La
administración de Donald Trump ha definido con claridad quiénes son, en América
Latina, los miembros del eje del mal: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Demócrata
convencido, paladín de la libertad como es, ha venido apretando tuercas para
asfixiarlos.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Como
ya personeros de su gobierno y él mismo han declarado, sin descartar nunca una
opción militar lo que busca es generar malestar entre la población para que se
subleve.
Las
artimañas utilizadas son muchas y variadas. Enumerarlas sería largo y cansino,
y a pesar del enorme sufrimiento que causan, no le han dado resultado.
Cuba
tiene un larguísimo historial de hostigamiento. Han intentado de todo, hasta lo
inimaginable; a veces, rayando en lo ridículo. Su largo y continuo fracaso es
una muestra de su prepotencia, que no les permite entender la realidad con la
que se enfrentan.
Ahora
míster Trump, cual John Wayne asediando a salvajes piel rojas, obstaculiza el
trasiego de petróleo entre Venezuela y Cuba: compañía que haga el servicio,
compañía que es sancionada. Son medidas comprensibles del campeón del libre
comercio.
En
ese contexto, los cubanos deben racionar el combustible. Se reduce al mínimo el
transporte público, la industria marcha a media máquina, hay cortes de energía
eléctrica.
La
población se enoja, como es normal, pero la mayoría entiende de dónde vienen
los tiros. En todos afloran los tremebundos recuerdos de los años noventa,
cuando la isla perdió a su principalísimo socio comercial y solo su temple de
acero permitió que sobrevivieran.
El
presidente cubano Miguel Díaz-Canel informaba a los cubanos sobre la situación
en el programa Mesa Redonda de la televisión cubana, cuando la red Twitter
anunció que cancelaba las cuentas de ese mismo programa en el que estaba
hablando el presidente y de otros proyectos comunicativos como Cubadebate; la
de Raúl Castro, su hija Mariela, la de algunos periodistas del equipo del
presidente. ¿El argumento de Twitter?, que ha habido un “uso abusivo y violación de políticas de la
plataforma”.
¡Alabao! dirían los cubanos. El más
abusivo, malcriado, manipulador y mentiroso usuario de Twitter, el señor
presidente de los Estados Unidos, debe estarse frotando las manos de contento.
Mientras sostiene su hamburguesa con una mano, y tuitea con la otra lanzando
imprecaciones y amenazas a diestra y siniestra, agradece haber nacido en el
meollo mismo de la libertad de expresión y, por lo tanto, estar seguro que por
más sandeces que escriba nunca le cerrarán su cuenta.
Quienes creen que las redes sociales
constituyen el paradigma de la libertad de expresión deberían parar la oreja y
escuchar lo que musita a su oído el ejemplo de los cubanos: usted será tolerado
sí y solo sí no se salga del molde, y si llega a hacerlo, aténgase a las
consecuencias.
Las grandes compañías como Twitter y
Facebook juegan un papel crucial en la política contemporánea. En Cuba, en la
medida en que puedan servir para propalar noticias falsas y rumores que
solivianten a la gente, el gobierno norteamericano aboga por su expansión. La
política de Barak Obama iba en ese sentido. Pero si las redes son instrumento
para la defensa de los intereses del gobierno revolucionario, para que sus
dirigentes tengan una vía rápida y expedita para comunicarse con su gente,
entonces las cosas cambian.
Esta misma revista digital en la que ahora
escribo, Con Nuestra América, que
sábado a sábado hacemos llegar a la bandeja de su correo y que amigos de toda
América Latina nos ayudan a difundir, se ha visto bloqueada en dos ocasiones.
Así están las cosas, señoras y señores, y
así seguirán mientras la prepotencia sea la que gobierne el mundo. Los que
estamos al otro lado de la barrera, a resistir. Ya llegarán otros tiempos.
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