Las tecnologías son las
herramientas de que nos valemos para vivir; lo que las pone en marcha es el
proyecto de vida en que se inscriben, el marco filosófico-político en que
cobran sentido.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
"Temo el día en que la tecnología sobrepase
nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de perdidos /
desconectados".
Einstein
I
Desde la primera piedra
que el primer homo habilis afiló hace dos millones y medio de años, la
tecnología humana no ha parado de superarse. Y sin duda, no se detendrá jamás,
porque justamente en ello consiste la esencia de nuestra especie: la búsqueda
perpetua de lo nuevo. La tecnología, en definitiva, no es sino eso: la forma de
desarrollar instrumentos que nos permitan aumentar nuestra capacidad natural,
nuestro poder, de defendernos de lo hostil y desconocido. Es decir: la
tecnología es la posibilidad de llevar a cabo esa búsqueda, de dejar atrás la
indefensión natural descubriendo cosas nuevas. En eso, sin dudas, no hay
límites: la búsqueda del poder como resguardo contra la finitud de origen es el
sentido mismo de la vida. Desde la primera piedra afilada hasta el misil
nuclear hay una línea común que nos conduce ininterrumpidamente como especie,
llamémosla afán de poderío, intento por saltar los límites o fascinación por el
saber y lo novedoso.
Los instrumentos de que
nos valemos para esa búsqueda son interminables, cambiantes, sorprendentes. La
historia de la humanidad es la historia de ese desarrollo; es decir: la
historia del desarrollo de nuestras posibilidades de "hacer". En
definitiva, la palabra "tecnología" que hemos acuñado –tomándola del
griego clásico: tecné– no significa
sino eso: saber hacer, capacidad de operar, posibilidad de transformar.
Las tecnologías, por
tanto, en tanto instrumentos, en tanto herramientas que nos permiten ese operar
en el mundo, no son en sí mismas ni "buenas" ni "malas"
(salvo excepciones muy puntuales sobre las que luego volveremos). Las
tecnologías son las herramientas de que nos valemos para vivir; lo que las pone
en marcha es el proyecto de vida en que se inscriben, el marco
filosófico-político en que cobran sentido. La energía nuclear puede servir para
alimentar la electricidad de una ciudad, o para hacerla volar por el aire con
una bomba. Y la electricidad puede servir para salvar vidas (en un quirófano,
por ejemplo), o para quitarla (con la silla eléctrica), o para torturar (con
una picana). Está claro que, en sí mismos, los productos técnicos que la
evolución de los seres humanos va obteniendo sirven en función de lo que se
quiere hacer de ellos. El poder no está en la tecnología; sigue estando en las
relaciones políticas que se establecen entre los grupos humanos.
Las relaciones entres
los seres humanos (relaciones de poder hasta ahora siempre asimétricas: luchas
de clases sociales, relaciones entre géneros, relaciones entre distintas
culturas, relaciones generacionales) se valen de esos instrumentos para
mantener/perpetuar el estado de cosas (donde alguien manda y alguien obedece)
o, eventualmente, cambiarlo. Pero nunca las relaciones entre seres humanos
están definidas solo por las tecnologías en juego. Las tecnologías son siempre
aquello de que nos valemos para hacer andar el mundo; no nos determinan. Somos
los humanos los que las determinamos a ellas. Un arado, una espada, un cántaro
de arcilla, un alto horno de fundición o un robot sirven para instrumentalizar
las distintas relaciones entre los grupos humanos; como objetos, por sí mismos,
no determinan nada. Sirven para determinar, para relacionar, para articular procesos;
esa es la razón de ser de una herramienta: servir para algo.
