La guerra comercial que
ha desatado Donald Trump en contra de China no es un episodio pasajero que
terminará en breve para ser rápidamente olvidado.
Alejandro Nadal / LA JORNADA
Esta es la segunda vez
en la historia que Estados Unidos utiliza su poderío económico para frenar el
auge de una potencia rival en Asia. Desde la restauración Meiji, que puso fin
al shogunato de los Tokugawa en 1868, Japón desarrolló una exitosa política
económica y tecnológica dirigida a alcanzar un desarrollo industrial comparable
al de Inglaterra o Alemania. En los años 1930 presionó a sus vecinos en Asia
para construir la Gran esfera de coprosperidad, que le permitiría garantizar
mercados para sus exportaciones y una fuente estable de recursos naturales.
Estados Unidos, Inglaterra y Francia no vieron con buenos ojos el surgimiento
del nuevo rival asiático. Sus esfuerzos por bloquear el ascenso de la nueva
potencia rival fueron un factor importante, aunque no el único, en el
surgimiento del militarismo japonés. También sirvieron para detonar la Segunda
Guerra Mundial en el Pacífico.
Hoy todo ha cambiado,
pero en Asia surgió un nuevo rival. China se convirtió en pocas décadas en una
potencia que Estados Unidos considera ya una amenaza. Después de años de guerra
y ocupaciones extranjeras, el triunfo del Partido Comunista chino, en 1949,
condujo a la creación de la República Popular China. En 1978, Deng Xiaoping
introdujo una primera serie de reformas en la conducción de la economía. Entre
1979 y 2013, la economía china mantuvo una tasa promedio de crecimiento anual
cercana a 10 por ciento. Al mismo tiempo, Pekín mantuvo la conducción estatal
de la estrategia económica y una política industrial y tecnológica que llevó a
profundas transformaciones estructurales. China, hoy, aspira a que su moneda
sea reconocida como medio de pago y reserva de valor a escala internacional. Su
iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda es un proyecto de infraestructura y
transporte que busca dar una proyección global al poderío económico chino.
Hoy, China se encuentra
enfrascada en una guerra comercial con Estados Unidos. En el último año
Washington y Pekín han impuesto aranceles hasta de 25 por ciento sobre flujos
comerciales por más de 900 mil millones de dólares. Pero esta guerra comercial
es, en realidad, otro teatro de batalla en una guerra de largo aliento.
La guerra la inició
Washington, pero no busca corregir un simple problema de desequilibrio
comercial en algunos productos, como la soya, el aluminio o el complejo
automotriz. Ni siquiera se trata de una guerra sobre el saldo de la balanza
comercial, como ha dicho Trump. Se trata de una guerra cuyo fin es forzar a China
a adoptar una política distinta sobre controles de capital, política industrial
y propiedad intelectual. En el G20, en junio pasado, Xi Jinping y Trump
acordaron un armisticio para volver a comenzar negociaciones comerciales. Pero
este proceso va a durar mucho tiempo, porque la confrontación es casi a nivel
existencial.
La tasa de crecimiento
del PIB para el segundo trimestre del año (6.2 por ciento) es la más débil
desde que comenzó a medirse esta variable, en 1992. Según Trump, este resultado
muestra que la guerra comercial está afectando más a la economía china. La
realidad es que China viene experimentando menores tasas de expansión desde
hace ya varios años. Para empezar, la economía china no salió sin heridas de la
crisis global de 2008: la caída de la demanda internacional en sus principales
mercados contribuyó a un descalabro muy importante (la tasa de crecimiento del
PIB alcanzó 6.6 por ciento en 2009). Las autoridades económicas en Pekín
respondieron rápidamente con un estímulo fiscal y una política monetaria laxa,
lo que condujo a una recuperación en 2010-2011, pero desde entonces se ha
mantenido una clara tendencia a menores tasas de crecimiento.
No es evidente el
sendero que seguirá la economía china en los meses que vienen. Algunos analistas
consideran que lo peor ya pasó y que en mercados internos importantes, por
ejemplo la venta de automóviles, los números muestran estabilidad. Sin embargo,
la mayoría de los indicadores clave (ventas al menudeo, demanda de energía,
industria de la construcción) muestran que la economía china seguirá
manteniendo una trayectoria de menor expansión económica. Además, como
resultado de su política monetaria, hoy la economía entera se encuentra todavía
tratando de reducir los efectos del sobrendeudamiento y esa es, quizás, la
causa más importante de la caída en el ritmo de crecimiento.
Regresamos al punto de
partida. Estados Unidos puede hacer mucho daño a la economía china, pero sin
una guerra militar no podrá impedir su ascensión. En su intento por frenar el
nuevo poderío chino, Estados Unidos pagará un costo muy elevado al convertirse
en una sociedad cada vez más represiva. Los reflejos imperiales de Washington
afianzarán en lo interno las tendencias dictatoriales y conducirán a la
desaparición de lo que queda de la república.
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