La destrucción del bosque tropical húmedo en la
cuenca del Amazonas es una de las peores catástrofes ambientales en la
historia. En las últimas cuatro semanas han sido reportados más de 80 mil
incendios que han acabado con 1.8 millones de kilómetros cuadrados de bosque
tropical húmedo. Las consecuencias ambientales son gravísimas: las emisiones de
gases de efecto invernadero se han intensificado y la pérdida de biodiversidad
se convirtió en un verdadero holocausto. El destino de la humanidad está en
juego.
Alejandro Nadal / LA JORNADA
Muchos han atribuido esta catástrofe a los
desplantes destructivos de Jair Bolsonaro, presidente brasileño. Pero la
realidad es más compleja. La destrucción del bosque en la Amazonia tiene sus
raíces en una matriz de política económica (macro y sectorial) establecida en
los años 90. El análisis comienza con una política de austeridad fiscal, la
apertura para flujos de capital y un proceso desregulatorio que abarca la
producción agrícola y el sector financiero. Cuando se abandonó el cruzeiro y se
introdujo la nueva divisa, el real, Brasilia adoptó una política fiscal
fuertemente restrictiva: uno de los efectos de esta política de austeridad fue
el abandono de los apoyos a la pequeña agricultura en diversas partes del campo
brasileño. Uno de los espacios rurales más afectados fue el Cerrado brasileño,
donde la pequeña agricultura fue abandonada a su suerte y terminó por ceder sus
paisajes a la ganadería extensiva.
Siguió la apertura financiera y la desregulación
que impedía la penetración financiera de las grandes empresas que contaban con
fondos para otorgar crédito al campo. De este modo, la mayor parte del crédito
agrícola comenzó a ser proveído por las grandes empresas dedicadas a la
agricultura comercial. Las crisis recurrentes hicieron que muchas granjas
familiares quebraran y se intensificara la concentración de tierras. Esta
combinación de factores hizo que la inversión extranjera directa se convirtiera
en el motor más importante de la expansión del modelo de agricultura extensiva
comercial en varias regiones de Brasil. Y el conjunto de estas políticas aceleró
la destrucción del bosque amazónico.
Varias compañías trasnacionales aprovecharon la
coyuntura para adueñarse de grandes extensiones de tierra cultivadas para tener
mejor acceso a las materias primas de sus agronegocios. Las empresas más
viejas, como Bunge, Cargill y Dreyfus, reaccionaron expandiendo brutalmente sus
operaciones para protegerse de los nuevos competidores, como Archer Daniels
Midland. El control sobre la soya se convirtió en un terrible campo de batalla.
Muchas medianas y pequeñas empresas que producían
equipo y maquinaria agrícola fueron adquiridas por estos gigantes de la
agricultura comercial. Las comercializadoras también fueron absorbidas en este
torbellino de integración vertical, con lo que estas cuatro gigantescas
compañías terminaron controlando la producción primaria a través de esquemas de
agricultura por contrato.
Además, la desregulación en materia de organismos
genéticamente modificados y la eliminación de aranceles para las importaciones
de equipo y maquinaria agrícola completó el esquema para abrir todavía más las
puertas a la agricultura extensiva para soya (transgénica). Para 2006, Brasil
producía 58 millones de toneladas de soya (25 por ciento de la producción
mundial).
La presión de la agricultura comercial de
monocultivo desplazó la producción ganadera de los estados en el suroeste
brasileño. Y lo hizo hacia la Amazonia legal: el hato ganadero en los estados
de la región amazónica creció de manera espectacular y la producción ganadera
se consolidó como el motor más importante de la destrucción del bosque
amazónico. Alrededor de 80 por ciento de la deforestación en la Amazonia es el
resultado directo de la actividad ganadera que fue desplazada del suroeste
brasileño por la combinación de políticas económicas que hemos reseñado. Esa
matriz de política económica es parte del neoliberalismo.
El gobierno de Lula buscó dar rostro humano al
neoliberalismo sin cambiar su matriz productiva y prefirió descansar en los
precios altos que el superciclo de las materias primas le entregó durante su
administración. La deforestación se redujo, pero no concluyó. Hoy, este estado
de cosas ha empeorado bajo Bolsonaro: en mayo de este año se destruyeron más de
mil 800 kilómetros cuadrados de bosque amazónico, porque la retórica del
presidente brasileño apoya directamente la actividad destructiva de ganaderos,
empresas de agronegocios y madereras.
En la época clásica la floresta era vista como un
lugar oscuro y peligroso (es la selva oscura del Dante al comenzar la Divina
comedia). Pero en su Ciencia nueva, Giambattista Vico presenta a los
habitantes del bosque como los únicos que tienen la virtud de la moderación. Y
es que, en la aldea (la ciudad), circula un medio de pago que destruye no sólo
el tejido social, sino también la compleja matriz de la biodiversidad. Si Vico
pudiera ver el papel del sector financiero en este proceso de destrucción
escribiría un nuevo libro.
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