No debemos fingir
sorpresa frente al curso de los acontecimientos en Centroamérica, porque al
actual estado de cosas hemos llegado tras numerosas advertencias, plasmadas en
informes, libros e investigaciones académicas, ante las que nuestras
dirigencias y grupos de poder político y económico permanecieron impávidos,
interesados únicamente en sus negocios y el engorde de sus cuentas bancarias.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
La crisis política y económica en Centroamérica profundiza los problemas históricos de migración y exilio económico. |
En la antesala del
bicentenario de la independencia que celebraremos en el año 2021, Centroamérica
experimenta una compleja situación política, social, económica y ambiental, sin
precedentes en los poco más de 30 años transcurridos desde la firma de los
Acuerdos de Paz a finales de la década de 1980. Migración, exilio económico y represión
política; explotación y precarización laboral; aumento de la desigualdad y la
pobreza, impunidad y corrupción; profundización del extractivismo y violación
de los derechos humanos y ambientales, son solo algunos de los signos de este
tiempo que vivimos, en el que la realidad parece ir dejando ya poco aliento
para alimentar esperanzas de transformación y cambio social.
Como lo explicó el maestro Edelberto
Torres Rivas después del golpe de Estado en Honduras en 2009, las
sociedades centroamericanas se sumergen, a velocidad acelerada, en el abismo de
las “democracias malas”: es decir, el de la construcción de sistemas políticos
que devienen en un simple “culto de las formas”, de los procedimientos que
maquillan de legitimidad el relevo de las élites que ejercen el poder, pero que
tiene cada vez menos sentido para “los millones de ciudadanos que habitan el
sótano del edificio [social], desinformados y sin interés por lo público,
ahogados en una carencia de los bienes que otorgan un mínimo de dignidad a la vida,
enfermos, analfabetos, sin trabajo ni protección objetiva por parte del
Estado”. Diez años después de publicadas aquellas reflexiones, y a la luz de
las distintas crisis que recorren la geografía regional, sin visos de solución
en el corto plazo, el diagnóstico del sociólogo guatemalteco resulta
inobjetable.
Ahora bien, no debemos
fingir sorpresa frente al curso de los acontecimientos en Centroamérica, porque
al actual estado de cosas hemos llegado tras numerosas advertencias, plasmadas
en informes, libros e investigaciones académicas, ante las que nuestras
dirigencias y grupos de poder político y económico permanecieron impávidos,
interesados únicamente en sus negocios y el engorde de sus cuentas
bancarias.
Sin ir más lejos en la
búsqueda de ejemplos, basta con recordar que en el año 2012 la Fundación
Friedrich Ebert publicó un estudio de prospectiva estratégica titulado Brújula Centroamérica 2021, en el que proyectó tres
escenarios posibles para la región: el primero, optimista, imaginaba una
Centroamérica que “comienza a ser vista en el mundo multipolar de la tercera
década del siglo XXI como una región comprometida con los Derechos Humanos, la
diversidad cultural y a la sostenibilidad de sus recursos naturales”; el segundo, que ponía énfasis en las
tendencias más fuertes en nuestros países, visualizaba una Centroamérica que “avanza
a tientas y resiente la poca profundidad de las bases de su desarrollo humano”, a la que sólo “medidas paliativas y algunos
acuerdos prioritarios la han salvado del desmembramiento”.
El último escenario
alertaba sobre la posibilidad de que caer en una zona de derrumbes: “En el año 2021 Centroamérica se cae a pedazos y
se puede afirmar con contundencia que desaprovechó su bono demográfico, con lo
que las oportunidades futuras para el desarrollo sostenible de la región están
gravemente diezmadas durante la primera mitad del siglo XXI”, rezaba el informe.
En su análisis prospectivo, los investigadores de la Friedrich Ebert señalaban
varios elementos que hoy están en el
centro de la crisis política, especialmente en el Triángulo Norte, donde a los
problemas socioeconómicos se suma una sostenida presencia militar de los
Estados Unidos: “se ha profundizado la intervención externa en los países del
norte y centro de la región, en medio de una creciente balcanización de estos
territorios. Las elites trataron a toda costa de preservar sus privilegios,
pero la magnitud de las amenazas hace prever que ningún actor saldría ileso. El
bloqueo político para otorgar más representación a los sectores excluidos se ha
convertido en un arma de doble filo, ya que el descontento social hacia los
partidos políticos tradicionales, aunado a la violencia, amenazan derribar la
fachada de institucionalidad estatal en la mayoría de los países. En al menos
un país se anuncia para los próximos meses la entrada de una misión internacional
de paz, y cada vez es más difícil para varios gobiernos concluir siquiera el
período constitucional”.
Las caravanas de
migrantes hacia los Estados Unidos, la vulnerabilidad frente a los fenómenos
ambientales del cambio climático, o el agotamiento del modelo de desarrollo
neoliberal –como lo evidencia el caso costarricense-, también hacían parte del
escenario de derrumbe centroamericano: “Los países de mayor desarrollo, pese a
las fuertes restricciones, no pueden contener los flujos migratorios de los
países del norte de Centroamérica. La capacidad para enfrentar los desafíos del
deterioro ambiental y del cambio climático es menor a la exhibida en 2010 y, en
general, los Estados están descapitalizados por los bajos niveles de
recaudación y el por el control clientelar de los escasos recursos públicos.
Incluso la estrategia de inserción internacional, basada en bajos costos
salariales, se ha visto afectada por los crecientes niveles de violencia y de conflictividad
social, mientras que la economía informal avanza a paso creciente ante el desplome
de la inversión y de la capacidad estatal para garantizar seguridad social”.
Este futuro, con su
acento pesimista, es un retrato bastante fiel de nuestro presente.
Lo que se impone hoy,
frente al consumado fracaso de las dirigencias políticas, es resistir a la
fatalidad y recuperar el sentido de esperanza: juntarnos todos y todas,
organizaciones políticas, movimientos sociales, activistas y academias
comprometidas, con un enfoque regional y no fragmentado, para debatir nuestros
problemas y soñar los futuros posibles de Centroamérica, y los caminos para
avanzar hacia ese horizonte utópico. Necesitamos, pues, reencontrarnos para
volver a soñar y luchar juntos. Para discutir hacia dónde vamos y hacia dónde
queremos ir como pueblos. El bicentenario de la independencia nos da un motivo
para hacerlo. No dejemos pasar esa oportunidad. Acaso no tendremos otra.
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