Es necesario asumir la política como el
arte de crear las condiciones que hagan posible lo que ya va siendo necesario
si deseamos salir con bien, y hacia un futuro mejor, de la crisis en que ha
venido a desembocar la aplicación a ultranza del programa neoliberal en Panamá
de la década de 1990 a nuestros días.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Son muchos años ya –desde 1984, al menos–
de culto al pensamiento único neoliberal entre nosotros, incluyendo su
constante llamado a descartar como ingenuo –y peligroso– todo lo que pueda
alejarse de su dogma fundamental: “el mercado es mi pastor; nada me faltará”.
Los resultados del dogma están a la vista: crecimiento económico constante, con
pobreza subsidiada persistente, y deterioro ambiental creciente.
Esto nos plantea un problema de una
compleja sencillez: cómo llevar a cabo una transición desde el crecimiento
sostenido hacia el desarrollo sostenible, que garantice a un tiempo la
operación eficiente del Canal, y una vida digna en cada hogar panameño. Lo complejo, aquí, consiste en ubicar ese
problema en la realidad que lo genera. En lo más esencial, esa realidad es la
de las transformaciones en nuestra economía y nuestra vida social que se
derivan del doble proceso –en curso desde fines del siglo XX- de incorporación
del Canal a nuestro mercado interno, y de la integración de éste en el mercado
global.
Ese proceso ha operado, en lo que se
refiere a nuestro mercado interno, a través de la la transnacionalización de
una parte significativa de nuestra actividad económica, asociada no sólo a la
expansión del sector servicios, sino además a la restructuración del mercado
mismo. Este proceso de cambios – y las transfrmaciones que resultan del mismo -
no puede seguir siendo objeto ni de una lectura desarrollista propia de las
décadas de 1960 y 1970, ni de una meramente utilitarista, como la que ha
predominado a partir de 1990.
La lectura desarrollista, por ejemplo,
tiende a confundir el subdesarrollo con la subadministración. En ella, por
ejemplo, resalta como un grave problema la ruina de las viejas estructuras de
producción agropecuaria, que afecta sobre todo a los pequeños y medianos
productores agropecuarios vinculados al mercado interno, que debería ser
encarada con una política más eficiente de subsidios y de protección
arancelaria a esas víctimas.
Necesitamos en cambio una lectura que
explique a un tiempo esa ruina, y el éxito de un sector agroindustrial intrado
por empresas como las del Grupo Melo, Calesa... y la Cooperativa Dos Pinos.
Ambos elementos son caras de la misma moneda, y tienen ejemplos equivalentes en
todos los ámbitos de nuestra actividad económica.
Para el desarrollismo –y con toda razón-
debe preocuparnos el crecimiento económico con inequidad social. Sin embargo,
eso no es sino la expresión de un vasto proceso de concentración y
centralización del capital, como resultado de una expansión acelarada de las
fuerzas productivas, y una transformación mediatizada de las relaciones de
producción, que nos lleva hacia un capitalismo mucho más maduro y complejo que
el que conocimos en el siglo pasado.
Es en ese marco donde cabe plantearse aquella contradicción entre el tránsito como
función dominante en nuestra relación con el mercado mundial, y el transitismo
como modalidad particular de organización de esa función en nuestra historia,
que bloquea la posibilidad de una tansformación realmente integral de nuestra
sociedad. Aquí no hay un problema de subadministración. Aquí lo que hay es
el fruto de una administración eficiente y eficaz de la desigualdad como
mecanismo de acumulación.
Vuelve a tener razón Rubén Darío Herrera
con su propuesta de aprovechar la función de servicios para generar recursos
que permitan modernizar y diversificar el conjunto de nuestra economía, de un
modo que finalmente amplíe su base de sustentación social. Pero esa propuesta
no resolvería nada si es asumida en una perspectiva conservadora, y entendida
como la necesidad de subsidiar el atraso del interior con una parte de los
ingresos que genera la plataforma de servicios globales constituida en torno al
Canal.
No es la multiplicación de pequeños
productores lo que resolverá nuestro atraso agrario, sino la proliferación de
empresas asociativas, de carácter cooperativo, que permitan incorporar el
aporte de la ciencia y la tecnología a la producción, y eleven al mismo tiempo
la productividad, la calidad y el valor de la fuerza de trabajo en todo el
país. El problema político, aquí, consiste en estimular la formación de la
demanda social de una política económica encaminada a ampliar la base social
del desarrollo mediante el fomento de cooperativas de producción realmente
modernas; mejorando la integración física y funcional del mercado interno;
recuperando la función de puente terrestre entre las Américas, y creando un
Estado nacional nuevo, capaz de asumir y llevar a la práctica una política tal.
Un Estado así estaría en capacidad de
llevar a cabo tareas que para el que tenemos son simplemente inimaginables.
Enfrentar la crisis endémica de la seguridad social incrementando el número de
los cotizantes, y no desmejorando los servicios a los asegurados, por ejemplo:
generar los recursos locales - humanos, de organización social, y financieros -
necesarios para una descentralización efectiva de servicios públicos cada vez
más deficientes, como los de educación básica, seguridad pública,
abastecimiento de agua, disposición de desechos, y mantenimiento de
infraestructuras locales; fomentar mercados no tradicionales, como el de
servicios ambientales, en una verdadera perspectiva glocal, y no meramente
global, y, por supuesto, desarrollar una capacidad de planificación realmente
participativa, que permita negociar en el mediano plazo los intereses de los
grupos fundamentales de la Nación: empresarios, trabajadores manuales e
intelectuales del campo y de la ciudad, comunidades rurales y urbanas, por
mencionar algunos.
Es evidente que no existe entre
nosotros, aún, una organización capaz de encarnar un proyecto así esbozado, y
proporcionarle el liderazgo que demanda. Ese liderazgo, por otra parte, sólo
puede surgir del desarrollo del debate público que lo lleve a convertirse en un
verdadero proyecto de transformación nacional, capaz de expresar el interés de
las grandes mayorías, como lo expresara la lucha por culminar la formación de
un Estado nacional plenamente soberano, culminada hace apenas quince años.
Para eso, hace falta una condición que
debe ser reclamada y conquistada: la del pleno ejercicio del derecho a la
organización por parte de todos los trabajadores asalariados del país, tal como
es ejercido ese derecho por los empresarios que emplean a esos trabajadores.
Esta es apenas una reivindicación democrática, en una sociedad en la que la
demanda de la democracia sigue siendo una demanda profundamente revolucionaria.
Lograr esto es posible.Tan solo demanda
de nosotros dejar atrás la cómoda idea de que la política es el arte de lo
posible. En cambio, es necesario asumir la política como el arte de crear las
condiciones que hagan posible lo que ya va siendo necesario si deseamos salir
con bien, y hacia un futuro mejor, de la crisis en que ha venido a desembocar
la aplicación a ultranza del programa neoliberal en Panamá de la década de 1990
a nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario