Parece que el proceso
de paz ahora si ha entrado en camino derecho. Las presiones de los enemigos del
diálogo han quedado sepultadas. A pesar que las mentes putrefactas de Uribe y
sus adláteres siguen apostando por la guerra y la confrontación, la voluntad de
paz del pueblo colombiano pareciera estar imponiéndose.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Desde
hace muchos años, he insistido en que la paz es un imperativo para Colombia y
para toda América Latina. A través de escritos, conferencias y charlas he
expuesto algunas ideas al respecto. Mi experiencia en el conocimiento y
estudio de los procesos de paz en
Centroamérica en la década de los 80 aportan a mi convicción de que este es el
mejor camino para avanzar en la cimentación de una correlación de fuerzas que
permita construir espacios de poder y participación popular que, a su vez,
conduzcan a un proceso de liberación definitiva de los pueblos. En esa medida,
pienso que en esta etapa, la lucha armada en América Latina está agotada y que
serán las oligarquías y el imperialismo en su denodado esfuerzo por cerrar los
caminos de la democracia, los que pudieran abrir espacio nuevamente a la
alternativa de la violencia. Ninguna persona sensata puede hacer valer la lucha
armada como fin y no como medio de obtener los objetivos propuestos cuando se
han cerrado los espacios de debate y participación democrática y cuando la
represión de los poderes oligárquicos no admiten otra opción de futuro.
Cualquiera
que haya conocido la guerra en sus entrañas, sobre todo cuando ésta se prolonga
indefinidamente, podrá constatar las deformaciones que se producen en uno y
otro bando, -sea cual sea la orientación política sobre la que se actúa- en la
medida que la conflagración bélica, genera comportamientos humanos ajenos a su
estructura fisiológica y sicológica. La guerra no es un hecho natural, sino
expresión de una situación que se origina cuando se han agotado los medios
pacíficos para dirimir las controversias. En el caso de las guerras civiles, la
imposición de conductas políticas por vía de la fuerza por parte de quienes
ostentan el poder, ha sido la causa más común de su inicio.
Ese
es el caso de Colombia, un conflicto surgido en el marco de la guerra fría,
pero que eclosiona a partir de la coacción del bipartidismo liberal-conservador
hacia sectores campesinos pobres que se organizan para defender su tierra, está
en la raíz del conflicto. Las Fuerzas Armadas que fueron creadas, - como en todos
los países- para defender la soberanía del pueblo, se ha utilizado con
objetivos distintos por parte de la oligarquía. Cuando esto ocurre
continuamente durante más de 50 años, se degradan de manera relevante los
métodos, los principios, los valores y las formas de actuación en un combate
para el que teóricamente no fueron preparadas. Otro tanto ocurre con las
fuerzas subversivas, cuando la guerra se prolonga indefinidamente sin obtener
los objetivos trazados. El conflicto y su forma de actuar en él, se transforma
en un círculo vicioso del que es muy difícil salir sin que se vislumbren ni en
el mediano ni en el largo plazo, la posibilidad real de obtener la victoria.
Escribo
estas líneas, hoy 24 de julio, cuando se conmemoran 232 años del natalicio del Libertador
Simón Bolívar. Tal vez, valgan sus palabras para testimoniar el espanto que le
producía la guerra. El 27 de mayo de 1815 en carta que dirige desde Kingston,
Jamaica a Sir Richard Wellesley le dice “Provincias enteras están convertidos
en desiertos; otros son teatros espantosos de una anarquía sanguinaria. Las
pasiones se han excitado por todos los estímulos, el fanatismo ha volcanizado
las cabezas, y el exterminio será el resultado de estos elementos
desorganizadores”, y agrega a continuación, “Yo vi, mi amigo, la llama
devoradora que consume rápidamente a mi desgraciado país. No pudiéndola apagar,
después de haber hecho inauditos e innumerables esfuerzos, me he salido a dar
la alarma al mundo, a implorar auxilios, a anunciar a la Gran Bretaña y a la
humanidad toda, que una gran parte de su especie va a fenecer, y que la más
bella mitad de la tierra será desolada”.
En
Colombia, país bolivariano, pareciera que las fuerzas que hoy se confrontan han
llegado a comprender que era necesario
“implorar auxilios” y evitar que sigan feneciendo sus ciudadanos y que no debe
continuar la desolación en sus tierras.
Han aceptado la negociación y desde hace dos años se han sentado en La
Habana a buscar los caminos de la paz. El tránsito por este sendero no ha sido
fácil de recorrer, fuerzas extremistas interesadas se han esmerado en poner
cortapisas a las conversaciones y a los
acuerdos que se han ido logrando. En particular, el ex presidente Álvaro Uribe
ha volcado toda su furia guerrerista para impedir el arreglo necesario. Tras
él, los “perros de la guerra” que han hecho de ésta, un negocio multimillonario
se aferran a la imposibilidad de lograr el fin del conflicto.
