Trump y
su proteccionismo descoloca a los organismos internacionales y a sus mentores
ideológicos, contraponiendo sus propuestas contra el sentido común neoliberal
construido por cuatro décadas luego de la crisis de los setenta.
Julio C. Gambina / ALAI
El
viernes 6/7/2018 EEUU impuso aranceles a las importaciones provenientes de
China por 34.000 millones de dólares. La inmediata respuesta china fue de
réplica y por el mismo importe.
La
escalada proteccionista amenaza a multiplicar ese monto por varias veces,
trascendiendo la relación bilateral y afectando al propio capitalismo como
sistema mundial.
Es EEUU
contra China, pero también EEUU contra Europa, o Canadá y México, o sea, contra
todos los países del sistema mundial en aras de recomponer a favor de
Washington las relaciones económicas bi o multilaterales.
Desde
las relaciones internacionales se teme porque nadie tiene el poder de
confrontación de EEUU, o de éste y de China.
EEUU
tiene el poder del dólar, con capacidad de emitir a voluntad, aun siendo ello
relativo, del mismo modo que suma poder bélico y cultural e intenta la
supremacía tecnológica en tiempos contemporáneos.
China
se sostiene en un gigantesco superávit comercial y financiero, especialmente en
bonos del Tesoro de EEUU, junto a su ampliada capacidad de gasto bélico y de
desarrollo tecnológico de última generación.
La
batalla por el dominio tecnológico está en el centro de la discusión comercial,
monetaria y productiva, a lo que debe sumarse la capacidad de disuasión bélica
y la influencia mediático cultural.
Esta
situación de confrontación descoloca la lógica aperturista y liberalizadora
inspirada desde el mentiroso ideario neoliberal, que supone la no intervención
estatal, desmentida desde una gigantesca participación de cada Estado Nación en
el sustento de los intereses de los capitales de origen en sus territorios.
La
realidad es que esos intereses privados se negocian en los organismos
internacionales, gestionados por funcionarios de los Estados Nacionales en
favor de los capitales privados. El Estado es el mecanismo de lobby del capital
privado. En el ámbito nacional el Estado regula los intereses del capital
contra el conjunto social y en el ámbito mundial cada Estado defiende a los
capitales nacionales en función de su capacidad negociadora en el sistema
mundial.
Sin el
Estado Nación, los capitales privados no pueden imponer sus necesidades como
reglas del sistema mundial.
Trump y
su proteccionismo descoloca a los organismos internacionales y a sus mentores
ideológicos, contraponiendo sus propuestas contra el sentido común neoliberal
construido por cuatro décadas luego de la crisis de los setenta.
Quedan
descolocados organismos, funcionarios e intelectuales de la lógica
“globalizadora”, sea el FMI, la OMC, o aquellos que remiten a la corriente
principal del pensamiento económico “liberal” (o neo-liberal), los que influyen
en la Academia, los Medios de Comunicación y muy especialmente en los gobiernos
de derecha, en expansión en varios territorios del planeta.
Existe
entonces incertidumbre tras décadas de un discurso “aperturista y
liberalizador”, que con el cuantioso déficit comercial estadounidense,
principalmente con China, desnudó sus límites.
¿No era que la apertura resulta beneficiosa
para todos los países?
El
triunfo de Trump se explica por los votos del descontento con la globalización,
por el efecto del cierre de empresas y su impacto en el empleo y la crisis
urbana de territorios antiguamente progresistas, sea Detroit como capital del
automóvil, u otras ciudades fantasmas y/o desaparecidas, o disminuidas rutas
que explicaron el progreso de antaño, caso de la Ruta 66 en EEUU.
Por
eso, Trump hizo campaña y asumió bajo la presidencia de EEUU sustentando la
consigna “America First”, lo que suponía una crítica a la liberalización
operada e impulsada por casi cuatro décadas desde EEUU, entre Reagan
(1981-1989) y Obama (2009-2017). En la lectura de Trump y sus votantes, EEUU
perdió con la globalización, en la desindustrialización y pérdidas de empleo.
Pero
atención que en ese mismo tiempo histórico operó la modernización de China,
iniciada en 1978 por Deng Xia Ping, para transformar al país ya hace unos años
en la “fábrica” del mundo, adueñándose del primer lugar en la producción y
exportación de bienes materiales del sistema mundial. Aquí la lectura es de
ganancia con la globalización.
Es
curioso observar como los promotores de la globalización hacen un balance
negativo sobre las consecuencias en su territorio, y a la inversa, la
emergencia china se presenta como sostén de la continuidad de la globalización.
La
liberalización de la economía mundial bajo discurso hegemónico “neoliberal”,
ensayado bajo dictaduras genocidas en el sur de América desde 1973, facilitó la
libre circulación de capitales que transitoriamente resolvió el problema de
rentabilidad del capital estadounidense, europeo y japonés ante las fuertes
caídas de fines de los sesenta y comienzos de los setenta, recolocando sus
inversiones en otros territorios “emergentes”, especialmente China.
Un
nuevo orden emergió ante los problemas del capitalismo mundial en los 60/70,
que era aún un mundo bipolar que proyectaba en el imaginario social global la
posibilidad de ir más allá del capitalismo y por ende se imponía cultural e
ideológicamente demostrar las ventajas del libre cambio en el nuevo tiempo de
transnacionalización de la economía mundial, contra cualquier propuesta de
orden anticapitalista.
Esos
flujos de inversión se orientaron principalmente hacia Asia y el Medio Oriente,
petróleo mediante para este caso.
China
fue el gran receptor de inversiones externas, bajo la soberanía del Estado
gobernado por el Partido Comunista, lo que suponía la gestión soberana del
orden económico bajo la dirección del Estado Nación. Entre otras cuestiones,
los gobernantes de China no enajenaron la propiedad del suelo y establecieron
normas restrictivas a la lógica universal del capital.
