En un contexto como
el guatemalteco es hegemónica la idea de democracia en la cual, supuestamente,
todo ciudadano puede elegir y ser elegido, para lo cual se procede a elecciones
periódicas para el relevo de autoridades y se recurre a la figura del partido
político como instrumento al que se le atribuyen funciones de representación,
intermediación y agregación de intereses de la ciudadanía.
Mario Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Esta idea hegemónica pone de
ejemplos las llamadas democracias del mundo occidental y ubica como paradigma
la cuestionable experiencia estadounidense. Mientras tanto, se niegan otros modelos,
en especial cuando estos avanzan en dotar de mayor capacidad y protagonismo al
sujeto de la soberanía: el pueblo. De hecho, en retrospectiva, cuando esa idea
hegemónica es rebasada, como sucedió en Guatemala entre 1944 y 1954, quienes
mantienen el poder estratégico recurren a dictaduras militares y políticas
represivas para impedir su relevo real.
Lo cierto es que, en democracias como la guatemalteca, en las cuales el
Estado se encuentra históricamente capturado por grupos económicos, políticos y
criminales emergentes, la elección de nuevas autoridades no deja de ser un
simple ritual que no produce nuevos gobernantes con capacidad de decisión en
las políticas de Estado, pues estas son decididas por los actores de dicha
captura, incluidos los poderes empresariales, financieros e imperiales.
Con relación a la falsa idea de
igualdad ante la ley, que se traduciría en que todo ciudadano tiene el derecho
de elegir y de ser elegido, es evidente que no opera en la realidad concreta.
Esto, porque sistemas democráticos como
el nuestro parten de considerar a ese ciudadano en un sentido exclusivamente
individual, sin reconocer que su concreción también se expresa en la existencia
de sujetos colectivos que, como los pueblos indígenas, reivindican sus propias
formas de gobierno y sus propios sistemas normativos y de representación
política, que no son reconocidos y, por el contrario, son objeto de
marginación, cuando no de represión cuando atentan contra esa norma e idea
hegemónica de democracia.
Más allá, el sistema de
partidos políticos está configurado para que, por la vía de las relaciones de
poder prestablecidas y de facto, la mayoría
de estos representen los intereses de las élites de poder económico, político y
militar y sometan a sujetos como los campesinos, los obreros y los pueblos
originarios a dinámicas de individualización a través de las cuales, en tanto
sujetos colectivos, resultan desagregados y aniquilados. Además, cuando emerge
alguna fuerza que pudiera catalogarse de alternativa al statu quo, se extienden e intensifican los mecanismos y
dispositivos para que la competencia electoral resulte en una relación más
desigual. Esto es lo que sucede cuando se constata la desigual capacidad
financiera y el acceso a medios de difusión masiva que enfrentan fuerzas anti-establishment.
Lo anterior resulta más grave
cuando los procesos electorales presentan un conjunto de signos de carácter
fraudulento, como ha sucedido en las elecciones de 2019. Algunos de estos
signos son a) el registro de candidaturas no idóneas; b) el retardo en la
inscripción y entrega de credenciales a candidaturas a las cuales se les
impidió iniciar sus campañas oportunamente; c) impedimentos a determinados
partidos para que abran cuentas bancarias, con lo cual encontraron dificultades
para su financiamiento; d) la falta de asignación de fondos y espacios
publicitarios para que puedan dar a conocer sus propuestas; e) las prácticas de
coacción, acarreo y compra de votos, y f) la alteración de actas o datos no
coincidentes con las actas digitalizadas. Está por determinarse, además, la
magnitud de un posible fallo del software utilizado en la elección.
Con el análisis crítico
anterior no se pretende abonar a las fuerzas de derecha que con la afirmación
de fraude electoral pretenden generar desestabilización, repetición de
elecciones, e incluso hacernos retroceder en las ya enclenques
institucionalidad y garantías democráticas. El
propósito, eso sí, es cuestionar las elecciones, que para nada son
procedimientos de competencia en igualdad de condiciones y por consiguiente
democráticas. Contrariamente, las normas y el desarrollo concreto de dicha
competencia son controlados por los actores que mantienen capturado el Estado,
lo cual convierte el sistema de partidos en instrumental y el procedimiento eleccionario
en el ritual para que unos pocos mantengan el secuestro de una democracia que,
en estas condiciones, resulta falsa.
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