La izquierda guatemalteca se debate entre la
reedición de los magros resultados obtenidos en los últimos eventos electorales
o lograr la necesaria alianza de sus fuerzas de manera que se convierta en
alternativa en esta arena de disputa.
Mario Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Cinco o seis partidos políticos que se
autodenominan de izquierda tienen la posibilidad de participar en la contienda
electoral de 2019. Tres partidos inscritos, Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca-Movimiento Amplio de Izquierda (URNG-MAIZ), Winaq y Convergencia,
y tres en proceso de conformación, Movimiento para la Liberación de los Pueblos
(MLP), Movimiento Semilla y Libre (antes Movimiento Nueva República —MNR—). Al
mes de junio puede preverse que el MLP y Semilla no tendrán problema en lograr
el número de afiliados requeridos y en realizar sus asambleas municipales,
departamentales y nacionales, lo cual posibilitaría su inscripción como
institutos políticos y la elección de candidaturas para participar en los
comicios de junio de 2019. Con alrededor de dos tercios de los afiliados
necesarios, el partido Libre podría enfrentar serias dificultades para llegar
oportunamente al cierre de la convocatoria, que ocurriría en marzo.
Las últimas experiencias sitúan a los
partidos de izquierda como fuerzas marginales a causa de la incapacidad —por
razones propias— para enfrentar con coherencia las condiciones en cada
competencia electoral. Los resultados electorales confirman la tendencia a su
estancamiento en la marginalidad. En las últimas elecciones a la presidencia de
la república alcanzó el 2.69 % de los votos al sumar lo obtenido por la alianza
Winaq-URNG-MAIZ y el MNR, ambos compitiendo por separado. En la votación para
diputados por lista nacional, el porcentaje se triplicó a 9.06 %, resultado
obtenido de forma separada por Winaq-URNG-MAIZ (4.32 %), Convergencia (3.84 %)
y MNR (0.9 %), aumento que se explica por la tendencia al voto cruzado que
realiza el electorado proclive al segmento de izquierda.[1]
Si no cambia el panorama en los próximos
meses, muy probablemente participarán de forma separada la alianza
Winaq-URNG-MAIZ, Convergencia, MLP, Semilla y Libre, es decir, cinco opciones
que competirán por un techo electoral bastante bajo, que rondaría el 10 % de
los votos a nivel nacional. Esto implica que dividirían el voto de izquierda en
todos los distritos y elecciones en disputa, lo cual redundaría en el resultado
no solo porcentual, sino también de diputados y alcaldías que cada una obtenga.
En estas circunstancias, varios partidos de izquierda podrían desaparecer.
Esto sucedería en un contexto adverso,
en el cual la hegemonía sigue estando a favor de las fuerzas de derecha y de
quienes ostentan históricamente el poder. Aun cuando varios partidos de derecha
enfrentan dificultades legales para la contienda, las fuerzas conservadoras no
tendrán mayor problema en recomponerse y optar por dos o más fuerzas
principales para garantizarse —no sin dificultades— el control de los
organismos estatales, como sucedió en 2015.
Un riesgo adicional de los partidos de
izquierda está en acrecentar su desgaste producto de corrimientos y errores
políticos. Este sería el caso de aliarse en torno a alguna candidatura de
derecha, que, por su posicionamiento frente al pacto de corruptos, podría ser
interpretado como estratégico para lograr su desplazamiento del Gobierno. El
riesgo está en dos factores principales: 1) que se alíen con una opción
electoral que responda a los intereses y a la estrategia de segmentos de poder
procedentes de la clase dominante y 2) que por una alianza de este tipo se
profundicen las diferencias entre partidos de izquierda y se profundice el
alejamiento de las luchas que vienen impulsando representaciones importantes de
movimiento sociales y de pueblos que se ubican en la izquierda social.
La información básica y el sentido
común nos dicen que la izquierda electoral se encuentra en la disyuntiva de
aliarse hacia abajo y hacia la izquierda o reeditar los resultados de
elecciones anteriores: 1) una votación a favor, escasa y fragmentada; 2) un
número mínimo de diputados y de alcaldías; 3) mayor división y fragmentación
política para enfrentar los retos históricos y coyunturales, y 4) marginalidad
política y un camino más largo para pensar en la posibilidad de convertirse en
alternativa electoral.
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