En el mundo capitalista
moderno iniciado con la revolución industrial hace unos dos siglos, las
ciencias juegan un papel determinante: han sido –y cada vez lo son más– la
llave de la explosión productiva. La revolución científico-técnica en curso
pareciera no tener límites, y las posibilidades que abrió en unos pocos años
provocaron un salto monumental en historia de la humanidad. Con las ciencias
que se instauran en la modernidad europea luego del Renacimiento y su
aplicación sistemática en los procesos productivos que trajo el capitalismo,
proceso hoy día ya globalizado y sin vuelta atrás posible, la especie humana
avanzó en unos pocos siglos lo que no había hecho en milenios y milenios de
civilización. De ahí que las ciencias modernas y sus nuevas tecnologías han
pasado a ser los nuevos dioses de nuestros tiempos. Y algo curioso, digno de
ser destacado: el proceso productivo mismo, el quehacer, la industria, en esa
nueva cosmovisión moderna ha pasado a cumplir sin más el papel de ídolo, de
deidad adorada. Hablamos indistintamente de "avance de la ciencia"
como de "avance de la tecnología". Más aún: identificamos progreso
con desarrollo tecnológico. El paso del desarrollo, según esta cosmovisión, lo
marca el ritmo de las "tecnologías de punta". Pero no debemos olvidar
que las tecnologías son una expresión visible, la aplicación de los conceptos
científicos que la sustentan; y todo ello, en definitiva, hace parte del
proyecto político en juego de un sistema de relaciones. La tecnología es una
demostración del tipo de relaciones sociales que la sostienen, y al mismo
tiempo, la posibilitan.
II
De acuerdo al proyecto
de sociedad en que se desarrollan, las tecnologías pueden cumplir diversos papeles.
Solas, en sí mismas, no representan nada. Son muy pocas las tecnologías nocivas
en sí mismas. La gran mayoría, útiles en cuanto facilitan los distintos
aspectos de la vida, sirven de acuerdo al proyecto en que se desenvuelven. En
ese sentido, podría decirse que hay varias categorías, con implicaciones
igualmente diversas:
1) Tecnologías
inaceptables en el actual sistema económico-social, pero aceptables en un marco
socialista.
2) Tecnologías correctas
en sí mismas, pero que precisan moratoria o lentificación por motivos sociales.
3) Tecnologías que no
siendo prioritarias deben someterse a moratoria antes de haber logrado
desarrollarse las primeras.
4) Tecnologías que ya
están suficientemente desarrolladas y no necesitan más investigación.
5) Y solo en algunos casos
muy especiales, tecnologías intrínsecamente negativas
1)
Tecnologías
inaceptables en el actual sistema político, pero aceptables en un planteamiento
socialista
Hay una serie de
realizaciones tecnológicas que serían aceptables, incluso algunas son imprescindibles
en sí mismas, pero que desarrolladas dentro de la dinámica del sistema
capitalista van a servir inevitablemente no para el provecho colectivo sino
solo para el lucro empresarial privado, contrariando el beneficio social. Su
uso debería postergarse hasta que existan "reglas de juego"
socialistas, donde la actuación política esté dirigida con racionalidad y
justicia distributiva, y el respeto al medio ambiente sea una realidad
efectiva.
La investigación y
desarrollo en estos ámbitos están motivados enteramente por el interés
monetario de las patentes, tanto en la investigación privada como en la mayor
parte de la investigación académica, por ser una fuente importante de
financiación de las Universidades. Todo lo que se está patentando desbocadamente
bajo el actual sistema abusivo de patentes del capitalismo está alejando sus
beneficios a la generalidad de la población e incrementando aún más el poder de
las grandes corporaciones multinacionales, que son las beneficiarias finales de
las innovaciones. Se adelantan a patentar todo antes de que pueda existir un
sistema mucho más restrictivo de patentes, como sería imprescindible. Entre
estas tecnologías tenemos los sistemas para la detección, la monitorización
cibernética y el automatismo.
a) La detección vía satélite es básica para comunicación,
posicionamiento por GPS, alerta climatológica, etc. El inconveniente es la
desviación de su uso a fines éticamente cuestionables, como los bélicos de
"guerra de las galaxias", o el control indiscriminado sobre toda la
población del planeta. La mayor parte de los satélites en órbita realizan
funciones bélicas y de espionaje, habiendo colmado el espacio de los satélites
útiles. Los más de 20.000 artefactos o restos en órbita son un peligro para los
útiles y para el planeta.
b) Buques-factoría y sistemas para la detección de bancos
de peces.
