Luego de la estrepitosa
derrota del 11 de agosto y la obligada diáspora, Frankenstein agoniza, amenaza
partir como llegó. No fue ni será. Sus mentores del norte le han negado el
oxígeno para llegar a las elecciones de octubre. Lo han entrampado con el
cambio de autoridades en el FMI y rever lo pactado. Una cosa es segura: por el
momento no hay plata. Y… sin plata, los chicos ricos no son nada.
Desde Mendoza, Argentina
Fue un fenómeno, un
engendro propio del país macrocéfalo que ha sido y es Argentina. El experimento
nació y desarrolló años antes, ganó el gobierno y se mantuvo ocho años en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la cabeza de Goliat, entre 2007 y 2015 y
continúa, hasta que a partir de ese año ganó a la república y extendió sus
débiles tentáculos al resto del territorio nacional. Tentáculos que, conforme
el entusiasmo, personalidad o rapiña del adlátere local, cobró el rol de líder
de la derecha de la derecha.
Partido político nacido
del descrédito de la política, el Pro, Propuesta Republicana – primera
agrupación de lo que hoy es la alianza variopinta, Juntos por el Cambio –,
surgió a contrapelo de lo que es una
asociación política estable, apoyada en una ideología que aspira a ejercer el
poder de una nación, como reza la escueta definición de partido en
cualquier diccionario.
Rejunte de niños ricos,
a partir de dominar Boca Juniors, a la sazón “la mitad más uno del país”, según
la tradición futbolera, se ilusionaron con ingresar a la política con la
Fundación Creer y Crecer, creada en julio de 2001 como avizorando lo que se
venía a fin de año, intentando ganar un espacio en el estallido del país. En
ese escenario atroz, la serpiente incubó sus huevos. Fue cuestión de esperar.
Su presentación en el
blog de Internet los identifica como: “un grupo de ciudadanos que estamos
comprometidos con construir una sociedad argentina en la que todos tengamos
oportunidad de desarrollarnos en plenitud”.
Sofisma ideológico
híbrido, sin raigambre, salvo el dinero y los negocios, propio de quienes une
el espanto del interés, adhesivo saliva tan fugaz como el dinero que fluye de
mano en mano.
Esa mentira sólo pudo
ser sostenida por Marcos Peña Braun y Jaime Durán Barba, sacerdotes profanos
encargados de darle carnadura al monstruo. El “Monaguillo” Peña sostuvo un
ejército de trolls para expandir sus odiosas prédicas. Es mecanismo sembró el
odio que estaba bajo la superficie de la envidia colectiva. Los pobres votaron
como ricos, porque en el fondo, estaban contagiados del consumismo
individualista, propio de las clases medias.
Presumiendo de “tener
el mejor equipo de los últimos 50 años” intervinieron en la función pública,
con la avidez lince de los Ceos, fungiendo ser buenos administradores, pero los
traicionó la avaricia. Se fueron de mambo, han dejado todo en banca rota y… ya
no pueden ocultar quién pagará los platos rotos.
Saben que millones de
argentinos que se levantan a la hora que ellos se acuestan, generaran riqueza
nuevamente, para que, en otro “descuido” vuelvan con engaños, mentiras y
renovadas promesas a mostrarse con deseos de disputar el gobierno.
Desde el fondo de la
historia, cabe recordar que los parásitos vinieron con las naves de Solís al
Río de la Plata y si bien fueron repelidos y devorados por los indios, quedaron
caballos y vacunos abandonados que con los años se multiplicaron y modificaron
las pasturas de lo que sería la ubérrima Pampa Húmeda que, en tiempos de la
Colonia, iluminaron la mente de los cabildantes y repartieron esa inmensa
cantidad de ganado según el suelo que pisaban. A fines del siglo XVI las marcas
de hierro candente identificaron a sus dueños, prestigiosos vecinos con voz y
voto en el cabildo. Vecinos que luego de la emancipación, tomarían las riendas del
comercio y la banca.
La estancia, empresa
ganadera por excelencia del modelo agroexportador, tuvo al mestizo como peón
rural desde su nacimiento. El gauderio, el gaucho, el diestro centauro de las
pampas chatas. Rebelde y sumiso a la vez, fue esclavo de la oligarquía y tropa
de los caudillos federales que se levantaron contra el poder unitario de estos
señores, dueños del puerto. Esa gente que tempranamente se abrió al mundo a
costa de los intereses nacionales de los modestos pobladores de la patria naciente.
De allí que, don Arturo
Jauretche – viejo pensador nacionalista de FORJA luego empedernido peronista –
revalorizara al caudillo como “el sindicato del gaucho”, porque era el único
que los escuchaba y defendía. Eso explica la ciega adhesión a las montoneras
federales que, en el siglo pasado conformaron la base de los movimientos
populares. Entrado el siglo XX engrosarían las filas del radicalismo
yrigoyenista, y después, como los descamisados, los cabecita negra del
peronismo.
Por eso el desprecio a
los movimientos populares del populacho, la plebe, los grasas manifestado por
las elites, la alta burguesía o, directamente la oligarquía, remozada en los
chicos ricos de Juntos por el Cambio.
Luego de la estrepitosa
derrota del 11 de agosto y la obligada diáspora, Frankenstein agoniza, amenaza
partir como llegó. No fue ni será. Sus mentores del norte le han negado el
oxígeno para llegar a las elecciones de octubre. Lo han entrampado con el
cambio de autoridades en el FMI y rever lo pactado. Una cosa es segura: por el
momento no hay plata. Y… sin plata, los chicos ricos no son nada.
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