El
flujo de capitales hacia China se constituyó en un gigantesco stock para la
acumulación y reproducción ampliada del capital, no solo en China, sino en el
ámbito mundial. El capital del Estado chino se agigantó en ese periodo y con
esa lógica.
Pero en
ese proceso, China creció en la producción material y por ende en la oferta
comercial global, con capital estatal y privado, muy especialmente en contra
del papel de EEUU, al tiempo que se constituía en el principal financista con
su excedente económico, del déficit fiscal y comercial de EEUU. China es el
mayor tenedor de bonos del tesoro de EEUU.
Con esa
acumulación material, China se presenta últimamente en la disputa monetaria. Su
moneda actúa contra la antigua hegemonía del dólar lograda desde Bretton Woods
en 1944. Son cuantiosos los convenios comerciales bilaterales acordados en los
últimos años con moneda China, el yuan.
Orden y desorden en el capitalismo
El
interrogante es si EEUU bajo gobierno Trump o sucesivos con la misma
orientación, si la política interna estadounidense así lo indicara (crecimiento
económico mediante o baja del desempleo), podrá revertir la situación
estructural gestada por décadas de liberalización, a contramano del origen
“proteccionista” que llevó a las colonias independizadas en 1776 a crecer y
transformarse hacia 1945 en la potencia hegemónica del orden imperialista.
Vale la
mención histórica ya que Inglaterra se había constituido en potencia hegemónica
baja la consigna liberal del libre comercio, la libre competencia y el libre
cambio. Es una concepción ideológica sustentada en pensamiento clásico de la
nueva ciencia emergente: la Economía Política, con Adam Smith y su “Acerca de
la Riqueza de las Naciones” hacia 1776, o David Ricardo y su magna obra de 1817
“Principio de Economía Política y Tributación”.
La traducción
de ese ideario en el nuevo país fue a contramano del libre comercio y se
sustentó en un renovado proteccionismo para la industrialización y las finanzas
desde un nacionalismo propio (algo similar ocurrió en Alemania). El ideólogo de
ese accionar fue Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores y el primer
Secretario del Tesoro del gobierno de George Washington.
El
proteccionismo originario de Hamilton es el antecedente histórico de una
política económica que colocó a EEUU en la línea de sucesión de la hegemonía
imperialista, único caso de esa evolución desde su inicio colonial. EEUU como
Gran Bretaña, luego de su consolidación como potencia industrial y financiera
promovió junto al proteccionismo para su territorio y capitales, la más amplia
apertura del resto del mundo.
Así se
construyó el mundo capitalista desde 1945, inundando de dólares el sistema
mundial para declarar la inconvertibilidad del dólar en 1971 rompiendo todos
los acuerdos sustentados al fin de la segunda guerra mundial. El mundo
capitalista se desbarató entonces, pero EEUU consolidó su poder económico,
militar y cultural.
¿Podrá
consolidarse ahora desbaratando las relaciones internacionales construidas por
décadas?
La
impunidad de la política exterior del imperialismo estadounidense es una
constante desde su histórica hegemonía, incluso desde antes (expansión
territorial histórica contra México, por ejemplo).
Con la
caída de la URSS se validó el imaginario para la libre circulación del capital
bajo hegemonía estadounidense, lo que encontró límites en varios procesos en
curso, donde China es uno de los más destacados, no el único.
Entre
otros puede registrarse la re-emergencia de Rusia en el sistema mundial,
especialmente por razones militares y diplomáticas.
Puede
también considerarse en otro plano el proceso de cambio político en Nuestra
América a comienzos del Siglo XXI, lo que provocó la contraofensiva de las
clases dominantes en curso, vía golpes blandos y fuerte batalla ideológica
cultural para recomponer la agenda de la restauración liberalizadora.
Más allá del capitalismo
Se
escuchan voces críticas a la guerra comercial desatada por EEUU, que pareciera
defienden el orden capitalista vigente desde los setenta y ochenta bajo el
discurso neoliberal.
Como si
el accionar actual del EEUU gobernado por Trump fuera contrario a un bienestar
deseado gobernado por la experiencia previa.
No se
comprende que el accionar previo, de Reagan a Obama era la forma asumida de la
supremacía estadounidense (neoliberal) y que ahora con Trump se asume una nueva
etapa (¿proteccionista?) para renovar y recrear la dominación estadounidense.
El
efecto social negativo en materia de mayor explotación y depredación de bienes
comunes operó con la propuesta de liberalización de la economía en tiempos
aperturistas y tratados de libre comercio y bilaterales en defensa de las
inversiones, como ahora con el proteccionismo de Trump.
Por eso
Nuestra América debe recomponer una estrategia de integración regional
alternativa a las demandas e intereses de las transnacionales y las principales
potencias de la dominación contemporánea.
Ni
aquel orden liberal fue favorable a los explotados y empobrecido, ni esta
búsqueda proteccionista lo será para la amplia mayoría de la sociedad.
La
guerra comercial y monetaria es por la dominación y la aspiración debiera ser
por constituir la lucha por la emancipación social.
Por
eso, la discusión debe ir más allá y pensar en la crítica del orden
contemporáneo, incluido el desorden generado desde la guerra comercial o monetaria,
parte de procesos de confrontación ideológica o bélica que el panorama mundial
devuelve.
Ni el
pensamiento hegemónico ni el poder real imaginan ese horizonte más allá del
capitalismo, que solo puede estar en la capacidad social de criticar nuestro tiempo
para transformar la realidad en favor de las necesidades sociales
insatisfechas. Todo un desafío social e intelectual.
Buenos Aires, 7 de julio de 2018
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