Cien años atrás, a fines
de julio de 1915, tropas de Estados Unidos entraban a Haití para evitar la
instalación de un gobierno contrario a sus intereses. Permanecerían casi 20
años, gobernando a sangre y fuego, con un sistema muy cercano al esclavismo.
Henri Boisrolin, coordinador del Comité Democrático de Haití, recuerda esa
historia.
Henri Boisrolin / Brecha y Rebelion
Marines de los Estados Unidos en Haití, 1915. |
Hay fechas en la historia
de los pueblos de enorme valor simbólico pues marcan un punto de inflexión
determinante en todos los aspectos de su vida. Es el caso de la ocupación
estadounidense de Haití iniciada hace un siglo.
En 1915, la Marina de
Guerra de Estados Unidos desembarcó en Puerto Príncipe, ocupando en pocos días
las ciudades más importantes del país y estableciendo un control militar de sus
aduanas que duraría hasta su retirada, el 15 de agosto de 1934. En aquel
momento, sobre todo entre 1911 y 1915, Haití vivía una severa crisis política:
levantamientos populares, asesinatos políticos, exilios forzados, cambios
sucesivos en la presidencia (seis presidentes tuvo entonces Haití).
Aquella
crisis se agudizó con el golpe de Estado de febrero de 1915 contra el general
presidente Vilbrun Guillaume Sam. Luego de su derrocamiento, éste fue linchado
por manifestantes en las calles de Puerto Príncipe. Pero como aquel
levantamiento popular contra Sam amenazaba varios intereses comerciales
estadounidenses en el país y planteaba la posibilidad de que Rosalvo Bobo,
considerado por muchos un líder nacionalista y antiimperialista, emergiera como
el próximo presidente, el gobierno estadounidense decidió invadir para
preservar su dominio económico.
El primer objetivo de la
estrategia militar yanqui fue obtener el control de los puertos marítimos y del
comercio, proteger los ingresos de los aranceles, y tomar el control directo
del país. Establecieron el Convenio haitiano-estadounidense en 1916, redactaron
una nueva Constitución en 1918 e impusieron reformas económicas en función de
sus propios intereses y un trato racista en todos los niveles de la vida.
Cabe recalcar que la
tragedia no terminó con la salida oficial de las tropas en agosto de 1934, sino
que prosiguió después, destruyendo la vida de millones de ciudadanos por varias
generaciones.
El 28 de julio de 1915,
fecha de desembarco de los soldados norteamericanos, representa una bisagra que
marcó la evolución de la formación social haitiana, y, al mismo tiempo, uno de
los primeros pasos del expansionismo estadounidense en el Caribe. Salvo para
los historiadores defensores de los intereses del imperialismo norteamericano y
de las clases dominantes haitianas, queda claro para todos que esta ocupación
transformó a Haití en una perfecta neocolonia de Estados Unidos a través de un
largo proceso de destrucción –mediante una violencia inusitada– de las
estructuras económicas y disposiciones legales creadas y adoptadas desde el
triunfo de la gran revolución antiesclavista de 1804. A partir de aquella
ocupación –que sigue hasta nuestros días bajo otras formas–, el imperialismo
atribuyó a Haití, en la división internacional del trabajo, el papel de
principal productor de mano de obra barata para sus empresas instaladas tanto
en este país como en otros del Caribe. Una razón que explica el proceso de
empobrecimiento cada vez mayor del pueblo haitiano, la destrucción de la
economía rural, el hambre, el desempleo, y el éxodo masivo de millones de
personas hacia otros lugares. La ocupación, en consecuencia, no trajo beneficio
alguno para el pueblo haitiano, y fue responsabilidad exclusiva de Estados
Unidos y de sus cómplices en Haití. Todo planteo contrario es simplemente un discurso
perverso para justificar lo injustificable.
Pasado el tiempo, no se
ha podido hasta ahora establecer fehacientemente la cantidad de víctimas de la
ocupación. Varios historiadores haitianos las cifran en más de 15 mil. Pero
hubo acontecimientos durante esos 19 años de especial crueldad. En esta lista
aparecen la masacre de campesinos en Marchaterre, la imposición de un sistema
de trabajo denominado corvée, que no era otra cosa que la vuelta a la
esclavitud al suponer el trabajo gratuito de los pequeños campesinos, por
ejemplo, en la construcción de caminos, y el terrorismo implementado por los
ocupantes para vencer a la resistencia guerrillera de los cacos. En este marco,
es propicio rendir homenaje a los patriotas que se opusieron y lucharon por todos
los medios, fundamentalmente a los principales líderes de los cacos:
Charlemagne Péralte y Benoit Batraville. Éstos, a través de sus batallas y
posicionamientos antiimperialistas, dejaron ejemplos que nos guían. Ejemplos
que no podemos olvidar en nuestra lucha actual en contra de la Misión de las
Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, la Minustah, una muestra clara
de que la ocupación imperialista sigue.
Marchaterre es, a su vez,
un acontecimiento que la historiografía oficial intenta sepultar bajo el manto
del olvido. Durante una marcha pacífica, el 6 de diciembre de 1929, cuando
varios miles de campesinos desfilaban en ese lugar al grito de “abajo los
impuestos, abajo la ocupación, abajo la miseria”, los militares estadounidenses
abrieron fuego, asesinando a 22 personas e hiriendo a otras 51. Violaron luego
a mujeres y niñas e incendiaron las casas de los campesinos.
Rememorar el inicio de la
ocupación no puede ser por tanto un simple ejercicio académico sino una
obligación ligada a la voluntad política de seguir la lucha por la recuperación
de la soberanía de Haití y el derecho a la autodeterminación. Un combate que
merece ser acompañado por todos los luchadores democráticos y antiimperialistas
–sobre todo los de América Latina–, para ayudarnos, entre otros objetivos, a
echar a la Minustah.
1 comentario:
Gracias por el trabajo de producción intelectual.
Me sirve de fuente para mis trabajos de investigación.
Prof. José Huerta Castillo
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