Suponen un gran ahorro energético en la búsqueda, captura y transporte de la
pesca, al disminuir los desplazamientos necesarios, pero son también el
instrumento para su exterminio. Solo serían buenos si existieran reglas claras
para el reparto equitativo de los beneficios, no desplazasen a quienes solo
tienen recursos artesanales, y fuera controlada la pesca realizada con los
sistemas sofisticados de control que se destinan a otros fines (generalmente
perversos).
c) Global Forest Resources Assessment (GFRA). Medir con exactitud la
fotosíntesis que se produce en una parcela forestal o agrícola es útil para
desmontar la falacia habitual de ciertas políticas ambientales cuando afirman
que "se han plantado 10 árboles por cada uno talado", pues se vería
que durante las próximas dos décadas cruciales esos 10 nuevos árboles van a
fijar mucho menos dióxido de carbono que el único árbol talado o que un
matorral autóctono. También el complejísimo monitoreo planteado, provisto de
innumerables sensores, sería útil para el seguimiento de la evolución edáfica
de los suelos a consecuencia del tipo de manejo forestal realizado. Pero sería
necesario que los sensores instalados detectaran las variables correspondientes
a dicha finalidad; que los –seguramente alarmantes– datos que se obtuvieran se
hicieran públicos (en lugar de seleccionarlos o falsearlo como es muy
habitual); y que se tomaran las medidas necesarias para atajar la degradación
(de poco sirve ahora la observación por satélite de las deforestaciones masivas
o clandestinas cuando no se aplican medidas correctoras). El desarrollo del
GFRA bajo la lógica y la dinámica del sistema capitalista dominante puede
servir también para gastar fondos públicos con fines perversos, por ejemplo:
ensayar el control remoto de los espacios forestales, combinando la observación
por satélite con los sensores sobre el terreno. O como un medio más para
eliminar agentes forestales y campesinos provocando la despoblación del medio
rural y la expulsión del campesinado. También podría servir para desarrollar
industrias de "alta tecnología", controlada por las grandes
transnacionales y en su exclusivo beneficio monetario, tecnológico, y político.
O para adquirir experiencia en planes de dominación global que no son
impensables para un mediano plazo: la regulación y el control cibernético de la
biosfera, y con ello el poder absoluto sobre el mundo (por ejemplo: la guerra
climatológica, denunciada en más de una ocasión como una realidad ya en curso;
es decir: por ejemplo, huracanes teledirigidos. Véase el denominado Proyecto
HAARP). O más aún: la utilización de los sistemas de detección para la completa
localización en cualquier lugar del mundo de los movimientos guerrilleros que
se cobijan en las selvas, siempre con el benemérito pretexto de la lucha
mundial contra las drogas o contra el mal definido "terrorismo".
2)
Tecnologías correctas
en sí mismas, pero que precisan moratoria o lentificación por motivos sociales
Sabido es que en el
capitalismo la mayor parte de las innovaciones tecnológicas se orientan a la
disminución de la mano de obra y a la ampliación de la tasa de ganancia
empresarial. Lo correcto sería dar tiempo al tiempo, que es un factor
fundamental a considerar cuando se implementan procesos de innovación. Sin
embargo, bajo la lógica del capitalismo, esto no cuenta; lo que le interesa es
lucrar cuanto antes con la innovación, y la generación de desocupación masiva
es un factor más de beneficio añadido al permitir el descenso de los salarios
por tener un ejército de desocupados de reserva. Las políticas neoliberales se
han especializado en este mecanismo.
