En la historia contemporánea de América Latina
han sido las izquierdas las que han sufrido el peso central de la persecución y
las violaciones a los derechos humanos. Siempre representan un “peligro” para
el capitalismo como sistema y para las fuerzas económicas y políticas que son
sus beneficiarias.
Juan J. Paz
y Miño Cepeda / Firmas Selectas de Prensa Latina
La noticia es de la semana pasada
(julio/2019): la Corte de Apelaciones de Roma, Italia, condenó a cadena
perpetua a 24 jerarcas militares y represores de Bolivia, Chile, Uruguay y
Perú, comprometidos directamente en la “Operación Cóndor”. Entre los condenados están los chilenos
Hernán Jerónimo Ramírez, Rafael Ahumada Valderrama, Pedro Octavio Espinoza
Bravo, Daniel Aguirre Mora, Carlos Luco Astroza, Orlando Moreno Vásquez y
Manuel Abraham Vásquez Chauan; los bolivianos Luis García Meza y Luis Arce
Gómez.
A ellos se suman los peruanos Francisco
Morales Bermúdez, Pedro Richter Prada, Germán Ruiz y Martín Martínez Garay; y
los uruguayos Jorge Troccoli, Juan Carlos Blanco, Ricardo Eliseo Chávez, Pedro
Mato Narbondo, Juan Carlos Larcebeau, José Ricardo Arab, José Horacio Gavazzo,
Pedro Antonio Mato, Luis Alfredo Maurente, Ricardo José Medina, Ernesto Avelino
Ramas Pereira, José Sande Lima, Jorge Alberto Silveira, Ernesto Soca y Gilverto
Vázquez. Otros acusados, como los fallecidos dictadores Jorge Videla y Emilio
Massera, de Argentina, no lograron tener una sentencia formal, por algunas
trabas en el proceso.
Hoy se conoce sobre la “Operación Cóndor” por
los documentos desclasificados de la CIA y otras referencias, como los
“archivos del terror” descubiertos en Paraguay. A partir de 1973, cuando se
derrocó al presidente Salvador Allende (1970-1973), por las gestiones de Manuel
Contreras, Jefe de la Inteligencia chilena, se logró armar el Plan Cóndor con
la internacional dictatorial en el Cono Sur latinoamericano, constituida por
los gobernantesAugusto Pinochet (Chile), Hugo Bánzer (Bolivia), Alfredo
Stroessner (Paraguay) Joao Figueredo (Brasil), Jorge Rafael Videla (Argentina)
y el civil Juan María Bodaberry (Uruguay), manejado por los militares. El
propósito del plan fue perseguir y desaparecer a los “marxistas”, “comunistas”
y líderes “izquierdistas” en todos los países.
¿Por qué los militares se involucraron en una
guerra sucia que apuntaló a los Estados terroristas levantados en la década de
1970? La explicación tiene raíz histórica.
Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), al
desatarse la “guerra fría” y en el marco del Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca (TIAR, 1947), las fuerzas armadas de los países
latinoamericanos progresivamente fueron entrenadas y preparadas por los EEUU
para “colaborar” y frenar cualquier avance “comunista” en la región, a través de
becas para oficiales, visitas técnicas y pasantías en distintas bases o centros
militares.
El más famoso fue el Instituto del Hemisferio
Occidental para la Cooperación en Seguridad, conocido también como “Escuela de
las Américas”, donde se graduaron más de 60.000 militares y policías
latinoamericanos, algunos de los cuales han recibido la condena italiana.
La Revolución Cubana de 1959 aceleró la
preparación de las fuerzas armadas latinoamericanas para el enfrentamiento y
liquidación de las “guerrillas”, que en la década de 1960 surgieron en varios
países, sobre la base de intentar reproducir el camino cubano. El “comunismo”
pasó a ser el enemigo a derrotar en todo el continente y se volvieron
“sospechosos” una amplia gama de sectores: militantes de los partidos de
izquierda, intelectuales marxistas, académicos críticos, profesionales
reformistas, sindicalistas, líderes campesinos e indígenas, dirigentes
populares, estudiantes, activistas y ciudadanos con alguna conciencia social.
Es increíble la cantidad de recursos empleados
durante años para las labores de “inteligencia” a cargo de militares y
policías, movilizados por los hilos ocultos de la CIA, el Pentágono y las
estrategias imperialistas. También se generalizó en América Latina la “Doctrina
de la Seguridad Nacional”, originada en institutos militares del Brasil. De
acuerdo con ella, además de los posibles enemigos externos, había en los
países, ante todo, “enemigos internos” a quienes era necesario liquidar. Y
resultó que casi los únicos enemigos de semejante importancia eran los
“comunistas” e “izquierdistas” de todo tipo.
