Cuando se busque el
culpable de estos ataques contra la “economía del mundo” no se debe buscar en
Adén o en Teherán, se debe apuntar directamente a Riad, Abu Dabi y Washington
donde gobiernan algunos de los peores sátrapas del planeta.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Tal vez no haya habido
un hecho tan esclarecedor de cómo se dirige la política exterior de Estados
Unidos en el último tiempo que su respuesta a los ataques de la resistencia
yemení en contra de las refinerías de Arabia Saudita aunque en general la forma
como ha manejado sus decisiones respecto del Medio Oriente son expresión de la
perturbación que agita a la Casa Blanca, la irracionalidad en la conducción y
los desvaríos de su principal inquilino.
Lo preocupante de todo
esto es que tales acciones tienen implicaciones en el escenario internacional y
por tanto incide en la vida de miles de millones de ciudadanos de todo el mundo
que tienen que vivir en la más completa incertidumbre porque en cualquier
momento lo pueden agredir, bombardear, bloquear y/o sancionar. Lo más terrible
es que el sistema internacional se ha mostrado incapaz de detener los dislates
del presidente estadounidense y el poder que él encarna. Es verdad que Rusia y
China han logrado impedir en el Consejo de Seguridad que la ONU le de legalidad
a estos hechos, pero ante la imposibilidad de sojuzgar a otros pueblos a través
de la razón, Estados Unidos se ha aferrado a la fuerza como instrumento
principal de su política exterior.
Es perturbador que la
ONU, su Secretario General y muchas de sus agencias hayan manifestado temor
ante las represalias que Estados Unidos podría tomar contra el organismo, que
lo podrían incluso llevar a su salida del mismo. Por lo menos así lo ha
manifestado la señora Bachelet, quien ha justificado en privado que esa razón
es la que la obliga a su vergonzosa subordinación a Washington.
Los ataques de la
semana pasada contra las refinerías sauditas generaron asombro e incredulidad
en la administración estadounidense y una similar “respuesta” inmediata
insensata y aturdida del presidente Bush el 11 de septiembre de 2001 y días
posteriores.
Hay que recordar que
Bush se apresuró a culpar a su socio Osama Bin Laden de los actos terroristas
en Estados Unidos, ello le permitió intervenir militarmente en Afganistán en un
primer momento y en otros países del Medio Oriente después, lo cual le ha
servido como excusa para mantener las fuerzas armadas de Estados Unidos en la
región hasta hoy. Hay que recordar que en su momento Bush anunció lo que habría
de venir. El 20 de septiembre de 2001 informó solemnemente que a partir de ese
momento, Estados Unidos utilizaría cualquier arma de guerra que sea necesaria,
siempre que los intereses de Estados Unidos así lo requirieran. Así mismo, dejó
establecido que las operaciones militares se prolongarían en el tiempo.
La principal arma de
guerra que Estados Unidos siempre ha utilizado es la mentira. Así ha sido a
través de la historia, hay muchas evidencias al respecto. Hoy, ha quedado aclarado
a través de una larga investigación realizada por los comisionados de bomberos de Franklin
Square y el distrito de Munson, cerca de Queens en Nueva York, quienes el
pasado 24 de julio afirmaron que la acción del 11 de septiembre de 2001 en esa
ciudad “Fue un asesinato en masa, [en el que] tres mil personas fueron
asesinadas a sangre fría” afirmando que las “pruebas abrumadoras” dan cuenta de
la presencia de explosivos en las tres torres antes del 11 de septiembre. Es
decir, los edificios no se cayeron por el impacto de los aviones sino por una
implosión controlada que buscaba una justificación para desatar la guerra e
imponer un mundo unipolar en el planeta.
Ni que decir de las
armas nucleares de Saddam Hussein en Irak que nunca aparecieron, ni de la represión
en la Plaza Verde de Trípoli que supuestamente había desatado Muamar el Gadafi,
cuando en realidad se estaba mostrando a través de los medios de comunicación
era un escenario hollywoodense construido ex profeso en Catar para justificar
la invasión de la OTAN a Libia con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU.
Ahora Trump pretende
repetir la historia o, mejor dicho, dar continuidad a la historia. Ante los
acciones realizados por los rebeldes yemeníes en las refinerías saudíes, Trump
afirmó que “parece” que Irán está detrás de los ataques, otro tanto hizo el
vicepresidente Pence quien en un discurso en la Fundación Heritage quiso ir más
allá para afirmar que como “parecía” que los ataques provenían de Irán quería
prometer que Estados Unidos estaba preparado para tomar represalias
violentas. Por su parte, el Secretario
de Estado y principal influencer de la CIA, Mike Pompeo, que nunca se sabe a
nombre de cual de las dos organizaciones está opinando, se apresuró a desmentir
que habían sido los huties los autores del hecho, para -sin presentar prueba
alguna- acusar de Irán de haberlos realizado. Según Pompeo, "Teherán está
detrás de cerca de 100 ataques contra Arabia Saudita [...]. En medio de todos
los llamados a la desescalada, Irán ha lanzado un ataque sin precedentes contra
el suministro de energía del mundo" En ese marco, el Pentágono a su vez,
afirmó que: "Tenemos evidencia de que de alguna manera los iraníes son
responsables de esto. Pero dejamos que Arabia Saudita saque las conclusiones,
para a continuación iniciar un nuevo despliegue de tropas en el Medio Oriente.