De todos modos, eso es
una bomba de tiempo para el sistema, dado que la desocupación creciente va en
contra del mercado, porque población desocupada y sin ingreso no puede
consumir; ello marca el límite absoluto del sistema capitalista como un todo:
puede beneficiar cada vez más a las grandes corporaciones globales como pasa en
este momento, pero a costa de la Humanidad en su conjunto. De hecho esas
grandes megaempresas (estadounidenses en su mayoría, pero también de origen
europeo o japonés, aunque cada vez entremezcladas, más globalizadas) ya no se
mueven en la lógica de un mercado interno sino que producen y venden
mundialmente. Ese modelo, aunque se busquen infinidad de válvulas de escapa,
irremediablemente tiende al estallido ("El
Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que,
irremediablemente, tiene sus días contados").
Particularmente sangrante
es el desplazamiento de la población campesina, expulsada de su territorio
(mediante la violencia generalmente) para la agricultura industrial dedicada a
un mercado global. En este caso, a la catástrofe humanitaria se añade un grave
daño a la biosfera común, tanto por la degradación de los suelos que provocan
los agronegocios, como por incrementar la insostenibilidad del medio urbano con
megápolis cada vez más inmanejables, violentas y hostiles para la sana
convivencia.
En esa lógica encontramos la actual revolución industrial cibernética. Su
magnitud se refleja en la cantidad de jubilaciones anticipadas, regulaciones y
despidos que se han desencadenado en los últimos años. Resulta expresivo que
una fábrica de automóviles que empleaba unas décadas atrás a 20.000 operarios
con el llamado modelo fordista, se convierte en una factoría robotizada con
solo 300 trabajadores muy cualificados. Parte del personal "sobrante"
(pero… ¿algún ser humano puede sobrar?), encontrando cerradas todas las puertas
para la sobrevivencia, puede hallar como estrategias de vida solo la
delincuencia, por lo que un beneficio tecnológico que debería ser alegría para
todos (reducción de la jornada laboral, por ejemplo), termina transformándose
en una problema social (por el marco en que se da, obviamente. Para un esquema
socialista constituiría una excelente noticia). Por tanto sería necesaria una
moratoria en el desarrollo de ciertas tecnologías aceptables aunque no
prioritarias, y una lentificación en el desarrollo de otras de mayor interés,
adaptándolas al ritmo de la reconversión y reubicación profesional de los que
resultarán desplazados. Las políticas de pleno empleo de todas las experiencias
socialistas, así sea recargando innecesariamente a veces las nóminas de algunas
dependencias públicas, por lejos son siempre más humanas que los planteos
capitalistas que consideran a los trabajadores solo "variables de
ajuste". Si las tecnologías no sirven para beneficio de la humanidad,
¿para qué la queremos? ¿Quién debe dominar a quién?
3.
Tecnologías que no
siendo prioritarias deben someterse a moratoria antes de haber logrado
desarrollar las prioritarias
Pueden tener algún
interés para el avance científico, pero su desarrollo es irracional e inmoral
por su elevado coste mientras no se resuelvan de forma estable problemas
básicos de la humanidad como el hambre, las enfermedades de la pobreza (las
diarreas, debido a la falta de agua potable, o las infecto-contagiosas, debido
a las malas condiciones de vida), el problema habitacional, la educación básica
para todas y todos. El esfuerzo investigador y los recursos deben utilizarse en
la ciencia básica y en las investigaciones prioritarias, siempre en atención a
las necesidades coyunturales de la sociedad de que se trate, y con perspectivas
de mediano y largo plazo.
a) La estación espacial. Es imposible negar la
importancia de cualquier investigación científica, en el campo que sea. Sería
absurdo, reaccionario y primitivo desestimar cualquier nuevo conocimiento
adquirido por la Humanidad. Pero en realidad, con apego a la situación actual
de todo el mundo, es prematura e innecesaria toda la aventura espacial,
incluyendo la exploración personal o robótica de la luna o Marte. Comparar las
sumas invertidas en los viajes espaciales con las necesarias para evitar la
muerte por hambre de millones de personas resulta inmoral y obsceno. Hoy día
puede verse con más claridad –y además puede decirse abiertamente– que la
carrera espacial de Estados Unidos y la Unión Soviética fue una arista más de
la Guerra Fría, inconducente y sin relevancia positiva real para los pueblos
del mundo. De hecho, la llegada de misiones tripuladas a la luna por parte del
gobierno de Washington no aportó prácticamente nada en términos científicos,
siendo solo espectáculos mediáticos destinados a tapar la boca a su
contrincante socialista.
