Más allá de
discursos ideologizados, el quid del extractivismo y una visión de izquierda
del mismo, radica en la soberanía con la
que se relaciona la nación con el capital transnacional, el monto del excedente
que queda en la nación, el uso social de ese excedente y la visión estratégica
que se tiene con respecto al uso de dicho excedente.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Desde hace algún tiempo he leído los
trabajos del investigador uruguayo Eduardo Gudynas acerca del extractivismo y
neoextractivismo. El tema es relevante en cuanto el extractivismo –la extracción de recursos
minerales y nuevos cultivos de exportación principalmente en la periferia
capitalista- es el elemento fundamental de la acumulación en la segunda fase
del neoliberalismo. Esta fase como lo ha
constatado el teórico marxista inglés David Harvey se fundamenta en la
acumulación por desposesión, es decir el despojo de amplios sectores de la
población a medida que el gran capital descubre nuevas áreas de inversión de
capital. Buena parte de la resistencia social al neoliberalismo en la América
latina actual, tiene que ver con la oposición de poblaciones indígenas,
campesinas -o rurales simplemente-, a
los grandes proyectos mineros, nuevos cultivos y toda la infraestructura
asociada a estos: hidroeléctricas, carreteras etc.
Lo que hoy estamos viendo en América
latina es que el extractivismo se está presenciando en países gobernados por
regímenes neoliberales pero también en aquellos que están gobernados por los
llamados gobiernos progresistas, es decir los gobierno de izquierda o de centro
izquierda. En el último trabajo de Gudynas
que he leído (“Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo”), el
autor continua la reflexión de otros
trabajos sobre el tema de los gobiernos progresistas y el extractivismo. Por
fortuna, Gudynas no cae en la tentación de equiparar a Rafael Correa o Evo
Morales con Enrique Peña Nieto como suele suceder con otros intelectuales de
izquierda que son críticos de los gobiernos latinoamericanos progresistas. Tres
aspectos distinguen a los gobiernos progresistas de los neoliberales en el tema
del extractivismo: el Estado y no el
mercado rigen la actividad extractiva, hay una diferencia sustancial en el
porcentaje de las ganancias con las cuales se queda la nación, y una parte
sustantiva del excedente económico que queda en manos de la nación se invierte
en el gasto social con lo cual se eleva sustantivamente la calidad de vida de
la población.
El problema sustancial radica entonces si
los gobiernos progresistas conciben al extractivismo como una actividad que
perpetúa el rol de América latina en la división internacional del trabajo
(productor de materias primas o productos alimenticios) o si está concibiendo
el extractivismo como una fase de transición para acumular recursos y con ello
cambiar la matriz productiva del país. Con casi el 90 % de sus exportaciones
basadas en hidrocarburos, Venezuela parecería estar en el primer caso. Ecuador,
si nos atenemos a los planteamientos oficiales, estaría en el segundo con una
enorme inversión en ciencia y tecnología, educación que aspira a disminuir la
brecha tecnológica que existe entre la periferia y el centro capitalista.
Así las cosas, más allá de discursos
ideologizados, el quid del extractivismo y una visión de izquierda del
mismo, radica en la soberanía con la que
se relaciona la nación con el capital transnacional, el monto del excedente que
queda en la nación, el uso social de ese excedente y la visión estratégica que
se tiene con respecto al uso de dicho excedente.
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