El imperio posa sus
ojos sobre Centroamérica y esto debería llevarnos, despojados de toda
ingenuidad, a comprender los peligros que históricamente ha entrañado su
presencia activa en el devenir de nuestros pueblos y de nuestras repúblicas, y
que ahora, de nuevo, nos emplaza para pensar nuestro lugar en el continente y
en el mundo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
En Madrid, Thomas Shannon (centro) sostuvo que es necesario "construir un nuevo tipo de Centroamérica". |
Five or none, las cinco o ninguna: tal era el lema que ondeaba
en las banderas de los batallones de filibusteros que, al servicio del proyecto
esclavista de los oligarcas del sur de los Estados Unidos y de la expansión del
incipiente imperio, se lanzaron sobre Centroamérica a mediados del siglo XIX.
El tiempo ha pasado –más de un siglo y medio-, y mucho ha cambiado el mundo desde
entonces; pero aquella funesta expresión: las
cinco o ninguna, sigue vigente como proclama de una voracidad insatisfecha
en las entrañas del norte revuelto y
brutal –al decir de José Martí-. Y también podría ser útil para comprender,
en perspectiva histórica, el nuevo giro de la política exterior estadounidense
para la región centroamericana, ahora encubierto
bajo la retórica de la prosperidad y el desarrollo económico, pero con el
mismo afán de apuntalar la dominación del istmo.
Como expusimos en un
artículo anterior (Centroamérica
y las fronteras “flexibles” del imperio), está en marcha una
reconfiguración de la política exterior estadounidense que, súbitamente,
perfila a nuestra región como prioridad, al mismo nivel de China, Rusia o los
vectores de conflicto en el Medio Oriente. Para encontrar un antecedente
similar de protagonismo de Centroamérica en el diseño de las políticas
imperiales, sería necesario remontarnos a las décadas de 1970 y 1980, cuando el contexto de las guerras civiles
centroamericanas sirvió de escenario –y acaso también de excusa- para el
intervencionismo y la colisión de los intereses de los Estados Unidos y la
Unión Soviética.
Las preguntas son
inevitables: ¿por qué un espacio geográfico y humano marginal –desde la
perspectiva de los poderes globales dominantes-, prácticamente invisibilizado en los informes
y estudios de prospectiva estratégica que realizan las principales agencias de
inteligencia estadounidenses (salvo por la preocupación ante el avance del
crimen organizado y el narcotráfico), y relegada de los debates y discusiones
en los principales foros mundiales, en cuestión de meses ha visto subir sus acciones geopolíticas? ¿Por
qué el Departamento de Estado despliega una intensa campaña diplomática para
posicionar la idea –expresada por el consejero Thomas Shannon en Madrid- de que
es preciso “construir un nuevo tipo de Centroamérica”, y que la responsabilidad
de esa tarea, el deber ineludible por obra y gracia del destino manifiesto, recae en los Estados Unidos?
Washington parece
actualizar sus lecturas geopolíticas y reconoce, con una alta dosis de
realismo, la confluencia de otros competidores en el territorio ístmico, e
incluso en el Caribe. El proyecto del Gran Canal de Nicaragua, que concita el
interés de China y Rusia en la eventual nueva ruta transoceánica; la
continuidad de las relaciones China-Costa Rica y la profundización de la
diplomacia asiática de inversión en infraestructura; la construcción de foros
de integración latinoamericana y caribeña como la CELAC, desde los que se
articulan posiciones como bloque ante otros actores globales (Unión Europea,
África, los BRICS); e incluso la llegada tardía de los Estados Unidos al
proceso de normalización de las relaciones con Cuba, cuando ya América Latina,
China y Rusia han avanzado en acuerdos de inversión y cooperación con la isla,
han obligado a los funcionarios del Departamento de Estado a replantear sus
movimientos en el ajedrez del poder en el sistema internacional. Si a esto se suma la posibilidad de que en
los próximos 15 años Estados Unidos pierda su hegemonía frente a China, un
escenario que proyecta el informe
Global Trends 2030, elaborado por el Consejo Nacional de Inteligencia,
resulta lógica la preocupación de la Casa Blanca por revertir estas tendencia y
asumir el desafío estratégico que supone la presencia de otras potencias en su
tradicional zona de influencia.
El imperio posa sus
ojos sobre Centroamérica y esto debería llevarnos, despojados de toda
ingenuidad, a comprender los peligros que históricamente ha entrañado su
presencia activa en el devenir de nuestros pueblos y de nuestras repúblicas, y
que ahora, de nuevo, nos emplaza para pensar nuestro lugar en el continente y
en el mundo; el futuro que queremos y necesitamos; y los caminos que nos
permitirán llegar a ello sin comprometer patria, soberanía y autodeterminación.
Construir un nuevo tipo de Centroamérica definitivamente es indispensable, y lo
sabemos bien. ¿Pero esa tarea la emprenderán ellos, los imperialistas, o de una vez por todas la asumiremos
nosotros, los centroamericanos y las centroamericanas? He ahí la cuestión de
fondo.
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