El "retorno"
de la multimillonaria inversión, entendido en rigurosos términos económicos
capitalistas incluso, la relación costo-beneficio de la empresa, no justifica
la parafernalia de dinero gastada, pues no hay de momento una aplicación
práctica de todo lo investigado en el espacio que se haya convertido en
mercadería de consumo masivo.
b) La industria aeroespacial en su totalidad (lo llamado
pretenciosamente "la conquista del espacio", "la nueva
frontera", la "guerra de las galaxias") representa nuevos
impactos sobre la biosfera por la extracción de los minerales escasos
necesarios para las construcciones y las naves espaciales, guerras por
intermediación para el control de la minería de materiales estratégicos,
consumo de combustible, impacto sobre la atmósfera y la troposfera, dispersión
de chatarra espacial, con el peligro que ésta representa en su posterior caída
sobre la tierra, en ocasiones de combustible nuclear y otros materiales radiactivos.
Lo inmoral, irresponsable e irracional de la aventura espacial culmina cuando
ni siquiera se invocan los supuestos avances científicos, sino que ese daño y
derroche se prepara con fines turísticos: se patenta la luna, se montan
empresas de venta de parcelas, se reservan plazas para viajes regulares o para
los proyectados hoteles espaciales. Todo ello sin que ningún organismo
internacional declare la nulidad de esas patentes, de esas empresas, de los
despachos de ingeniería y los técnicos que desarrollan y venden los proyectos,
de las cantidades ya percibidas como reservas.
4)
Tecnologías que ya
están suficientemente desarrolladas y no necesitan más investigación, al menos
por ahora
Si bien no se puede
limitar el desarrollo de la investigación científica, se deben abrir
cuestionamientos éticos sobre mucho de ella, tanto respecto a su implementación
como del "avance" en sí mismo que representa como bien social. Hay
tecnologías que ya han dado saltos fabulosos y, hoy por hoy, no necesitan seguir
desarrollándose. Por ejemplo: la calidad de la reproducción de todos los
actuales medios audiovisuales (cine, televisión, videojuegos, pantallas de
computadoras y/o de teléfonos móviles). El punto alcanzado es definitivamente
muy bueno y se torna innecesaria su evolución en estos momentos; si se lo hace,
es solo en función de continuar generando mercancías para colmar políticas
empresariales, pero tecnológicamente no hay nada que las justifique.
Otro tanto pasa con la
industria de los vehículos automotores; sabiendo que los motores de combustión
interna son uno de los principales agentes causantes del efecto invernadero
negativo, lo racional y éticamente correcto sería utilizar los nuevos avances
tecnológicos en la producción de transportes públicos no contaminantes,
buscando la paulatina eliminación del automóvil privado. Pero el hambre de
ganancias de las gigantescas corporaciones fabricantes de vehículos,
indisolublemente unidas a las grandes compañías petroleras, prefiere continuar
con la producción irracional de autos particulares en vez de promover salidas
viables con medios de movilidad públicos. La tecnología automotriz actual se
sigue desarrollando solo por el afán de ventas, siendo que ya no sería
necesario su avance sino, por el contrario, su reconversión hacia otro tipo de
vehículos: no contaminantes y de uso masivo, eliminando el agresivo, en
términos ecológicos, automóvil unipersonal o familiar.
