En
estos días se han dado dos gestos de paz
que deben llenarnos de esperanza: la firma de un acuerdo sobre control de la
energía nuclear en Irán, principal potencia emergente de la región, y el
establecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, último
residuo de la Guerra Fría en nuestro continente.
Arnoldo Mora Rodríguez* / Especial para
Con Nuestra América
El
filósofo griego Heráclito decía que el
dios Polemos –la guerra- es el dios de
la historia. Inspirado en esa línea de
pensamiento –la dialéctica- Hegel afirmaba que la palabra “historia” no es más
que un eufemismo por “violencia”. La política ha sido vista como la
administración del poder concebido como ejercicio de la violencia. El derecho
nació en Roma para controlar la violencia dentro de los límites fijados por la
ambición de poder. Hobbes calificaba el estado originario del ser humano como
“la guerra de todos contra todos”. Una
de las mayores “revoluciones” –si no la mayor- es que esta concepción tradicional
de la política está cambiando debido a que el poder destructor, acumulado por
la humanidad en el último siglo gracias al conocimiento científico y la
tecnología que de allí se desprende, le ha dado la capacidad no tanto de
destruir al enemigo cuanto de destruirse a sí misma. Lacan dice que la mayor
descarga de placer libidinal que puede experimentar la especie es el suicidio, cosa en que
coincide Camus, quien afirma que el suicido es la única cuestión metafísica
realmente seria.
La
humanidad se enfrenta hoy a ese dilema por dos causas: la acumulación de
armamento nuclear y la sistemática destrucción ecológica. Hay zonas geográficas
especialmente “calientes” donde se manifiesta esa peligrosidad de provocar una
guerra planetaria que, como lo advertía Einstein, sería la última de la
especie. Dos son los principales puntos álgidos: el Medio Oriente en Europa y el Mar Caribe en América, debido
a que ambas son regiones donde el control del comercio mundial es vital.
Conscientes del peligro que allí se pueda dar la temida conflagración, en estos
días se han dado dos gestos de paz que
deben llenarnos de esperanza: la firma de un acuerdo sobre control de la
energía nuclear en Irán, principal potencia emergente de la región, y el
establecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, último
residuo de la Guerra Fría en nuestro continente. Estos gestos de paz implican un cambio en la
concepción de la política, pues ésta no se asume como imposición de la fuerza
sino como diálogo que lleva a los contrincantes
a dar cabida a espacios de paz. Es el triunfo de la diplomacia en el
mejor sentido de la palabra: el arte de
construir acuerdos basados en la buena voluntad en vista al bien común de las
naciones. No hay aquí vencidos; todos son vencedores. En este caso, la
humanidad entera es la vencedora.
Tal,
considero, debe ser el camino que conduzca a un arreglo político que consolide
la paz entre las dos Américas, en el caso de la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados
Unidos, y a poner fin a las interminables guerras en el Medio Oriente. Ambos
pasos son indispensables para que el siglo XXI no sea el último de la especie.
Cuando el ser humano asume el rol de
sujeto de la historia, la libertad no puede ser concebida como libre albedrío;
se debe concebir desde el ámbito
axiológico, es decir, como la opción responsable en vistas de lo mejor. Así
debemos juzgar el asunto que ahora
comentamos.
*Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y miembro de la
Academia Costarricense de la Lengua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario