La destitución de Bolton no tiene mayor significación independientemente
de quien sea su sucesor o de donde provenga; siempre debe saberse que para
llegar a esas instancias es necesario tener la aprobación de lo que el documento
de Santa Fe I denomina “gobierno permanente”, configurado por los “grupos de
poder y poderes fácticos”.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con
Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
La película “Vice” estrenada en diciembre de 2018 dirigida por Adam
McKay, producida entre otros por Brad Pitt y Will Ferrell y protagonizada por
Christian Bale en el papel de Dick Cheney, le valió a Bale para obtener el
premio Globo de Oro como mejor actor. La
misma es caracterizada precisamente como un film biográfico de Cheney, quien después
de ocupar varios cargos en diferentes administraciones llegó a ser
vicepresidente de Estados Unidos durante el gobierno de George Bush hijo.
En la cinta se observa una escena en la que Cheney comienza en el año
2001 a organizar un aparato paralelo que transformó en el verdadero gobierno de
Estados Unidos, ante el carácter dubitativo y la notable incapacidad y
estulticia del presidente George W. Bush, lo cual queda claramente evidenciado
en la película. Al pasar revista -junto a un asesor- de los leales que tiene
dentro de la administración, Cheney expone que en el Departamento de Estado
estaba John Bolton a quien caracteriza de alocado pero leal. La película
muestra con interesante genio descriptivo el verdadero rol del poder en las
sombras que dirige a Estados Unidos, al cual John Bolton ha servido siempre
como un soldado.
Lo cierto es que desde enero de 1982 cuando ocupó el cargo de
Administrador Auxiliar de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (USAID) con la responsabilidad de dirigir la Coordinación de
Programas y Políticas cuando tenía 33 años durante el gobierno de Ronald
Reagan, John Bolton ha estado involucrado -desde el gobierno o desde la
academia- en la elaboración y ejecución de puntos de vista y políticas que han
sido y son la expresión del sector más conservador, reaccionario y extremista
de Estados Unidos.
Su destitución/ renuncia (dependiendo de la óptica con que se vea) como
Consejero de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump ha venido a estremecer
el ya inestable sistema internacional en la perspectiva de la influencia que la
mayor potencia mundial tiene sobre el mismo.
Tal decisión tiene dos miradas, una de carácter táctico y coyuntural y
otra desde su análisis en el espacio estratégico y estructural. En el primer
ámbito, está el examen circunstancial del hecho. Bolton es expresión del sector
más guerrerista del establishment estadounidense. Su pensamiento denota una
ideología recalcitrantemente conservadora, rayana en un fanatismo pocas veces
visto y portador de opiniones racistas, misóginas y excluyentes que solo tienen
comparación con el ideario del nazi fascismo y el nacionalismo japonés que hizo
erupción en Europa y el lejano Oriente en la primera mitad del siglo pasado con
todas las consecuencias conocidas para la humanidad.
Durante su gestión en la Casa Blanca, Bolton desarrolló -con la mayor
impudicia- una agenda propia hasta que se hizo incluso incontrolable para el
propio presidente Trump, al asumir posiciones contrarias a las que ha
pretendido enarbolar en su intento de volver a lograr la grandeza de Estados
Unidos apelando a las políticas que le permitieron –a partir de su expansión
territorial, económica y militar en el siglo XIX- llegar a ser la primera
potencia mundial para desatar toda su vocación imperialista desde 1898.
Trump, cuyos arrebatos se dan en el marco de una estructura mental
sicopática, no de un pensamiento, ideología o doctrina racionalmente
determinada, tiene un acercamiento a la política desde una lógica empresarial
en la que las gestiones solo tienen validez si producen resultados económicos y
financieros positivos. En esa medida, considera como un lastre poseer un
gigantesco contingente militar desarrollando guerras y conflictos por todo el
planeta en ”defensa” de ciertos aliados que no pagan por ello. También entiende
que no es viable desde el punto de vista económico realizar operaciones
militares contra países que son capaces de resistir la acción estadounidense,
produciendo prologadas guerras que podrían continuar mermando las alicaídas
arcas de su país.
Este aspecto fue el que le condujo a un choque sin solución con Bolton
quien era partidario de mantener, profundizar e iniciar conflictos con Irán, la
República Popular Democrática de Corea, Siria, Afganistán, Cuba, Nicaragua y
Venezuela, llevando incluso algunos de ellos a la intervención militar sin
descartar la guerra como instrumento de la política. Tampoco ocultaba su
animadversión contra Rusia o China, potencias en las que clamaba por el
incremento de sanciones económicas que hasta ahora no han denotado propósito
efectivo alguno.
Que Bolton se haya ido, mientras los presidentes de esos países se
mantienen en el poder, sus pueblos resisten y se debilita la hegemonía
estadounidense es una gran cosa. Que el más alto exponente de la ideología de
terror imperante en las altas esferas del poder de Estados Unidos haya sido
destituido y humillado por su jefe es indudablemente una buena noticia. Que el
supremacismo blanco, el racismo y el extremismo fascista se hayan visto
impotentes por la salida del espacio de poder que poseía su máximo exponente en
el gobierno, es algo de lo que el pueblo noble y valiente de Estados Unidos
debe enorgullecerse porque también es expresión de su propia resistencia. Que
el creador del Grupo de Lima, el principal socio de Almagro, el que parió a
Guaidó y a su camarilla lumpen haya sido expulsado de la Casa Blanca, no deja
de generar disfrute y felicidad. Todo ello es motivo de celebración y dicha y
debe ser entendido como una victoria de los pueblos que luchan y resisten.
En otro plano, resulta ilusorio suponer que la variación que se
producirá en la administración de Estados Unidos, pueda tener significación
alguna en la política real. Sería desconocer la esencia del sistema imperial
estadounidense o, visto desde otra perspectiva, considerar que su ADN pueda ser
modificado con el simple cambio de un funcionario por muy encumbrado que esté
en la estructura del sistema, no pasa de ser un sueño.
El imperialismo estadounidense es un sistema de dominación que no
considera los vaivenes de la organización gubernamental para la toma de
decisiones. Por eso, éstas se llaman administraciones o “gobiernos temporales”
como siempre nos recuerda el investigador cubano Luis Suárez al hacer referencia
al documento de Santa Fe I. Es posible detectar algunas diferencias entre
gobiernos demócratas o republicanos en materia de política interna sobre todo
el ámbito social o en su acercamiento a ciertos valores de la civilización,
pero en materia de política exterior, actúan sobre la base de una política de
régimen único en que sobresale su carácter totalitario y agresivo con pequeñas
acciones de ajuste a fin de modificar políticas evidentemente fracasadas.
En esa medida, la destitución de Bolton no tiene mayor significación
independientemente de quien sea su sucesor o de donde provenga; siempre debe
saberse que para llegar a esas instancias es necesario tener la aprobación de
lo que el antes mencionado documento de Santa Fe I denomina “gobierno
permanente”, configurado por los “grupos de poder y poderes fácticos”.
Desde este punto de vista, no hay nada que conmemorar, solo seguirse
preparando para enfrentar los avatares que implican la decisión de ser libres e
independientes porque la lucha será
eterna mientras la sociedad de clases exista y el poder imperial siga
utilizando la irracionalidad de la fuerza para imponer un modelo de sociedad
excluyente, agresiva, injusta y desigual.
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