El horizonte del
bicentenario de la independencia, que nos aguarda a la vuelta de la esquina en
el año 2021, con su rico simbolismo como parteaguas histórico, ha nutrido en
las últimas dos décadas la producción de variopintos imaginarios sobre la
Centroamérica posible.
En efecto, organismos
internacionales, académicos y varios think tanks europeos y
estadounidenses han proyectado sus visiones en torno al bicentenario y sus
desafíos, por medio de investigaciones e informes de prospectiva
elaborados con el propósito de formular alternativas para revertir el injusto,
desigual y depredador estado de cosas imperante en el istmo en su conjunto.
Así, por ejemplo, en el
año 2000, con el auspicio del Instituto de Estudios Iberoamericanos de
Hamburgo, el investigador costarricense Luis Guillermo Solís -quien llegaría a
ocupar la presidencia del país entre 2014 y 2018- publicó un informe
titulado Centroamérica 2020: La integración regional y los desafíos
de sus relaciones externas.
En el documento, que
Solís reconocía como “moderadamente optimista”, en un esfuerzo “deliberado por
evitar los escenarios catastróficos que proponen la inminencia de grandes
descalabros sociales o políticos que serían la antesala de niveles de violencia
e ingobernabilidad inmanejables para las frágiles democracias del área”, se
dibuja una visión del futuro de la región
entrelazada al éxito o fracaso de la integración: la concreción
políticamente profunda y administrativamente eficiente de este proceso, que
arrancó en 1960 con la creación del Mercado Común Centroamericano, era
considerada “una necesidad imprescindible para Centroamérica”, que “sólo podrá
alcanzarse mediante una asociación estratégica y complementaria entre los
gobiernos del área y las organizaciones de la sociedad civil”.
Para Solís, “así como
paz, democracia y desarrollo fueron la trilogía virtuosa que
puso fin a los ciclos históricos de violencia en la década de los años ochenta,
así integración, gobernabilidad y crecimiento podrían ser el resorte que haga
viable a la región en el mundo del año 2020”. El futuro dependía de una Centroamérica integrada, unida. Sin
embargo, el expresidente advertía que para avanzar en esa dirección se requería
enfrentar un obstáculo particularmente delicado: “el predominio en las
estructuras de poder de toda la región de élites económicas y políticas
históricamente opuestas a la integración, cuyos intereses no se ven
beneficiados de manera directa por el Mercado Común y más bien propugnan por el
desarrollo de vínculos bilaterales de sus países con contrapartes externas”.
En esta misma línea, en
el año 2001, FLACSO Costa Rica publicó Centroamérica
2020: hacia un nuevo modelo de desarrollo regional, un estudio
preparado por Víctor Bulmer-Thomas y Douglas Kincaid, con financiamiento de la
Comisión Europea, USAID, la Universidad Internacional de La Florida, Diálogo
Interamericano y el Instituto de Estudios Iberoamericanos de Hamburgo. Este
trabajo se presentaba como “resultado de la reactivación del interés en América
Central” tras el final del conflicto armado y la firma de los acuerdos de paz,
y proponía elementos para “un modelo de desarrollo regional para los próximos
dos decenios”.
En la perspectiva de los autores, la Centroamérica del 2020 –una vez más- no podía visualizarse lejos del
camino de la integración regional, a la que entendían como “la respuesta
más idónea ante la globalización (el desafío externo) y las limitaciones de las
estrategias nacionales de desarrollo (el desafío interno)”; asimismo, abogaban
por “definir nuevos métodos de manejo de los recursos ambientales”, uno de los
principales bienes de la región, expuesto ya a importantes procesos de
explotación y degradación; y finalmente, recomendaban elevar “de manera
sustancial la inversión en capital social y humano, privilegiando la educación,
la salud, el mercado laboral y las comunidades radicadas en el extranjero”,
como parte de una estrategia más amplia de “creación de oportunidades para la
participación efectiva de todos los sectores sociales” en la vida democrática
de las sociedades centroamericanas.
Como se puede apreciar,
la creación de condiciones que garantizaran la viabilidad de la región en un
contexto global de transformaciones geopolíticas, económicas y ambientales
complejas, con bloques regionales que podrían devorar a los pequeños países
-como “los gigantes que
llevan siete leguas en las botas”, de los que nos habló José Martí en 1891[1]- se perfilaba como
una importante preocupación intelectual y política, en sentido amplio. Sin
embargo, ese jirón de optimismo al que se aferraban Solís, Bulmer-Thomas y
Kincaid, vinculado al imaginario de la paz que todavía tenía fuerza por
aquellos años, cedió poco a poco a la construcción de posturas más escépticas y críticas de los escenarios de corto y
mediano plazo a los que se podría enfrentar Centroamérica, en caso de que no se tomaran decisiones para cambiar
el curso del desarrollo político, económico y social de nuestros países.
