En plena crisis está cobrando forma una clase
integrada por los más oprimidos, los del sótano, que van descubriéndose entre
sí y van develando los modos y formas de la opresión, hasta mostrar a la luz
pública a los expropiadores. Cuando los de abajo se atreven a gritarle a la
cara a los de arriba –nos enseña James C. Scott– es porque ha llegado el
momento de las grandes y contundentes acciones.
Raúl
Zibechi / LA
JORNADA
Militantes del Sindicato Andaluz de Trabajadores irrumpieron en supermercados para llevar alimentos a los comedores social afectados por los recortes. |
Las crisis suelen ser momentos de honda
creatividad colectiva que, en buena medida, consisten en ir más allá de lo
establecido, inventando formas de acción que superan las constricciones y los
límites que impone el sistema. La más importante, la que marca el límite que
los de arriba no están dispuestos a tolerar, es la acción colectiva y directa
para resolver problemas de la vida cotidiana: alimentación, vivienda, salud,
empleo y educación.
Los obreros organizados en el Sindicato
Andaluz de Trabajadores (SAT), en el sur de España, ingresaron el martes pasado
en grandes supermercados (Mercadona, Carrefour), llenaron carros con alimentos
y salieron a repartirlos en comedores sociales donde acuden desocupados e
inmigrantes. Desde hace 15 días el SAT mantiene ocupada una finca del Ejército
reclamando la cesión de tierras a los agricultores que estén pasando hambre.
En algunas zonas andaluzas, como la de Écija,
la desocupación trepa al 40 por ciento; hay familias que tienen a todos sus
integrantes desocupados y no perciben subsidios. En las grandes ciudades 35 por
ciento de las familias está por debajo de la línea de pobreza. Pese a ser una
organización pequeña, el SAT se inscribe en la historia de luchas protagonizada
por el Sindicato de Obreros del Campo (SOC), dirigido por el alcalde de
Marinaleda, y actual diputado por Izquierda Unida, Juan Manuel Sánchez
Gordillo.
En la década de 1980 tanto el SOC como
Comisiones Obreras impulsaron múltiples acciones por la reforma agraria, que
incluyeron ocupaciones de fincas, marchas, cortes de carreteras y de vías
férreas. La combatividad de este sector del pueblo andaluz se manifiesta ahora
en acciones que serán penalizadas por la justicia. En línea con la ética de
poner el cuerpo y no rehuir las represalias, Sánchez Gordillo dijo, luego de
participar en las acciones en supermercados, que estará “orgulloso de entrar en
la cárcel por este motivo, una y mil veces”.
Los que están dispuestos a criminalizar la
acción directa incluyen un amplio espectro que va desde el gobierno derechista
y los empresarios hasta la Unión Progresista de Fiscales, cuya portavoz dijo
que “si todo el mundo hiciera lo mismo, esto sería el fin de la convivencia
pacífica, se llevaría a cabo la ley de la selva”. La justicia no considera que
los banqueros que actuaron como delincuentes merezcan la cárcel. Defienden la
propiedad de los ricos, pero no la de los millones que han perdido sus
viviendas y sus empleos.
Una vez más han sido los activistas los que
han puesto las cosas en su lugar, frente a la avalancha mediática que juzga las
acciones de los pobres como “asaltos” y “saqueos” a los supermercados, como
apunta entre otros el diario El País. Los dirigentes del SAT, por el
contrario, defendieron ese tipo de acciones que buscan “expropiar a los
expropiadores, terratenientes, bancos y grandes superficies, que están ganando
dinero en plena crisis económica”.
Con los meses vamos asistiendo a un panorama
desolador: luchadores sociales procesados y banqueros en libertad. No importa
que los de abajo tomen los alimentos de forma pacífica ni que esos mismos
supermercados tiren a la basura toneladas de comida. Ahora ponen candados a los
contenedores de basura para que los hambrientos no tengan la osadía de tomar lo
que, en rigor, les pertenece. La lógica de la acumulación de capital no se
distrae con disquisiciones éticas ni morales, no sabe del dolor humano ni de
sufrimientos porque, precisamente, vive de ellos.
El paso dado por los miembros del SAT pone la
crisis en otro lugar. Abre las puertas a nuevas formas de acción que siempre
nacen en los márgenes, a contracorriente incluso de las izquierdas
establecidas, y permite a los afectados tomar la iniciativa dejando de ser
objetos pasivos de la caridad del Estado. En este punto tres aspectos merecen
destacarse.
El primero es que no importa el número, sino
la creatividad y la potencia. El SAT es una pequeña organización que se apoya
en la mejor historia de los jornaleros andaluces y muestra que aun grupos muy
pequeños pueden tomar la iniciativa, siendo audaces y valientes, para modificar
de ese modo la rutina de la acción colectiva. Lo que un día parece subversión y
espanta, con el tiempo se torna normal y resulta aceptado. El cambio siempre
empieza siendo local, para luego volverse general.
El segundo, consiste en la legitimidad de las
acciones, mucho más que en su legalidad. Si los de abajo no somos capaces de ir
más allá de lo establecido, no hay cambios posibles. Eso supone correr riesgos,
asumir la respuesta violenta y la posibilidad de pagar con cárcel la lucha por
la justicia social. Siempre ha sido así. Hace apenas 30 años el aborto era
ilegal en el Estado Español, hasta que pequeños grupos de feministas dieron el
paso de hacer abortos, y de abortar, desafiando las restricciones legales y las
represalias. Ninguna conquista es gratuita.
Por último, es mediante este tipo de acciones
como los sectores populares se convierten en sujetos de su destino. Cuando los
de abajo toman la vida cotidiana en sus manos están forjando poderes
contrahegemónicos, locales primero, pero que pueden expandirse e
inevitablemente terminan desafiando a los poderes estatales del arriba. Las
clases sólo existen en situaciones de conflicto y eso supone dos partes, como
señala Immanuel Wallerstein: “Puede no haber ninguna clase, aunque esto es raro
y transitorio. Puede haber una, y esto es lo más común. Puede haber dos, y esto
es de lo más explosivo” (El moderno sistema mundial, Siglo XXI, tomo I,
p. 495).
De eso se trata. En plena crisis está cobrando
forma una clase integrada por los más oprimidos, los del sótano, que van
descubriéndose entre sí y van develando los modos y formas de la opresión,
hasta mostrar a la luz pública a los expropiadores. Cuando esto sucede, cuando
los de abajo se atreven a gritarle a la cara a los de arriba –nos enseña James
C. Scott– es porque ha llegado el momento de las grandes y contundentes
acciones, esas que no tienen marcha atrás.
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