Fidel sigue allí, para
escozor de sus enemigos, como referente de las luchas populares,
anticolonialistas, antiimperialistas y anticapitalistas de todo el planeta. Y
nada ni nadie cambiará eso.
De su lugar en el
devenir de las dolorosas repúblicas
de nuestra América, y de la revolución que supo liderar, el sociólogo mexicano
Pablo González Casanova dijo una vez que Fidel Castro representa “toda la
historia pasada de Cuba y América Latina”, y el inicio de una nueva historia
–desde 1959 en adelante- que iluminó las luchas por la liberación y la
integración latinoamericana, a partir de tres dimensiones: la democrática, la
humanista y la comunista, cuya proyección desbordó las fronteras de la isla.
“Después de la Revolución Cubana todas las luchas de liberación y todas las
luchas de las clases trabajadoras tuvieron en mente ese proceso histórico”[1].
De su irrupción en la
arena política continental y mundial en los años cincuenta del siglo XX, precisamente cuando América Latina volvía a
sangrar por las heridas infligidas por el imperialismo estadounidense,
especialmente en Guatemala con el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz,
el intelectual dominicano Juan Bosch afirmó que “el volcán del Caribe sacó de
los fondos de la historia la más completa de sus revoluciones sociales, la
revolución cubana de Fidel Castro”. Una revolución que, en sus palabras,
inauguró una época caracterizada por exponer a los pueblos caribeños y
latinoamericanos a “una etapa de luchas más duras, más desenfrenadas”[2]
del imperio estadounidense contra las aspiraciones de libertad,
autodeterminación y soberanía. Una batalla en la que Cuba supo resistir y vencer,
con dignidad y estoicismo, desde el momento en que se decretó el bloqueo –en
1960- y hasta nuestros días.
De sus claros y oscuros
en el ejercicio en el gobierno, pero también de la hidalguía y nobleza nunca
reconocida por sus poderosos detractores, el querido escritor uruguayo Eduardo
Galeano plasmó el que quizás sea el más justo de sus retratos: “Sus enemigos
dicen que ejerció el poder hablando mucho y escuchando poco, porque estaba más
acostumbrado a los ecos que a las voces. Y en eso sus enemigos tienen razón.
Pero sus enemigos no dicen que no fue por posar para la historia que puso el
pecho a las balas cuando vino la invasión, que enfrentó a los huracanes de
igual a igual, de huracán a huracán, que sobrevivió a seiscientos treinta y
siete atentados, que su contagiosa energía fue decisiva para convertir una colonia
en patria…”[3]
Controversial y contradictorio, pero también generoso y
altruista incluso con aquellos que jamás declinaron en sus empeños por
acabar con su vida; estratega feroz y conversador infatigable; obstinado
combatiente de las ideas y polémico actor político allí donde fue. Amado y
odiado, quizás en proporciones iguales: Fidel
Castro, esa fuerza viviente en la historia, llegó a sus 89 años en una
coyuntura inédita para Cuba y la Revolución, con la actualización del modelo
socialista cubano, por un lado, y el restablecimiento de relaciones
diplomáticas con los Estados Unidos.
Alejado de los cargos
oficiales desde hace varios años, y siempre vigilante de las intenciones del
imperio contra los pueblos latinoamericanos y del llamado Tercer Mundo, Fidel
ha hecho de la pluma su nueva adarga, para decir a tiempo su palabra. En una
carta publicada el 13 de agosto, día de su cumpleaños, sostiene que “escribir es una forma de ser útil si
consideras que nuestra sufrida humanidad debe ser más y mejor educada ante la
increíble ignorancia que nos envuelve a todos”, y además envía un mensaje que
en el que reafirma sus principios inclaudicables: “La igualdad de todos los
ciudadanos a la salud, la educación, el trabajo, la alimentación, la seguridad,
la cultura, la ciencia, y al bienestar, es decir, los mismos derechos que
proclamamos cuando iniciamos nuestra lucha más los que emanen de nuestros sueños
de justicia e igualdad para los habitantes de nuestro mundo, es lo que deseo a
todos…”
Fidel sigue allí, para
escozor de sus enemigos, como referente de las luchas populares,
anticolonialistas, antiimperialistas y anticapitalistas de todo el planeta. Y nada
ni nadie cambiará eso. Un día, quizás cercano o lejano –quién va a saberlo-, cuando finalmente ocurra su
desaparición física, muchos celebrarán su muerte. Así de infame es la
naturaleza humana. Pero, para mucho más, Fidel seguirá estando allí, siempre
presente, como el día en que, según el
hermoso poema de Juan Gelman, “… abolió sus sombras sus olvidos / y solo contra
el mundo levantó en una estaca / su propio corazón el único que tuvo / lo
desplegó en el aire como una gran bandera / como un fuego encendido en la noche
oscura / como un golpe de amor en la cara del miedo…”[4]
La
historia sabrá juzgarlo.
NOTAS:
[1] González-Casanova, P. (1991). Imperialismo y liberación. Una introducción a la historia contemporánea de América Latina. México, D.F.: Siglo XXI Editores. Pp. 250 y 251.
[1] González-Casanova, P. (1991). Imperialismo y liberación. Una introducción a la historia contemporánea de América Latina. México, D.F.: Siglo XXI Editores. Pp. 250 y 251.
[2] Bosch, J. (2009). De
Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe como frontera imperial. México, D.F.:
Miguel Ángel Porrúa Ediciones. Pp 743 y 760.
[3] Galeano, E. (2008).
Espejos. Una historia casi universal. México, D.F.: Siglo XXI Editores. Pág.
309.
[4] Gelman, J. (2003).
Pesar todo (antología). La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas. Pág. 51.
No hay comentarios:
Publicar un comentario