El puñado de quejosos
que, para fastidio de los demás parroquianos, desempolvaron estribillos frente
al café Versailles en la Pequeña Habana cuando Kerry izaba su bandera en la
capital cubana, son algo más que restos por barrer. Reflejan la descomposición de
más de medio siglo de intereses y fracasos de una política que dispuso de
muchos recursos, que se resiste a perder protagonismo.
Nils Castro / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Cada vez que una guerra
cambia de modalidad o termina, queda material que la máquina bélica desecha o
destruye junto a sus demás enseres
obsoletos. No solo costosos bombarderos o acorazados que luego son chatarreados,
pues también sobran toneladas de calzoncillos o calcetines que los ejércitos asimismo
surten a las tropas que, al desmovilizarse, aún abarrotan sus almacenes. Igualmente
sobran escuadrones humanos concebidos y entrenados para servir en operaciones
que al cabo dejan de ejecutarse. Sobrantes que vistieron temibles uniformes después
aparecen drogados en algún callejón o angustian a sus familias.
De la vieja Avenida
Central de la ciudad de Panamá –cuando aún había una Zona del Canal repleta de
bases militares‑‑ recuerdo la Army & Navy, tienda de war surplus donde a precio razonable se podía comprar una
cantimplora o un cuchillo de monte descartados por el tío Sam. Pero no vendían,
por lo menos no allí, soldados de desecho. Hace más de 30 años el general
Torrijos hizo desaparecer aquellas bases y esa tienda cerró.
Hace poco, por la
Pequeña Habana miamense todavía pudo verse una treintena de enojados
contrarrevolucionarios de oficio (y ahora también de desecho) protestando por
lo que calificaron como la “traición” de Obama. No insinúo que estén a la venta
(imposible suponerlo si ya no hay compradores), pero probablemente también ahí sobrará
material de desecho. Paralelamente, al otro lado del estrecho de la Florida, ese día la visita del
secretario de Estado John Kerry puso otro caso a la vista. Unos pocos
despechados hicieron el desplante de “declinar” la invitación para departir con
el canciller estadunidense, aduciendo que su gobierno ha abandonado la política
que ellos coreaban.
Sin embargo, esta parte visible del fenómeno debe
recordarnos que por los entretelones del Estado norteamericano aún subsisten
intereses, mecanismos y operadores del tipo de hostilidades que antes hizo
formar a los personajes que ahora se ven descartados.
Esto envuelve un
complejo fenómeno cultural y psicológico. Por un lado, aunque no cabe suponer
que todos los adversarios de la Revolución cubana son mercenarios, en Cuba y en
la emigración cubana es imposible reconocer lo que en otros países sería un movimiento de oposición. En la miríada
de grupúsculos en que esa contra se
desintegra abundan los agentes de los órganos de seguridad de varias banderas, que
dejaron sin espacio a cualquier agrupación autónoma.
Por el otro, quienes
por tantos lustros actuaron en ese hormiguero han hecho lo que allí se esperaba
de ellos y lo que allí aprendieron. Difícilmente
podrán adoptar una nueva cultura política y otros motivos para asociarse. Sin
entender que lo que ocurre no es un capricho presidencial sino un cambio
estructural, probablemente esperarán que después de Obama esa tortilla la viren
los senadores republicanos o quienes hasta ahora operaron la anterior política
cubana del gobierno norteamericano. Por consiguiente, a Washington le será más
fácil remplazarlos que reciclarlos. ¿Dónde buscará sucesores?
Otro tanto sucede entre
una parte de los funcionarios que, durante ese largo hasta ahora, se ocuparon de manejar dichos grupos, o de refrescar
el discurso diplomático estadunidense o alimentar la gran prensa
norteamericana, continental y mundial sobre Cuba. Ellos se reacomodarán a serán
relevados, pero no debe perderse de vista que muchos de los intereses que antes
indujeron esa política siguen activos, y que sus viejos reflejos no se diluyen
de un día para otro.
El puñado de quejosos
que, para fastidio de los demás parroquianos, desempolvaron estribillos frente
al café Versailles en la Pequeña Habana cuando Kerry izaba su bandera en la
capital cubana, son algo más que restos por barrer. Reflejan la descomposición de
más de medio siglo de intereses y fracasos de una política que dispuso de
muchos recursos, que se resiste a perder protagonismo y todavía puede crearle
dificultades a la recomposición de las relaciones de Estados Unidos con Latinoamérica
y Cuba.
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