Pero,
las partes han perseverado a las mil y una provocaciones que han surgido en el
trayecto. Las Farc perdieron en combate al Comandante Alfonso Cano, su máximo
jefe, pero en una acto de madurez política que los enaltece no se pararon de la
mesa de negociaciones. La despiadada oposición de Uribe al fin de la guerra, y
la debilidad que a ratos ha mostrado el Presidente Santos hizo que al comienzo
negociara equivocadamente como si lo hiciera con un enemigo derrotado. Sus
asesores le recomendaron la continuidad de las acciones bélicas mientras se
conversaba en La Habana. Pero, el presidente de Colombia debe entender que este
no es el juicio de Nüremeberg, su camino debería ser el de Esquipulas y
Chapultepec, que sirvieron para que las fuerzas enfrentadas militarmente en
Nicaragua y El Salvador, concurrieran exitosamente a la mesa de negociaciones y
concluyeran sendos acuerdos de paz que han desterrado de esos países la
posibilidad de la guerra como forma de hacer política. Así mismo, las
permanentes declaraciones que ponen plazos y fechas para el logro de la paz no
ayudan en el proceso que se adelanta en La Habana. Al respecto, en un artículo
titulado ”Colombia, la paz no debería tener plazos” publicado en agosto de 2013
señalaba que “El afán permanente de poner plazo al fin de las mismas,(las
conversaciones de paz) da cuenta de una visión cortoplacista de cara a la
solución de un conflicto ancestral. Como habitualmente apunta el Doctor en
Ciencias Políticas de la Universidad de los Andes en Mérida, Vladimir Aguilar,
los tiempos políticos no siempre coinciden con los tiempos electorales. En este
caso, es más que patente tal aseveración. Suponer que una conflagración de 50
años debe terminar antes de las próximas elecciones y que la reelección del
presidente Santos es más importante que finalizar con el desangre de un país es
no tener altura de miras ni comportarse como un estadista. La guerra debe
terminar, a la paz no se le debe poner plazos”. Eso podría estar ocurriendo hoy
nuevamente de cara a las elecciones de autoridades locales de octubre, en las
que el tema de la paz pareciera querer utilizarse como propaganda de campaña.
Al
comenzar este año, los primeros días de
enero, a fin de encarar esta etapa del proceso de negociación de la mejor forma
para sus intereses, el presidente Santos se reunió durante varios días a
puertas cerradas con asesores internacionales expertos en negociación.
Participaron del cónclave, el profesor
de la Universidad de Harvard (EEUU) William Ury y el ex guerrillero del
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, hoy
al servicio del Departamento de Estado, Joaquín Villalobos. También acudieron
el exjefe de gabinete británico Jonathan Powell, responsable del acuerdo de paz
en Irlanda del Norte y el ex canciller israelí Shlomo Ben Ami, arquitecto de
los acuerdos de Camp David entre Israel y Palestina.
Sin
embargo, diversos incidentes han mostrado la ambigüedad y los titubeos de
Santos, evidentemente presionado por factores de poder que le piden “firmeza” y
celeridad en la negociación. Asimismo, ha sido receptivo de las influencias de
los que rechazan de plano al proceso. Se avanza no exento de dificultades y
amenazas. Las Farc han perseverado en su decisión de un cese unilateral de las
acciones, lo cual ha comenzado a calar en la opinión pública llevando al
gobierno a un acuerdo para iniciar el desminado de los territorios en
conflicto. El alto al fuego comenzó el 20 de julio. En esa dirección, el
gobierno ha anunciado el “desescalamiento” del conflicto, a partir de la misma
fecha, todo lo cual coadyuva en el adelanto de las negociaciones.
De
la misma manera, el pasado miércoles 22 de julio, Naciones Unidas anunció que
enviará un equipo de expertos a Cuba para apoyar el proceso de paz. El
secretario general adjunto de la ONU para Asuntos Políticos, Jeffrey Feltman,
visitó Bogotá, con el objetivo de “…comunicar en nombre del secretario general,
Ban Ki Moon, el firme respaldo de la ONU al proceso de paz y su compromiso de
brindar cualquier tipo de apoyo que las partes necesiten para un resultado
exitoso”.
Estas
evidencias conducen a suponer que el proceso de paz ahora si ha entrado en
camino derecho. Las presiones de los enemigos del diálogo han quedado
sepultadas. A pesar que las mentes putrefactas de Uribe y sus adláteres siguen
apostando por la guerra y la confrontación, la voluntad de paz del pueblo
colombiano pareciera estar imponiéndose.
No hay comentarios:
Publicar un comentario