales han ayudado mucho en
todos esos países, no se han visto cambios sustanciales a largo plazo como sí
pasó en Cuba. Si se puede hablar de “fin del ciclo progresista” es porque ha
habido un agotamiento en la bonanza de los precios internacionales de ciertas
materias primas, lo que hizo que, escaseando las divisas, los planes de ayuda
se fueran esfumando.
Obviamente los planes de reconversión ultraderechista que llegaron estos
años son una pésima noticia para el campo popular. Al lado de ellos, y ante el
fenomenal retroceso del ideario de izquierda de estas décadas debido a la
paliza tremenda sufrida por las fuerzas anticapitalistas, la llegada de un poco
de oxígeno que representan estas propuestas de ¿capitalismo con rostro humano?
se pueden sobredimensionar y ver como grandes avances sociales.
Ahora bien, la realidad, siempre obstinada y pertinaz, enseña algo a
sangre y fuego: los cambios reales, profundos, los cambios por los que tiembla
la clase dominante, no se consiguen en las urnas. El poder real nace de la
movilización popular, no de figuras carismáticas. Puede decirse que estos
intentos son eso: intentos, pasos de una larga marcha. Pero sin organización
popular desde abajo (léase: revolución socialista) no es posible torcerle el
brazo a la serpiente viperina del capitalismo. Aunque sin dudas: ¡bienvenido
López Obrador!
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