Dictaduras guiadas por militares
anticomunistas educados en la ideología de la seguridad americanista, hicieron
de las suyas: la Operación Cóndor dejó un saldo conocido de 50.000 muertos,
30.000 desaparecidos, y unos 400.000 presos. Se trató de crímenes de lesa
humanidad y verdaderos genocidios por odio político. Los gobernantes militares
que implantaron el terrorismo de Estado, creían realizar una labor protectora,
de seguridad y salvadora de lo que ellos consideraban la “libertad” y la
“democracia” que, paradójicamente, quedaban destruidas.
Pero hay otro elemento adicional a considerar:
las dictaduras terroristas del Cono Sur contaron con el respaldo de las
burguesías nacionales que, como en el caso de Chile, evidenciaron igualmente su
conciencia genocida. La dictadura pinochetista operó, en esencia, a su favor,
exterminando “comunistas” y edificando un país capitalista y neoliberal, que se
convirtió en ejemplo “exitoso” de modernización económica y en ideal para las
burguesías de otros países latinoamericanos.
Contrariando lo que ocurría en el Cono Sur, en
Ecuador la dictadura del general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976) no fue,
propiamente, “anticomunista”, como lo había sido la Junta Militar (1963-1966)
una década atrás. Ejecutó un proyecto reformista, desarrollista y hasta
“populista”, que pretendió seguir el ejemplo del gobierno “socialista” deJuan
Velasco Alvarado en Perú (1968-1975).
El Consejo Supremo de Gobierno (1976-1979) que
le sucedió, quiso inscribirse bajo el “ejemplo” pinochetista chileno, algo que
felizmente para los ecuatorianos no se logró, aunque el “Plan Cóndor” sí llegó
al país. La muerte del presidente Jaime Roldós (1979-1981) en un accidente de aviación
que nunca quedó bien esclarecido, ha convencido a investigadores como el
intelectual Jaime Galarza Zabala, que se trató de un asesinato orquestado en el
marco del Plan Cóndor.
Pero hay otro régimen que tiene su propio
lugar histórico en el anticomunismo de la misma época: se trata del gobierno
del empresario y millonario guayaquileño León Febres Cordero (1984-1988), quien
fuera auspiciado por el Partido Social Cristiano y las derechas políticas de
entonces. Durante ese mandato se impuso, con arbitrariedad, autoritarismo y
represión, el modelo empresarial inspirado en el neoliberalismo, que sirvió de
base a los sucesivos gobiernos ecuatorianos hasta 2006. A pretexto de combatir
al movimiento armado “Alfaro vive, carajo” (AVC), la persecución a todo izquierdismo
formó parte de las políticas de Estado.
Dos décadas más tarde, en enero de 2008, el
presidente Rafael Correa (2007-2017), mediante decreto, conformó la “Comisión
de la Verdad” para investigar las violaciones a los derechos humanos por parte del
régimen febrescorderista. Estuvo integrada por cuatro miembros: el sacerdote
Luis Alberto Luna Tobar, la defensora de derechos humanos Elsie Monge, el padre
de dos jóvenes asesinados en aquella época, Pedro Restrepo, y como presidente
de la misma, un reconocido jurisconsulto, Julio César Trujillo, quien hasta
hace poco presidió el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social
transitorio (CPCCS-T), que impuso los cambios institucionales del Ecuador
actual, cumpliendo las consignas de la “descorreización” del país.
Trujillo, quien falleció en mayo del presente
año, ha pasado a ser considerado por los círculos políticos e intelectuales del
anticorreísmo, como un ejemplo de virtudes, un respaldo moral de la nación y un
hombre digno de los altares por su ética política. Así lo han dicho y sobre él
han escrito múltiples editorialistas que recuerdan su figura y su papel en la
CPCCS-T. Con esos antecedentes nadie dudará del Informe que elevó en 2010 como
miembro y presidente de la Comisión de la Verdad.
Dicho Informe consta de cinco tomos. Examinó
violaciones a los derechos humanos producidas en un amplio período ubicado
entre 1984 y 2008, que incluyen privación ilegal de la libertad personal,
tortura, desapariciones forzadas, atentados contra el derecho a la vida,
ejecuciones extrajudiciales, violencia sexual, discriminación, arbitrariedades
en la lucha contra el “terrorismo”. Concluyó que el 68% de las víctimas de
semejantes violaciones se produjo en apenas cuatro años, entre 1984-1988; y
señaló, en forma contundente y clara: “la Comisión de la Verdad confirmó que se
cometieron delitos de Lesa Humanidad durante el gobierno de León Febres
Cordero”.
Como puede comprenderse, en la historia
contemporánea de América Latina han sido las izquierdas las que han sufrido el
peso central de la persecución y las violaciones a los derechos humanos.
Siempre representan un “peligro” para el capitalismo como sistema y para las
fuerzas económicas y políticas que son sus beneficiarias. A pesar de ello, los
procesos históricos de la actualidad también tienen sus momentos de reacción
frente a los atentados contra los seres humanos. De modo que las sentencias en
Italia o la verdad otrora descubierta en Ecuador, representan la recuperación
del sentido de la dignidad personal y social, pero, sobre todo, del valor
supremo de la vida.
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