5) Tecnologías intrínsecamente negativas
Llegamos a un capítulo
especial, aquél en el que sí, efectivamente, la forma misma de la tecnología
conlleva una carga negativa, por su probada peligrosidad. Se han desarrollado
tecnologías peligrosas sin respetar el más elemental "Principio de
Precaución" a pesar de existir serios indicios e informes científicos señalando
sus peligros, y se han aplicado masivamente después de que tales peligros se
confirmaron, y además con mayor gravedad y rapidez de lo previsto.
a) Biotecnologías que ponen en peligro la
conservación de la biosfera. Pueden incluirse aquí: la tecnología del ADN
recombinante; todos los cultivos y liberaciones ambientales de transgénicos;
los intentos de fabricar bacterias sintéticas, las bacterias alteradas por
mutaciones inducidas para uso en la "guerra bacteriológica", entre
otros avances tecnológicos.
b) Tecnologías bélicas, cuya única función es la
destrucción y el asesinato masivo. En particular las minas antipersonales, o la
utilización de "uranio empobrecido" para deshacerse de su peligro en
algún "país empobrecido". Según las cifras del jefe de oncología del
hospital local de Basora, en Irak, se ha producido un tremendo aumento de los
casos de cáncer y tumores, que pasaron de 32 casos anuales en 1989 a más de 600
en el 2002, lo que se atribuye al bombardeo masivo con proyectiles de
"uranio empobrecido". Sin embargo, un veterano estadounidense que
actuó en esta la primera Guerra del Golfo afirma que se lanzó allí una bomba
atómica, de menor potencia que la de Hiroshima (algo muy verosímil pues es una
intención declarada del Pentágono la prueba de "pequeñas" bombas
atómicas tácticas). En cualquier caso, la utilización masiva de proyectiles con
uranio empobrecido por los Estados Unidos está sobradamente acreditada y
confesada en los lugares en que ha intervenido, tanto en Irak como en Kosovo.
Algo sobre las ciencias sociales
Las ciencias sociales o
humanas, contrarias a las llamadas ciencias exactas o "duras" (¿las
ciencias sociales serán "blandas" entonces?) han sido y, seguramente,
seguirán siendo dentro del esquema social dominante, el pariente pobre en el
campo de los saberes científicos. Ello es así por un motivo básico: el ser
humano concreto de carne y hueso, con todas sus determinaciones, sus pasiones,
sus mezquindades y grandezas, está metido en el corazón mismo de las ciencias
sociales, porque su objeto de estudio, el único objeto de estudio, es ese Ser
Humano mismo. No hay posibilidad de "exactitud"… porque lo humano no
es exacto. Pese al desarrollo de las ciencias sociales, quizá siguen sabiendo
más de esta rara especie que somos… los poetas, los artistas, los filósofos…
actividades todas que para la lógica del capital –lógica absolutamente
dominante de nuestro mundo actual– no son precisamente las más redituables. En
esta lógica, lo que se necesita son acciones concretas confiables, con resultados
predecibles, seguras, que no se centren en el conflicto en tanto esencia de lo
humano sino que trate de borrarlo del mapa. El materialismo histórico, la
sociología crítica, el psicoanálisis, por mencionar algunas, no son las
convidadas de honor para esta ideología.
La fórmula matemática,
y su operatividad en la realidad concreta, no admiten mayores discusiones. 2 +
2 = 4, mil años atrás, en cualquier cultura y sin importar la naturaleza de los
elementos sumados. 2 homosexuales, por ejemplo, o 2 explotadores + otros 2
elementos similares, abre la cuestión no sobre el resultado final de la
ecuación sino sobre la naturaleza misma de los elementos sumados: ¿qué es un
homosexual? ¿Un aristócrata varón (los varones plebeyos: no, y las aristócratas
mujeres, tampoco, ¡sólo un aristócrata varón!) que podía darse el lujo de
tener, junto a su hembra para la reproducción, un jovencito con el que mantener
relaciones carnales? ¿Un pecador, para ciertas tradiciones ético-religiosas?
