La conflagración que
puede estallar en Venezuela por la voracidad imperialista, irradiará sus
consecuencias negativas por toda la región y desatará fuerzas que sólo pueden
conducirnos a una regresión en las conquistas políticas y sociales alcanzadas,
con no pocas dificultades, en este siglo XXI.
En la misma semana en
que trascendieron a la opinión pública las fotografías del diputado venezolano
Juan Guiadó –autoproclamado presidente de un gobierno que no existe- en
compañía de reconocidos narcoparamilitares colombianos, Estados Unidos dictó el
ejecútese a la activación del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) contra Venezuela: mediante un
comunicado, el Departamento de Estado informó que espera reunirse en los
próximos días “con socios regionales para discutir las opciones económicas y
políticas multilaterales que podemos emplear para la amenaza a la seguridad de
la región que representa (Nicolás) Maduro”.
Este anuncio llegó como
respuesta a los acuerdos políticos parciales alcanzados entre el gobierno
constitucional y representantes de tres partidos de la oposición venezolana
(Soluciones para Venezuela, Cambiemos y Avanzada Progresista, que no comparten
la estrategia desestabilizadora e injerencista que promueven Guaidó y otros
dirigentes de la derecha más radical), en torno a seis
puntos básicos: 1) incorporación de
las fracciones del Partido Socialista Unido de Venezuela y aliados a la
Asamblea Nacional, 2) una nueva conformación del Consejo Nacional Electoral con
revisión de las garantías electorales, 3) exhortación al sistema de justicia
para otorgar, con el concurso de la Comisión de la Verdad, medidas alternativas
u otros beneficios para algunos ciudadanos detenidos, 4) una posición de
consenso sobre la región del Esequibo en el diferendo con Guyana (antigua
colonia británica), 5) rechazo a las sanciones y medidas coercitivas contra
Venezuela y exigencia de su levantamiento inmediato, y 6) promoción de un
programa de intercambio de petróleo por alimentos y medicamentos.
Esta agenda mínima,
seguramente perfectible desde la perspectiva de cada una de las partes, permitirá
avanzar en las negociaciones en los próximas días en la Mesa Nacional de
Diálogo, contribuyendo así a crear las condiciones para la búsqueda civilizada,
responsable y coherente de una solución a la crisis a la que ha sido
arrinconada Venezuela. Sin embargo, como declaró el canciller Jorge Arreaza, “para
la administración Trump, la paz y el entendimiento son malas noticias”. Con la
activación del TIAR, Washington declara también que no dejará de boicotear
todos los esfuerzos que realizan los distintos actores políticos de la sociedad
venezolana, mientras allana los caminos de la guerra. De su guerra
imperialista.
En este sentido, y como
bien lo explica el
politólogo argentino Atilio Borón, debemos recordar que “no son las
personas (Trump, Bolton, Pompeo) ni los partidos quienes hacen la política de
Estados Unidos, ni en lo doméstico ni en el ámbito internacional. El poder de
decisión fundamental reposa en las manos del complejo militar-industrial-financiero o, como algunos lo
denominan, el Estado profundo”. Con
John Bolton, el nefasto exasesor de Seguridad Nacional de Trump e ideólogo de
la guerra total, o sin él, los planes para acabar con la Revolución Bolivariana
y apropiarse del petróleo y las riquezas venezolanas siguen adelante, aún y
cuando ello implique poner en riegos cientos –o acaso miles- de vidas, por la
más que inminente intervención militar que se fragua desde la Casa Blanca, en vergonzosa
conspiración con un manojo de gobiernos latinoamericanos incapaces de actuar
con dignidad ante al desafío de este momento histórico.
Una vez más,
insistimos: frente a la amenaza que se urde en las entrañas del monstruo, el diálogo y la negociación son las
únicas alternativas realmente democráticas que pueden garantizar la integridad,
la soberanía y el respeto a la autodeterminación de los pueblos. La
conflagración que puede estallar en Venezuela por la voracidad imperialista,
irradiará sus consecuencias negativas por toda la región y desatará fuerzas que
sólo pueden conducirnos a una regresión en las conquistas políticas y sociales
alcanzadas, con no pocas dificultades, en este siglo XXI. No es poco lo que se
decide en esta coyuntura: la paz en la patria de Bolívar será también la paz en
nuestra América.
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