La
frágil situación por la que atraviesa la masculinidad en el siglo XXI, no debe
verse como una agresión al hombre; no es para nada una ofensa que nos haga
dejar de ser hombres, pero sí es y debe ser, un grito urgente de atender para
dejar de ser los hombres que hemos sido a lo largo de la historia, es decir, es
para finalizar con el machismo.
Cristóbal León Campos / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mérida, Yucatán, México
Quienes
soñamos con un mundo mejor, un “mundo donde quepan todos los mundos”, tenemos
sin reparo en tiempo ni escusas, que replantearnos todo el sentido de la
existencia humana, revisando la historia como ejercicio que proyecte los
caminos venideros por los que habremos de andar para dar sentido y razón al
eventual porvenir, los reclamos sociales de hoy tienen la misma fuerza del
ayer, pero manifiestan significativas particularidades relegadas al fondo de
los grandes manifiestos que guiaron la batallas acaecidas, uno de esos
pendientes urgentes e impostergables a la luz del siglo XXI, es la revisión y
el replanteamiento de la idea del hombre y su consecuente interpretación de la masculinidad.
El feminismo ha puesto las bases para que la mujer reclame su lugar en la
historia y se apodere de él, pues las conquistas en la historia son todo menos
paliativos derivados de la bondad o la merced del opresor, la voz del feminismo
a logrado construir la fuerza más pujante en estos tiempos alrededor de la
necesidad y el deseo de superar cada una de las estructuras déspotas que la han
sojuzgado por siglos, los pasos que la mujer da para conquistar sus derechos
plenos resquebrajan, cuarteadura por cuarteadura, las viejas paredes del
sistema patriarcal sustentado en el seno mismo del capitalismo; la apuesta
feminista es sin lugar a dudas anticapitalista por esencia.
En
este contexto, de reclamos y reivindicaciones de los llamados grupos marginados
por la igualdad y equidad, contra el racismo y la discriminación, por los
derechos humanos y frente al despojo material y espiritual que sufrimos los
seres humanos, el hombre, su idea y esencia, se ve cuestionado por el
desarrollo de las demandas sociales, cada una de esas rajaduras en las paredes
del patriarcado que genera el avance del movimiento feminista, es sin duda, una
rasgadura en la vestidura tradicional del hombre y su masculinidad. Es un
reclamo para el despertar consciente de la necesidad de aceptar la validez de
esas demandas como una tarea que debemos asumir despojados del orgullo, el ego,
la vanidad, la soberbia y cada uno de los rasgos que sustentan el supuesto
poder del hombre, las reacciones violentas, despectivas y totalmente
desquiciadas que miles de hombres asumen frente al feminismo, no es otra cosa
que la manifestación del miedo generado por las inseguridades que subsisten en
un sistema que se ha sostenido únicamente por la violencia, pues en el campo de
las ideas, hace mucho tiempo que el patriarcado perdió la batalla y quedo
demostrada su absurda existencia.
Hace
algunos años, en la introducción de su célebre obra, El segundo sexo, Simone De Beauvoir, puso el dedo en la llaga, al
referirse al hecho innegable de que el hombre, en la historia como en el
presente, no ha tenido por principio que definirse a sí mismo para dar sentido
a su existencia ante el colectivo social ni en la particularidad de la
intimidad, esta situación sustentada por la idea de superioridad insertada como
fundamento ideológico del patriarcado, el lugar del hombre se ha asumido como
seguro y bien definido, en contra posición al lugar de la mujer, que por la
opresión padecida, sí tiene en principio que definirse a sí misma como mujer para
ser reconocida, una vieja injusticia compartida con otros grupos y sectores marginados
como los pueblos originarios a quienes desde la conquista les fue negó su esencia
cultural para ser redefinidos a partir de la mirada impuesta por el
conquistador occidental. La propia Simone De Beauvoir, párrafos más adelante,
vuelve a lanzar una importante llamada de atención cuando dice: “A un hombre no
se le ocurriría la idea de escribir un libro sobre la singular situación que
ocupan los varones en la Humanidad”. El tiempo de atender esta afirmación a
llegado, seguir con el absurdo discurso que justifica la indiferencia como
reafirmación sistémica y opresiva, únicamente acrecienta la violencia divisoria
entre seres humanos, el replanteamiento de la idea del hombre y la masculinidad
ha de ser un ejercicio expiatorio de aquello que nos ata al eterno
condicionamiento del ser masculino representado por el macho, aquello que se ha
creído y sostenido tiene que ser derribado y reconfigurado para desnaturalizar
las formas opresivas ejercidas de manera consciente e inconsciente por el
hombre sobre la mujer y también sobre otros hombres.
La
frágil situación por la que atraviesa la masculinidad en el siglo XXI, no debe
verse como una agresión al hombre; no es para nada una ofensa que nos haga
dejar de ser hombres, pero sí es y debe ser, un grito urgente de atender para
dejar de ser los hombres que hemos sido a lo largo de la historia, es decir, es
para finalizar con el machismo. Es aceptar nuestra responsabilidad en la
reproducción del patriarcado y de la opresión violenta sobre la mujer, y por
supuesto, debe ser la toma de conciencia de que para poder construir de verdad
“un mundo donde quepan todos los mundos”, tenemos que reconstruirnos y
reconstruir nuestras relaciones entre hombres y mujeres, replantearnos la idea
misma de humanidad, trabajar en conjunto para ese otro mundo posible, emancipándonos
de toda explotación, discriminación y desigualdad, en un mundo justo, democrático,
anticapitalista y antipatriarcal.
Integrante
del Colectivo Disyuntivas
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