Con una votación
histórica e inobjetable, y con mayoría en las dos cámaras –Senado y Congreso-,
el nuevo gobierno enfrentará el desafío de levantar al país de una de sus más
graves crisis, y particularmente, de poner en marcha la reconstrucción del proyecto
nacional, la cuarta transformación de México.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El triunfo arrasador de
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las elecciones presidenciales del pasado
1 de julio, en las que obtuvo más el 53% de los votos, más del doble de los
consignados por el segundo lugar, deja pocas dudas sobre la voluntad del pueblo
mexicano de emprender un cambio de rumbo, ahora por caminos distintos a los del
proyecto neoliberal instaurado desde la década de 1990, y cuyos antecedentes se
remontan a las crisis de 1976 y 1982, y a las falsas soluciones implementadas
por los gobiernos del PRI que acabaron por someter el país a los dictados de los
organismos financieros internacionales.
Ese proyecto tuvo su
hito culminante en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN),
tanto desde la perspectiva de las élites que vieron en al acuerdo comercial la
tan anhelada puerta de ingreso al llamado primer
mundo, como desde la perspectiva de los grupos y sectores históricamente
oprimidos, que entendieron que aquella alianza de empresarios representaba un
punto de inflexión en las formas de lucha y resistencia contra el nuevo giro
civilizatorio del capitalismo neoliberal. La emergencia del Ejército Zapatista
de Liberación Nacional en las montañas de Chiapas, el 1 de enero de 1994, el
mismo día de la firma del TLCAN, resultó emblemático del nuevo momento
histórico que se abría.
En aquel contexto,
apareció hacia finales de los años ochenta un libro fundamental para la
comprensión del devenir social, cultural y político del hermano país del norte:
México profundo. Una civilización negada,
de Guillermo Bonfil Batalla[1]. En su obra, el
antropólogo analizaba el devenir del México imaginario,
forjado a partir de la negación sistemática de las culturas originarias y de la
subordinación de los sectores populares, y que tomaba como referente a las
civilizaciones extranjeras. Desde la crítica a ese modelo, el autor exhortaba sobre la necesidad de
“redefinir y echar a andar un nuevo proyecto nacional”, basado en “los procesos
históricos y de civilización que están vigentes aquí y que son resultado de una
historia profunda”. Bonfil Batalla pensaba que “no es la acumulación de
dificultades lo que nos agobia. Lo que nos inmoviliza hoy es el desvanecimiento
de un proyecto y la incapacidad para formular otro que no reincida en sus
viejas trampas”. Frente a esa realidad, explicaba, la alternativa consistía en
“proponernos construir una nación plural”, desde la que fuera posible “querer
ser lo que realmente somos y podemos ser: un país que persigue sus propios
objetivos, que tiene sus metas propias
derivadas de su historia profunda”.
Tuvieron que
transcurrir casi cuatro décadas de dolorosas experiencias políticas, del saqueo
indiscriminado de las riquezas energéticas –ofrecidas sin reparo al mejor
postor-, de decadencia de sus instituciones republicanas, de penetración del
narcotráfico y el crimen organizado en su sistema democrático, de entrega de su
política exterior soberana y latinoamericanista a los intereses del imperio; y
en definitiva, de la instauración, a sangre y fuego, de una cultura de la
violencia que afecta a ricos y pobres, para que la sociedad mexicana optara
finalmente por la posibilidad de construir un proyecto nacional alternativo, de
regeneración nacional en su más amplio sentido, como lo propuso AMLO en los
numerosos recorridos que realizó por todo el territorio mexicano en los últimos
años.
En su breve pero
emocionante discurso de la victoria, la noche del domingo,
el presidente electo perfiló las principales líneas de acción de su gobierno
para el próximo sexenio: profundización de la democracia y respeto a todos los
derechos consagrados en el ordenamiento constitucional; atención preferencial
“a los más humildes y olvidados; en especial, a los pueblos indígenas”; lucha
frontal contra la corrupción, resguardo de la hacienda pública y revisión de
los contratos y concesiones de recursos energéticos realizados por los últimos
gobiernos; en materia económica, aumento de la inversión pública y
fortalecimiento del mercado interno para “producir en el país lo que
consumimos y que el mexicano pueda trabajar y ser feliz donde nació, donde
están sus familiares, sus costumbres, sus culturas”; cambio en el enfoque de
combate a la violencia, para atender sus causas: la desigualdad y la pobreza; y
en política exterior, relaciones de respeto y firmeza con los Estados Unidos en
la defensa de los intereses mexicanos, y recuperación de los tradicionales
principios de no intervención, de autodeterminación de los pueblos y resolución
pacífica de los conflictos.
Con una votación
histórica e inobjetable, y con mayoría en las dos cámaras –Senado y Congreso-,
el nuevo gobierno enfrentará el desafío de levantar al país de una de sus más
graves crisis, y particularmente, de poner en marcha la reconstrucción del proyecto
nacional, la cuarta transformación de
México. AMLO parece decidido a ello, y en América Latina no le faltará la
fuerza ni la solidaridad para emprender esa tarea. ¡Adelante, señor presidente!
NOTAS
[1] Bonfil Batalla, Guillermo (2008). México profundo. Una civilización negada.
México, DF: Random House Mondadori. Pp. 229-230 y 245.
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