La
clave del éxito de la dominación oligárquica es que esta ideologización
ultraderechista ha logrado ser
introducida como sentido común en amplios sectores de la población. Lo
acontecido en el último proceso electoral revela este hecho. La diferencia es
que ahora, el pensamiento ultraderechista también es la máscara que oculta el
rostro de la corrupción.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Hace unos días, Juan Carlos Tefel, presidente del
Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas Comerciales Industriales y
Financieras (CACIF) de Guatemala, manifestó que el salario mínimo en el país estaba por
encima del salario promedio lo cual era una anomalía. Por ello el CACIF opina
que el salario debe estar por debajo de
los dos mil quetzales mensuales (259 dólares). “El salario mínimo debe ser
mínimo” aseveró Tefel expresando lo que es una voluntad representativa del
organismo que preside. A reserva de conocer a fondo la propuesta empresarial
de no medir el salario mínimo solamente
por el precio de la canasta básica, sino agregar otros elementos como productividad, regionalización y
formalización inicialmente pienso que
esta aseveración le da continuidad a lo que ha sido una constante en la historia de Guatemala: la expoliación
del trabajo.
La Encuesta
Nacional de Condiciones de vida en Guatemala de 2014 reveló que
aproximadamente el 60% de los guatemaltecos
vivían en pobreza mientras que 23% vivían en extrema pobreza. Entre 2000 y 2014
tales índices crecieron de 56.4 a 59.3 y
de 15.7 a 23.4 % respectivamente. Entre
la población indígena las cifras eran peores: el 80% de tal población vivía en
la pobreza y el 40% vivía en la extrema pobreza. Si a estas cifras agregamos la
que se difunde según la cual el 50% de los niños en Guatemala padece
desnutrición, resulta incomprensible el alegato empresarial a no ser porque revela la tradición de la clase
dominante que proviene desde la colonia: la búsqueda del abaratamiento máximo de la fuerza de trabajo.
Puede decirse que la cultura política
ultraderechista en Guatemala (la cultura del terror) está asentada en tres
pilares: combate furibundo a una reforma tributaria (la tasa de recaudación
fiscal de Guatemala es una de las más bajas del mundo), equiparar comunismo con reforma agraria
(Guatemala sigue teniendo una altísima concentración agraria) y hostilizar ferozmente
cualquier alza salarial. Estos tres elementos han sido pilares del orden
oligárquico guatemalteco heredado de la colonia y profundizado por la reforma
liberal en el siglo XIX. No importa que las cúspides empresariales se hayan
modernizado y globalizado: siguen expresando puntos de vista similares a los de
los hacendados coloniales y finqueros agroexportadores nacidos en el siglo
XIX. La mentalidad que legitima al orden oligárquico a través del
racismo, clasismo, apelación dictatorial, el fundamentalismo religioso y el anticomunismo ha sido una constante
durante el siglo XX y XXI. La clase dominante guatemalteca durante mucho tiempo
ha optado por largas jornadas de trabajo y bajísimos salarios como métodos predilectos para aumentar sus
ganancias. Ese orden oligárquico ha sido defendido agitando el fantasma del
comunismo y estigmatizando a todo aquel que se le opone como partidario de
dicha doctrina.
La clave del éxito de la dominación oligárquica es
que esta ideologización ultraderechista ha logrado ser introducida como sentido común en amplios
sectores de la población. Lo acontecido en el último proceso electoral revela
este hecho. La diferencia es que ahora, el pensamiento ultraderechista también
es la máscara que oculta el rostro de la corrupción.
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