El gran desafío es cómo procesar la transición rumbo a un mundo
postcapitalista liberal, entendido como un sistema social que esté orientado
por el Bien Común de la Humanidad y de la Tierra, que sustente toda la vida y
que exprese una relación nueva de pertenencia y de sinergia con la naturaleza y
con la Tierra.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
La crisis del neoliberalismo ha alcanzado el
corazón de los países centrales que se arrogaban el derecho de conducir no solo
los procesos económico-financieros sino también el propio curso de la historia
humana. Es la crisis de la ideología política del estado mínimo y de las
privatizaciones de los bienes públicos, pero también del modo de producción
capitalista exacerbado en extremo por una concentración de poder como nunca
antes se había visto en la historia. Estimamos que esta crisis tiene carácter
sistémico y terminal.
El genio del capitalismo siempre ha encontrado salidas para su propósito
de acumulación ilimitada. Para eso ha usado todos los medios, inclusive la
guerra. Ganaba destruyendo y ganaba reconstruyendo. La crisis de 1929 se
resolvió no por la vía de la economía sino por la vía de la Segunda Guerra
Mundial. Ese recurso parece ahora impracticable, pues las guerras son tan
destructivas que podrían exterminar la vida humana y gran parte de la biosfera.
Pero no estamos seguros de que, en su insania, el capitalismo no use este
medio.
Esta vez surgen dos límites insuperables, lo que justifica decir que el
capitalismo está concluyendo su papel histórico. El primero es el mundo
lleno, es decir que el capitalismo ha ocupado todos los espacios para su
expansión a nivel planetario. El otro, verdaderamente insuperable son los límites
del planeta Tierra. Sus bienes y servicios son limitados y muchos no renovables.
En la última generación quemamos más recursos energéticos que en todas las
generaciones anteriores, nos asegura el analista italiano Luigi Soja. ¿Qué
haremos cuando estos alcancen un punto crítico o simplemente se agoten? La
escasez de agua potable puede poner a la humanidad frente a la destrucción de
millones de vidas.
Las regulaciones y los controles propuestos hasta ahora han sido
simplemente ignorados. La Comisión de la Naciones Unidas para la Crisis
Financiera y Monetaria Internacional, cuyo coordinador era el premio Nobel de
Economía Joseph Stiglitz (llamada Comisión Stiglitz) realizó un gran esfuerzo
desde enero de 2009 para presentar reformas intrasistémicas de cuño keynesiano.
En ella se proponía una reforma de los organismos financieros internacionales
(FMI, Banco Mundial) y de la OMC (Organización Mundial del Comercio). Se
preveía la creación de un Consejo de Coordinación Económica global del mismo
nivel que el Consejo de Seguridad, la constitución de un sistema de reservas
globales para contrapesar la hegemonía del dólar como moneda de referencia, la
institución de una fiscalización internacional, la abolición de los paraísos
fiscales y del secreto bancario y, por último, una reforma de las agencias de
certificación. Todo fue rechazado. La ONU aceptó solamente la constitución
permanente de un Grupo de Expertos de Prevención de las Crisis, al que nadie da
importancia, porque lo que realmente cuenta son las bolsas y la especulación
financiera.
Esta constatación decepcionante nos convence de que la lógica de este
sistema hegemónico puede hacer que el planeta no sea ya amigable para nosotros,
y llevarnos a catástrofes socio-ecológicas muy graves, hasta el punto de
amenazar nuestra civilización y la especie humana. Lo cierto es que este tipo
de capitalismo, que en la Río+20 se revistió de verde con el objetivo de poner
precio a todos los bienes y servicios naturales y comunes de la humanidad, no
tiene condiciones a medio ni a largo plazo para garantizar su hegemonía. Otra
forma de habitar el planeta Tierra y de utilizar sus bienes y servicios deberá
surgir.
El gran desafío es cómo procesar la transición rumbo a un mundo
postcapitalista liberal, entendido como un sistema social que esté orientado
por el Bien Común de la Humanidad y de la Tierra, que sustente toda la vida y
que exprese una relación nueva de pertenencia y de sinergia con la naturaleza y
con la Tierra.
Es necesario producir, pero respetando el alcance y los límites de cada
ecosistema, no meramente para acumular sino para atender, de forma suficiente y
decente, las demandas humanas. Es importante también cuidar de todas las formas
de vida y buscar el equilibrio social, sin dejar de pensar en las futuras
generaciones que tienen derecho a una Tierra preservada y habitable.
No cabe en este espacio lanzar alternativas en curso. Nos atenemos a lo
que es posible intrasistémicamente, ya que no hay como salir de él a corto
plazo.
Asistimos al hecho de que América Latina y Brasil, en la división
internacional del trabajo, están condenados a exportar lo que se extrae de sus
minas y commodities, bienes naturales como alimentos, granos y carnes.
Para hacer frente a este tipo de imposición deberíamos seguir los pasos ya
sugeridos por varios analistas, especialmente por un gran amigo de Brasil,
François Houtart, en su reciente libro con otros colaboradores: Un paradigma
poscapitalista: el Bien Común de la Humanidad (Panamá 2012).
En primer lugar, dentro del sistema luchar por
normas ecológicas y regulaciones internacionales que cuiden lo más posible los
bienes y servicios naturales importados de nuestros países; que traten de su
utilización de forma socialmente responsable y ecológicamente correcta. La soya
es para alimentar primero a la gente, y solo después a los animales.
En segundo lugar, cuidar nuestra autonomía,
rechazando el neocolonialismo de los países del Centro que nos mantienen, como
antaño, en la Periferia, subalternos, agregados y meros suplentes de lo que les
falta en bienes naturales. Antes, debemos cuidar de incorporar tecnologías que
den valor añadido a nuestros productos, crear innovaciones tecnológicas y
orientar la economía, primero, hacia el mercado interno y, luego, al externo.
En tercer lugar, exigir a los
países importadores que contaminen lo menos posible sus ambientes y que contribuyan
financieramente al cuidado y a la regeneración ecológica de los ecosistemas de
donde importan los bienes naturales, especialmente de la región amazónica y del
cerrado.
Se trata de reformas y todavía no de revoluciones. Pero ayudan a crear
las bases para proponer un paradigma distinto que no sea la prolongación del
actual, perverso y decadente.
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