La inteligencia humana
está sobrevalorada; es la única especie que destruye su hábitat.
Carolina Vásquez Araya / www.carolinavasquezaraya.com
Cuando pensamos en los
alcances de la inteligencia humana solemos referirnos a los grandes avances en
la ciencia, la tecnología o las disciplinas intelectuales cuyo desarrollo ha
dado grandes exponentes en la filosofía y las letras. Sin embargo, rara vez
vemos ese despliegue de conocimientos combinados de modo de buscar el
equilibrio necesario para conseguir una mejor calidad de vida para todos sin
destruir aquello que nos rodea. Por el contrario, los avances más importantes
suelen estar vinculados a una búsqueda incesante de riqueza y poder.
En estos días –así como
ha sucedido en muchas ocasiones sin mayor repercusión global- han vuelto a
surgir los temas ambientales a partir de una visión apocalíptica del futuro que
espera al planeta y sus habitantes. Es innegable, aún cuando los líderes
mundiales se resistan a aceptarlo, el hecho de que a partir del uso
indiscriminado de los recursos de la naturaleza, el ser humano ha ocasionado un
daño irreversible al equilibrio natural y, en su afán por acumular una riqueza
mal habida, no solo exterminó a miles de especies; también a millones de sus
semejantes.
Esto nos lleva a
comprender cómo la concentración del poder político y económico ha permanecido
en manos de pequeños grupos de individuos a quienes se debería pasar un test de
inteligencia para evaluar qué tan capaces son de controlar tantísimo poder.
Porque es imposible creer que mentes privilegiadas puedan destruir su futuro y
el de otros, únicamente por acumular una riqueza de tal envergadura, que
difícilmente podrán disfrutarla en medio del caos ambiental provocado por su
desmedida ambición. La gran industria, esa que nos ha convencido de necesitar
lo innecesario, ha sido su afilada espada de Damocles: no hay vuelta atrás,
pero tampoco las posibilidades de avanzar cuando para hacerlo es necesario
destruir lo poco que queda, incluyendo a quienes habitan los espacios en donde
aún existe la riqueza indispensable para seguir produciendo
El modo como estos
centros de poder han controlado a la humanidad por medio de redes de influencia
y el monopolio de la información, ha dado como resultado una ceguera colectiva
sobre los peligros de la degradación ambiental y sus consecuencias. Lo que hoy
aparece como resultado visible de la monstruosa anarquía en el desarrollo y uso
de productos –como el plástico, por ejemplo-
durante décadas jamás fue tema de preocupación ni de limitación en su
uso. Todo lo contrario, nos convencieron de sus bondades y las grandes
corporaciones nos lo vendieron como un importante avance tecnológico, el cual
supondría la solución perfecta para nuestras necesidades cotidianas.
Como borregos,
aceptamos también el argumento de la minería como foco de desarrollo para
nuestros países, la explotación inmoderada de los bosques nativos con la pobre
compensación de plantaciones extensas de especies foráneas incapaces de revivir
a la fauna extinguida y la privatización del agua, nuestro recurso vital.
Tampoco se objetó de manera masiva y consciente el uso de armas de destrucción
masiva financiadas y desarrolladas por los grandes centros de la ciencia para
uso de gobiernos opresores y colonialistas. Todo lo contrario, se nos convenció
de que en esos espeluznantes y mortíferos recursos bélicos descansaban su sueño
perfecto la paz, la democracia y la libertad.
Hoy comenzamos a
despertar del letargo con muchos años de atraso y lo que se ha perdido jamás se
va a recuperar. Pero por lo menos tenemos la gran oportunidad –si alcanzamos la
lucidez necesaria- de conservar lo poco que nos han dejado.
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