Nada nuevo, todo consecuente con su política imperialista de mentiras y
agresiones.
Al no tener pruebas,
Estados Unidos incitaba a que fuera Arabia Saudí quien acusara a Irán de ser el
culpable del ataque y asumiera las consecuencias inmediatas de una eventual
acción de respuesta, para después aparecer como “salvador del mundo” y
“defensor de la civilización occidental amenazada”. Esta es la razón por la que
inicialmente, el martes 17 el ministro saudí de energía, Abdulaziz bin Salmán,
reconocía que no se sabía quién estaba detrás de los ataques contra la
principal productora de petróleo del país, lo cual fue refutado al día
siguiente por el portavoz del ministerio de defensa del reino Turki al Malki
quien se apresuró a afirmar que los ataques no se originaron en Yemen y que los
mismos fueron lanzados desde el norte haciendo una evidente alusión a Irán,
repitiendo casi textualmente la retórica de Pompeo.
En este contexto, ante
la dimensión que estaba tomando el acontecimiento, la perversa irracionalidad y
evidente falsedad de los argumentos de Washington, la portavoz de la
Cancillería china, Hua Chunying hizo un llamado a no hacer afirmaciones
peligrosas, asegurando que: "Hasta que se lleve a cabo una investigación
exhaustiva y tengamos los resultados, es irresponsable acusar a nadie sin
pruebas". Por su parte el portavoz del presidente ruso Dmitri Peskov,
expresó que su país condenaba “…el aumento de tensión en la región" e instaba
a todos los países" a que "no tomen medidas o saquen conclusiones
apresuradas que solo puedan agravar la desestabilización", así como a
"adherirse a una línea que ayude a amortiguar la tensión actual".
En la misma línea, el
ministro de Defensa de Japón, Taro Kono, dijo que no había pruebas que
demostraran que Irán estuviera involucrado en los ataques, asegurando que:
"No tenemos constancia de ninguna información que apunte a Irán",
afirmando que su país creía "… que los hutíes llevaron a cabo el ataque
teniendo en cuenta la declaración de responsabilidad".
Los días posteriores al
hecho, varios países y organizaciones “rasgaron vestiduras” rechazando la
acción yemení, la prensa internacional se encargó de cubrir con alarmismo los
espacios informativos hablando de la probable alza incontrolada de los precios
del petróleo, las implicaciones para la economía mundial y para la propia
Arabia Saudí en su rol de gran productor y exportador de petróleo, mientras que
el presidente Trump afirmaba que su país no necesitaba petróleo y gas del Medio
Oriente, al mismo tiempo que Europa informaba del grave riesgo para la Unión
Europea que “solo” tiene reservas de petróleo y derivados para 90 días.
Nadie hizo alusión a que este ataque se originó en la hecatombe
provocada por Arabia Saudí y sus aliados con aval estadounidense para llevar a
cabo desde 2015, una brutal agresión que ha causado la muerte de 91.600 personas por los combates, además de 84.701 niños fallecidos por hambre y 2.556
personas por la peste del cólera.
Todo generado por 19
mil 278 bombardeos aéreos, navales y terrestres de los que un 33,86% han
apuntado a objetivos civiles como granjas, mercados, barcos de pesca y hasta
fiestas familiares, un 31,89% a objetivos desconocidos y solo un 34,25% a
blancos militares. El conflicto ha obligado a casi el 15% de la población
(alrededor de 4,3 millones de personas) a huir de sus hogares. Esto incluye a
3,3 millones de personas que permanecen desplazadas en todo el país, mientras
el 70% de la población (20 millones de habitantes) padecen hambre, en lo que se
ha denominado "la peor crisis humanitaria del mundo en la historia”.
Hasta fines del año
pasado se había contabilizado que un 79% de la población “vive” en condiciones
de pobreza en comparación con el 49% de 2017, es decir, 30% entró en esa
situación en este período En ese lapso, el PIB per cápita ha disminuido un 61%,
mientras que alrededor de 2,9 millones de niños y mujeres padecen malnutrición
aguda; el número de niños que la sufren ha aumentado hasta el 90% en los últimos
tres años.
Entonces, cuando se
busque el culpable de estos ataques contra la “economía del mundo” no se debe
buscar en Adén o en Teherán, se debe apuntar directamente a Riad, Abu Dabi y
Washington donde gobiernan algunos de los peores sátrapas del planeta.
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