Desde hace años, la neoliberalizada
academia tiene parámetros de medición del mérito académico que a muchos
académicos nos resultan deleznables.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Hace pocos días recibí en mi correo
electrónico el comunicado 66 del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México, enviado a todos los integrantes
del Sistema Nacional de Investigadores del cual formo parte. Su contenido no
puede ser más traumático. Anuncia la expulsión por veinte años de dos investigadores del sistema.
Es la pena máxima que la Junta de Honor del CONACYT aplica a
investigadores que han atentado contra la integridad ética. Los expulsados son
los investigadores Rodrigo Núñez Arancibia originario de Chile y a Juan Pascual
Gay proveniente de Cataluña. Ambos reconocieron que habían plagiado trabajos de
investigadores o investigadoras de otros países y de México mismo y hoy también
han sido expulsados de la Universidad
Nicolaita de Michoacán y del Colegio de San Luis Potosí, instituciones
académicas en las cuales laboraban. Al primero de ellos, el Colegio de México
le ha retirado el grado de Doctor en Historia por comprobarse que se graduó con
una tesis plagiada. Es la primera vez que en sus 78 años de existencia, el
Colegio de México ha adoptado tal medida.
En el caso de Juan Pascual Gay el asunto
adquiere relevancia porque las denuncias de sus plagios fueron hechas por el
periodista Jaime Avilés en una columna publicada en el diario La Jornada en
mayo de 2006. Pascual Gay había ganado en 2004 con un trabajo plagiado el Premio Nacional de
Literatura en Crítica de Artes Plásticas Luis Cardoza y Aragón. El que hayan
pasado más de 9 años sin que ninguna sanción se le aplicase, pese a otros
plagios, inevitablemente se relaciona
con el hecho de que está o estuvo casado con Mercedes Zavala Gómez del Campo,
la hermana de Margarita Zavala Gómez del Campo, la esposa de Felipe Calderón
Hinojosa, presidente de México a través de elecciones también reputadas como
fraudulentas.
Al parecer el plagio es más común de lo
que pensamos. Al hasta ahora puntero candidato
presidencial en Guatemala se le acusó de haber plagiado su tesis de
doctorado. Y en algunas ocasiones he sabido de denuncias de plagios incluso en columnas periodísticas. En el caso
de la academia, el injustificable delito de plagio tiene un contexto. Desde
hace años, la neoliberalizada academia tiene parámetros de medición del mérito
académico que a muchos académicos nos resultan deleznables: un artículo en una
revista indexada en inglés vale más que un libro resultado de muchos años de
investigación, la cantidad de artículos parece valer más que su calidad,
artículos publicados en español tienen menos valía que si lo son en inglés, las
citas de otros autores valen solamente si están en determinados index. Así las
cosas Gustave Flaubert, Juan Rulfo y Severo Martínez Peláez hubieran tenido una
pobre evaluación si los hubiera medido la meritocracia neoliberal. Y todo ello
provoca una presión en los académicos que se vuelve un formidable caldo de cultivo para la simulación.
Y por lo visto también para la corrupción.
No puedo sino lamentar la tragedia que
hoy viven los académicos mencionados. Y condenar el contexto que la explica.
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