¿Alguien con una entidad psicopatológica, como establecía hasta hace algunas
décadas la Psiquiatría? ¿Una opción sexual? ¿Una "degeneración" de la
especie? ¿Un vicio? Definitivamente, ahí el problema radica en la naturaleza de
lo que está en juego, porque nos convoca como seres situados ideológica,
política, socialmente a todos y cada uno de nosotros, en cuanto todos tenemos
prejuicios y mitos en torno a estos temas, nos tocan, nos conmueven. Tener un
hijo homosexual, por ejemplo, impone una toma de posición como no se da con la
descomposición de luz blanca al atravesar un prisma, la composición química del
coltán que se encuentra en el chip de la computadora o el teléfono inteligente
con el que se está leyendo este texto ahora o la velocidad que debe desarrollar
un vehículo espacial para escapar de la atracción terrestre.
¡Y ni qué decir si nos
remitimos al ejemplo del explotador! Según quién responda, la respuesta será
absolutamente antitética, proviniendo, por ejemplo, del banquero o el
empresario, o del trabajador asalariado, del macho golpeador o de la mujer
golpeada, del blanco europeo o del negro africano. La "exactitud"
puede estar en el orden atómico, en las interacciones químicas, en el
movimiento de las estrellas, pero no en el deseo humano, o en su ejercicio del
poder. ¿Qué "exactitud" puede explicar el racismo, o la transgresión?
¿Por qué existe el incesto, o la sed de lucro de quien es propietario del
capital? Ello implica otras categorías, siempre más complejas, o complejas de
un modo distinto (¿más incómodas tal vez?) que las complejidades del mundo
no-humano.
Muy buena parte de las
ciencias sociales contemporáneas (cierta sociología, psicología de la
propaganda o industrial, cierta antropología o cierta semiótica, etc.)
abiertamente dejaron de ser ciencias de investigación para transformarse en
tecnologías aplicadas a proyectos políticos. Proyectos que no están al servicio
de las grandes mayorías sino, por el contrario, a su sujeción, a su control. Es
lo que suele llamarse "ingeniería humana": es decir, una tecnología
destinada a manipular, engañar, mentir, borrar el conflicto intrínseco a lo
humano para presentar una realidad engañosa, siempre con final feliz,
justificando la explotación de unos contra otros, tratando a los seres humanos
con la noción de "objeto", tal como sucede en las ciencias exactas.
Puede inscribirse ahí muy buena parte de la cuantiosa producción audiovisual
actual, que cada vez tiene un papel más preponderante en la marcha de la
aldea-global que hemos pasado a ser (lo que algunos llaman "Guerra de cuarta
generación"). Pongamos este ejemplo bastante elocuente: piense el lector
por qué en el logo distintivo de las marcas más famosas mundialmente se repiten
siempre los colores amarillo, rojo y blanco. ¿Es eso un saber científico o una
tecnología derivada de la Psicología de la percepción aplicada al mercadeo?
Estas pretendidas
ciencias (¿son ciencias o son técnicas de control social? Y ahí puede caer un
amplio abanico de acciones, desde la Psicología positiva del "usted
puede" y del reforzamiento yoico hasta las más agresivas técnicas de marketing) son tecnologías funcionales
al sistema de explotación. En ese sentido puede decirse que son, igual que las
mencionadas más arriba: tecnologías "intrínsecamente negativas".
III
La investigación
científico-técnica es siempre una buena noticia para la humanidad. La promoción
de nuevos saberes y la invención de nuevas tecnologías abren perspectivas
positivas, por lo que siempre es deseable su promoción. Si alguno de esos
descubrimientos se muestra inoportuno, inconveniente o dudoso en cuanto a su
beneficio colectivo, el problema no está en la producción misma de los nuevos
conocimientos sino en su posterior aplicación. Por eso el objetivo final de
toda crítica no debe ser la tecnología propiamente dicha, o los conceptos
científicos de que se nutre, sino el sistema de relaciones sociales en que se
desenvuelven. El poder no está en los instrumentos mismos, en las herramientas
de que nos valemos para la vida, no importando su magnitud o complejidad: ha
estado y seguirá estando en las relaciones que establecemos los seres humanos
entre sí. La lucha por un mundo de mayor justicia, por tanto, no es una
cuestión de tecnologías. Es una cuestión política.
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