Una prueba de este giro
lo encontramos en un texto del año 2012, Brújula Centroamérica 2021. Escenarios y nuevos enfoques de
desarrollo, preparado por los investigadores Álvaro Cálix,
Lilian González y Marco Zamora, para la Fundación Friedrich Ebert. Este informe
planteaba tres escenarios para el futuro
inmediato: uno, que delineaba la posibilidad de que alcanzáramos un nuevo pacto social que permitiera,
al celebrar el bicentenario, que Centroamérica pudiera ser vista “en el mundo
multipolar de la tercera década del siglo XXI como una región comprometida con
los Derechos Humanos, la diversidad cultural y a la sostenibilidad de sus
recursos naturales”; otro escenario, menos utópico y mucho más cercano a la
realidad, daba por sentado que la región
mantendría su inercia tendencial, resintiendo “la poca profundidad de las
bases de su desarrollo humano”, aferrada a “medidas paliativas” para salvarla
del desmembramiento. El último era el escenario del “derrumbe”: ese en el
que Centroamérica “se cae a pedazos”; en que “las oportunidades futuras para el
desarrollo sostenible de la región” se encuentran seriamente comprometidas para
las siguientes tres décadas; en el que “se ha profundizado la intervención
externa en los países del norte y centro de la región, en medio de una
creciente balcanización de estos territorios”; en el que ya no es posible
“contener los flujos migratorios de los países del norte [Guatemala, Honduras,
El Salvador]” y en el que, en definitiva, “más de una década después de la
crisis económica global”, prevalece “la desolación, frente al agotamiento del
sistema político, la degradación ambiental y el empeoramiento de la exclusión y
la inequidad”.
Las visiones asociadas
a los últimos dos escenarios del informe de la Fundación Friedrich Ebert son
las que mejor describen el panorama centroamericano actual. Una coyuntura nada
halagüeña que moviliza a algunos actores
-especialmente de la derecha- a impulsar acciones ante la inminencia del colapso. Tal es el caso del empresario
guatemalteco Dionisio Gutiérrez, presidente de la Fundación Libertad y
Desarrollo, quien en una reciente entrevista aseguró que
"Centroamérica vive un momento complejo. Han pasado demasiados años y no
estamos logrando la tracción suficiente ni la velocidad necesaria ni los resultados
esperados. La economía del mundo demanda cada día más competitividad y
eficiencia; algo inalcanzable para economías pequeñas y con frecuencia mal
gobernadas frente a amenazas cada vez más inminentes. El avance del
narcotráfico y su capacidad corruptora, la poca atracción de inversión, la
insuficiencia de nuestras economías para ofrecer las oportunidades de trabajo
que los pueblos demandan y la realidad de Estados sin recursos e instituciones
débiles nos hace ser naciones al borde
del fracaso permanente”.
Anclada en el imaginario neoliberal y mercadocéntrico, la visión de
Gutiérrez, quien convocó a un encuentro ciudadano para el próximo mes de
marzo en Ciudad de Guatemala (con pocos ciudadanos, pero sí con muchos
políticos, banqueros y chairmans), da cuenta de los intereses y
necesidades de los grupos de poder económico, difundidos por sus
intelectuales y opinadores como verdad última en los medios de comunicación.
Frente a los innegables
problemas de la región, nuestro futuro pasa –según el guatemalteco- por la
creación de una Comunidad Económica Centroamericana (lo que supondría la
renuncia al proceso de integración histórico), liderada por los empresarios
(quienes ya actúan como bloque regional), y por una mayor “presión política” de
Washington (“somos una región que está en los primeros lugares en la lista de
geografías que representan una amenaza a la seguridad nacional de Estados
Unidos”) y de Bruselas (“para Europa, una mejor Centroamérica resuelve problemas
y abre muchas posibilidades”).
Se trata, pues, de una
visión que comulga con el programa de prácticamente cualquiera de
los dirigentes, partidos políticos o líderes de opinión bien pensantes
del istmo, para quienes el destino de
Centroamérica está irremediablemente atado a la libertad de los capitales y a
la sumisión a la dictados geopolíticos hegemónicos, sin posibilidad de
imaginar alternativas distintas, desde otros lugares de enunciación, desde
otras racionalidades y atendiendo a las expectativas y anhelos de otros sujetos
sociales, hasta ahora excluidos por quienes han detentado el poder.
La visión del
empresario Gutiérrez, entonces, sintetiza el pensamiento dominante de una
época, de una manera de comprender el
mundo y el lugar de nuestros pueblos en su lógica de opresión y explotación.
Pero acaso lo más relevante para nosotros, en el ejercicio de reflexión al que
intentan incitar estas líneas, es el hecho de que ilustra la tragedia de un viaje intelectual –que, a su vez, es el
correlato de fenómenos sociales y culturales más profundos- que partió
del optimismo y la esperanza de los albores del siglo XXI, y que parece haber
encallado en el pesimismo, la resignación y el egoísmo de quienes hoy, cuando el futuro
nos alcanzó, se descubren pensando, al borde del precipicio, ¿qué vamos a hacer
ahora?
[1] Martí, José. “Nuestra
América (1891)”, en Hart Dávalos, Armando (editor) (2000). José Martí y el
equilibrio del mundo. México DF: Fondo de Cultura Económica. P. 202.
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