Como primer e
ineludible paso para evitar la cercana extinción de la vida en la Tierra, se requiere de la conquista, por parte de los sectores populares, del
poder económico y político a fin de poner todo el conocimiento y el poder que suministran la ciencia y el dinero, al servicio de los
mejores y más auténticos valores.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
El (des)orden político
mundial y su sustentación económica, basada en el neoliberalismo, arde en
llamas, que se extienden desde la Amazonía
y California hasta Australia pasando por diversos países de Europa, es
decir, en el mundo entero. Nerón incendió Roma; hoy lo hace Bolsonaro, su
émulo, con la complicidad y la retórica
incendiaria y demencial de Ronald Trump, su cómplice. Con ello se hace patente,
una vez más, lo que tantas veces he repetido, a saber, que la hegemonía de Occidente está llegando a su fin después 26
siglos; a partir del siglo XXI el mundo requiere de un nuevo orden político y económico, basado no en el
despotismo imperial de una región, sino creando las condiciones materiales e
ideológicas a fin de propiciar el surgimiento de un nuevo sujeto histórico que
salve a la humanidad de sí misma; se trata de forjar un ser humano sin más, no importa su raíces
étnicas, su cultura, su religión, su origen geográfico.
Pero para lograr esa
utopía, tan maravillosa como indispensable, se requiere de un nuevo orden
mundial, que impulse un gobierno universal, basado en el respeto irrestricto a
los derechos humanos. De eso no se escapa nadie, porque lo que está en juego (y
en fuego) es la existencia misma de la especie irónicamente autocalificada de
“sapiens”. Se requiere de un movimiento universal que genere una nueva y lúcida
conciencia de nuestras responsabilidades, no sólo con nosotros mismos, sino con
todos los seres viviente del presente y del futuro, que incluya también todo
nuestro rico pasado cultural. Los
adultos no dan signos de estar impregnados de esta ineludible responsabilidad; me refiero a los sectores dominantes y sus
poderes fácticos, que fingen, por
(sin)razones) ideológicas, no percatarse
de que estamos jugando con fuego y que, como la mariposa que gira en torno a la
llama de una vela, nuestras alas, es decir, nuestras vidas, se pueden
achicharrar enteramente. Ya lo experimentaron los antiguos griego, quienes tomaron conciencia de esta amenazante
realidad y dejaron testimonio de ello en el relato del mítico Ícaro.
Dichosamente han
surgido voces lúcidas y valientes, como la de una encantadora adolescente
sueca, quien con su testimonio ha despertado
conciencias en el mundo entero, secundando de manera muy original lo que
científicos y grupos de derechos humanos
y defensores de la naturaleza han venido advirtiendo de manera tan insistente como apremiante.
Pero, como lo señalara el Papa Francisco - otro adalid de estas causas - en su encíclica Laudato Si, la causa de la
destrucción de la naturaleza está en las violaciones a los derechos humanos provocadas por la aplicación inmisericorde de
la “lógica” del capital, que reduce a la
miseria a más de 850 millones de seres humanos, cuando el avance indetenible de
la ciencia y de la tecnología podrían alimentar suficientemente a los casi 8
mil millones de seres humanos que pueblan
hoy el planeta. La causa de todos estos males no radica en las leyes de
la naturaleza, ni únicamente en los cataclismos que ella por sí sola produce, sino principalmente en los abusos éticos de las
élites que acaparan el capital y el poder político y mediático, como ha sido
demostrado ampliamente en el caso del recalentamiento del clima en todo el
planeta y de la mayoría de los cataclismos, de la destrucción de innumerables
especies vivientes y de no pocas
enfermedades endémicas.
Hoy el mayor peligro
que tiene la vida bajo todas sus manifestaciones, radica en la
irresponsabilidad que los sectores poderosos
tienen ante el poder que da la tecnología, basada en el conocimiento
cada vez más profundo y riguroso de las
leyes que rigen el devenir de la
naturaleza, que nos suministra el método científico. Pero, insisto, eso no se
debe al desarrollo de la ciencia ni de la tecnología, que ha hecho mucho para
el bien de la humanidad, sino a la desenfrenada avaricia fomentada por el
“capitalismo salvaje”. El capitalismo ya
cumplió su función histórica, por lo que debemos hoy tenerlo como el causante de casi todos los
males que azotan a los seres vivientes, como en la Edad Media lo hacían las
pestes.
Por eso, como primer e
ineludible paso para evitar la cercana extinción de la vida en la Tierra, se requiere de la conquista, por parte de los sectores populares, del
poder económico y político a fin de poner todo el conocimiento y el poder que suministran la ciencia y el dinero, al servicio de los
mejores y más auténticos valores. Pero,
como no debemos ser luz de la calle y oscuridad de la casa, tenemos que comenzar por nuestros propios
países de Nuestra América, ya que son nuestro vecindario inmediato y nuestra
primera responsabilidad ciudadana.
Ilustremos lo dicho con algunos casos recientes. El hermano pueblo argentino han experimentado lo
que significan las consecuencias nefastas de la ideología neoliberal. También
las sufren otros países como el Brasil del neofascista Bolsonaro y naciones
centroamericanas como Honduras y Guatemala. Todo lo cual ha provocado la
legítima reacción de otros países latinoamericanos, como lo demuestra el
triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador en la Patria de Emiliano
Zapata.
Tampoco debemos olvidar
el significativo y esperanzador proceso que actualmente se incuba en los
propios Estados Unidos, como es el crecimiento de movimientos de izquierda, cuya manifestación
hasta hace poco parecía no ser más que
un delirio de política ficción; lo cual
tiene sus raíces históricas y sociales
en lo que fue esa nación antes de la última
postguerra y, en concreto, antes de la nefasta época del macartismo; entonces en los Estados Unidos los sindicatos
y movimientos de izquierda tuvieron un
papel protagónico en la escena política;
aunque siempre hubo racismo y tendencias filofascistas, sobre todo, en el
Partido Republicano, paradójicamente fundado por una de las figuras más progresistas
de su historia, como fue Abraham Lincoln. En conclusión, en este panorama internacional, un tanto oscuro, brillan luces que animan sentimientos de
esperanza para la liberación de los pueblos, como la derrota aplastante infligida al
Presidente Macri, o las alianzas de centroizquierda que se forjan en
países latinos de Europa, como Portugal e Italia; esperemos que otro tanto se dé en España y que tras la crisis de la derecha
ultraconservadora en Inglaterra, la tendencia de izquierda del Partido
Laborista asuma el poder. Todo lo cual me hace pensar que la humanidad está
tomando conciencia de que con el fuego se pueden lograr cosas maravillosas, como
luz en la oscuridad y calor en el invierno, pero que con el fuego no se puede
jugar.
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