Generación perdida, la mía, que le dicen. La de mi padre había
enrojecido, enronquecido, embestido al destino rígido como soga de ahorcado
gritando la consigna: “¡No pasarán!” Pasaron en Madrid y en Santiago. Después
en Buenos Aires.
Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra
América
Desde
Buenos Aires, Argentina
“Pido castigo”
Pablo Neruda
Salvador Allende con niños y niñas chilenas |
¡Cómo es que iba a llegar la primavera pocos días más
tarde a nuestra Subamérica, que
bautizó Liborio Justo, el izquierdista indómito, hijo de un presidente grato a
la oligarquía!
Aquel 11 de septiembre de 1973 debió juntar inviernos
en su bolsa de huesos inmediatos.
Debió estirar sin brotes ni verdores de cobre las
ramas como lanzas a las corazonadas.
Debió rayar el cielo el rayo que extermina y demoler
los techos del resguardo –otros deben dormir a la intemperie- el martilleo de
piedras de una tormenta bíblica.
Yo andaba veinteañando y debí someterme al golpe de
una maza con peso inverosímil de un agujero negro: ¡Vamos Chile, carajo!; precoz el descreimiento de primaveras al
compás de la vida que se arraiga en la vida y la hace irrevocable.
¡A
Salvador Allende lo mataron los yanquis! Qué
acelerar de pronto vejeces de ignominia. Qué ver del desengaño su rictus de
verdugo cuando aquí en Buenos Aires, sin desarmar el puño cerrado sobre
ideales, me extravié para siempre en
trizas la inocencia en los pasillos salpicados de sangre en La Moneda, en ronda
de murciélagos aviones de alas membranosas, roto mi propio cielo: Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo, juraba
el Hombre Nuevo.
Generación perdida, la mía, que le dicen. La de mi padre había
enrojecido, enronquecido, embestido al destino rígido como soga de ahorcado
gritando la consigna: ¡No pasarán! Pasaron
en Madrid y en Santiago. Después en Buenos Aires.
También pido castigo por la nocturnidad enardecida de aquel 11 de septiembre con su inoportuno tramar la primavera, despertándome con diana cuartelera del sueño de Justicia,
posible y providente.
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