Se trata de una situación
histórica para Guatemala, país que se ha caracterizado por la más rampante
impunidad, no solo de este tipo de hechos de corrupción, sino de crímenes
asociados con la guerra que durante 36 años asoló a este país.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
La expresidenta Roxana Baldetti, y el presidente Otto Pérez Molina. en el centro de la polémica en Guatemala. |
El viernes 21 de agosto, la
Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y el Ministerio
Público (MP), solicitaron un antejuicio para el general retirado Otto Pérez
Molina, presidente de la República de Guatemala, por contar con múltiples y
contundentes indicios no solo de que está involucrado en la red de corrupción
aduanera conocida como La Línea, sino de ser su cabecilla, el que se quedaba
con la tajada del león, el 62% de los beneficios que proporcionaba esa red
mafiosa.
Al mismo tiempo que se daba a
conocer esta noticia, la que fuera su vicepresidenta, Roxana Baldetti,
ingresaba a la cárcel acusada de estafa, defraudación aduanera y cohecho
pasivo, luego de haber sido capturada en una clínica privada de la ciudad
capital en donde se refugiaba fingiendo quebrantos de salud.
Como se sabe, Baldetti tuvo que
renunciar a su alta investidura en el mes de mayo pasado, luego que se dictara
orden de captura contra su secretario privado, que aún se encuentra en fuga, y
que se ejerciera una fuerte presión por parte de un movimiento popular de
indignados y de la embajada de los Estados Unidos, que tratan de encontrar las
vías para lavarle la cara al régimen ubicado en una zona caliente de su área de
influencia geoestratégica prioritaria. En las actuales circunstancias, corre el
riesgo de ser extraditada a ese país, en donde se le requiere por lavado de
dinero.
Se trata, no cabe la menor duda,
de una situación histórica para Guatemala, país que se ha caracterizado por la
más rampante impunidad, no solo de este tipo de hechos de corrupción, sino de
crímenes asociados con la guerra que durante 36 años asoló a este país.
El centro neurálgico de todas
estas acciones es la CICIG, dirigida en la actualidad por el colombiano Iván
Velásquez, que se ha transformado en la espada justiciara que el sufrido pueblo
guatemalteco ha esperado toda su vida, plagada de dictaduras igualmente corruptas
como este par que le deben cuentas no solo por corruptos, sino también, en el
caso de Pérez Molina, por activo ejecutor de la política contrainsurgente de
tierra arrasada que llevó a la desaparición y asesinato de miles de campesinos
indígenas guatemaltecos en la década de los ochenta.
La situación que se ha desatado en
el país desde que el 16 de mayo se destapó todo este escándalo, es la de una
verdadera crisis política con desenlace reservado. Por un lado, en quince días
los guatemaltecos deberán acudir a las urnas para elegir un nuevo presidente y diputados
al congreso. El caso es, sin embargo, que los partidos-empresa que entran en la
lid electoral tampoco se salvan de las acusaciones de corrupción. La CICIG ha
identificado, por ejemplo, los casos de seis diputados del partido LIDER, del
señor Manuel Baldizón, que se encuentra encabezando las encuestas electorales.
A estos, y al mismo señor Baldizón, no se les ha ocurrido mejor estrategia para
defenderse que cuestionar la credibilidad de la CICIG y querellarse con la
fiscal del MP que los tiene sindicados. Baldizón acudió a quejarse hasta la
sede de la Organización de Estados Americanos (OEA), y ya advirtió que
presionará para que el señor Velásquez abandone la dirección de la CICIG, ya
que no puede revocar el mandato de la Comisión sino hasta dentro de dos años.
Los pájaros tirándole a las escopetas, el mundo patas arriba.
En estas circunstancias, hay
sectores de la población que llaman a anular las elecciones y a abocarse a la
reforma de la Ley Electoral; otros, consideran que hay que renovar la
Constitución; y hay voces también que llaman a forzar el cumplimiento de los
Acuerdos de Paz que se firmaron entre la guerrilla y el gobierno en 1996, pero
que nunca se han cumplido.
Hasta ahora, parecía que ninguno
de esos escenarios podrían concretarse, pero estos nuevos acontecimientos abren
de nuevo la interrogante de qué fuerzas desencadenarán, y que rumbo tomarán los
acontecimientos.
Guatemala no está viviendo una
revolución pero sí un verdadero terremoto político.
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