¡Qué
difícil atreverse! Con un paso que se dé más allá de la línea marcada como
límite y te caen a pedradas y escupitajos; cancelan la puerta de tu casa,
tapian tus ventanas, te cortan el agua, la luz, el crédito en la tienda de la
esquina. Y, para peores, tus vecinos te insultan mientras tus amigos te vigilan
cuidando la pureza de tus actos.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Hago
estas reflexiones al calor del 40 aniversario de la Revolución Sandinista de
Nicaragua, ese fogonazo que iluminó el cielo de América Latina como antes lo
hicieron la Revolución Mexicana de 1910, la Guatemala de los diez años de
primavera, la Revolución Cubana, el proceso chileno de la Unidad Popular y, más
tarde, la Revolución Bolivariana de Venezuela y los procesos esperanzadores de
Bolivia, del Ecuador, de la Argentina y de Brasil.
Procesos
disímiles, de profundidades diversas, de inspiraciones distintas pero
comprometidas con lo nacional y con los que menos tienen. Procesos todos
provocadores de euforias y desilusiones, de alegrías y tristezas, de logros y
yerros que han despertado y siguen provocando apasionadas lealtades y
recriminaciones.
Procesos
de búsqueda, de tanteo en un mundo en el que no hay recetas y se está en un mar
en el que se es sardina en medio de los tiburones, con el tiburón mayor a la
vuelta de la esquina acechando, atento a cada movimiento, dispuesto a dar el
mordisco en cualquier momento.
Procesos
también escrutados atentamente por quienes no perdonan el más mínimo movimiento
que se salga del camino trazado hacia la utopía imaginada por cada quien en su
cabeza y su corazón palpitante. Acervos marcadores de los límites permitidos;
permanentes vigías de la pureza; estrictos árbitros de lo permitido y lo
prohibido.
Y en
medio de todo y de todos “los procesos”, atribulados entre sus fronteras
recibiendo estocadas de todas partes, de todos lados, de quienes no están
acostumbrados a ceder ni un centímetro de sus privilegios (reales o ilusorios),
de quienes sienten que se les mueve el piso y salen corriendo a pedir ayuda al
tiburón mayor acechante a la vuelta de la esquina para ver si da un manotazo y
barre a los atrevidos.
¡Qué
difícil atreverse! Con un paso que se dé más allá de la línea marcada como
límite y te caen a pedradas y escupitajos; cancelan la puerta de tu casa,
tapian tus ventanas, te cortan el agua, la luz, el crédito en la tienda de la
esquina. Y, para peores, tus vecinos te insultan mientras tus amigos te vigilan
cuidando la pureza de tus actos.
Ni
unos ni otros perdonan nada, siempre se está en falta. Solo la euforia del
triunfo primigenio se visualiza como el núcleo de la pureza, cuando todo era
posible antes que todo fuera traicionado: las fotos de los desarrapados
levantando las armas, de las columnas combatientes avanzando.
Sin
embargo, hay un río que avanza incontenible. Una corriente que se abre paso sin
que, tal vez, no sepa nada de la utopía que hierve en la cabeza de los
esclarecidos. Es una fuerza impura que saca la cabeza para respirar cada cierto
tiempo, que no sabe hablar claramente, que tal vez tartamudea y se arrima a
quien pueda servirle de soporte cuando está en vilo atacado por todos lados.
Sale
y se esconde; brama y se tranquiliza; sabe y no sabe pero se expresa. Puede
entonces llegar alguien que descifre las regurgitaciones que le salen de la
garganta y se acompañarán mutuamente. O puede que no, y suba y baje monigotes
que no atinarán a nada, cavarán más el hoyo en el que se encuentren todos
sumidos y harán más oscura la noche. Pero todo tiene su final, se cumplen los
ciclos, se llega a límites y se traspasan.
En
esas estamos y en esas estaremos. Siempre.
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