La digna y contundente
denuncia del presidente Correa a la brutal amenaza británica contra la embajada
ecuatoriana en Londres y la inmediata y firme solidaridad recibida de la ALBA y
la UNASUR demuestran que América Latina y el Caribe, otrora traspatio yanqui,
es hoy la región más independiente del planeta. Sin estas actitudes, quién
puede asegurar que el asalto a la sede diplomática no se hubiera consumado en
cuestión de horas.
Ángel Guerra Cabrera / LA JORNADA
Rafael Correa, presidente de Ecuador. |
No es extraño que el
presidente Rafael Correa, solidario con las causas justas de este mundo, haya
decidido conceder asilo a Julian Assange. Concurre, además, un hecho que los
identifica especialmente. Al igual que el fundador de Wikileaks a escala
global, el gobierno de Ecuador, sometido a una lluvia de calumnias mediáticas,
trabaja incansablemente en su país por la democratización de los medios de
información y rechaza la práctica usual de sus dueños de impedir el derecho
ciudadano a una información veraz, plural y no manipulada. Quito ha aprobado
incluso una ley ejemplar al respecto.
No fue una decisión
festinada. La cancillería ecuatoriana ha hecho su trabajo concienzuda, discreta
y prudentemente. Tan pronto Assange ingresó y pidió asilo en su sede
diplomática en la capital británica, inició consultas con los países
involucrados. De Estocolmo no recibió las debidas garantías de que en caso que
el periodista decidiera comparecer voluntariamente ante la fiscalía sueca –como
ha dicho que es su disposición– no fuera luego extraditado a Estados Unidos.
Tampoco obtuvo respuesta de Washington a la crucial pregunta de si en esa
hipótesis se proponía pedir la extradición del comunicador australiano. Ante
una solicitud de asilo, son gestiones propias de un gobierno celoso de su
soberanía, respetuoso de ese derecho y, en general, de los derechos humanos.
Por ello Quito probablemente sopesará el historial de tratos crueles, inhumanos
y degradantes en que ha incurrido Washington contra quienes considera sus
enemigos, como los que recibe el soldado Bradley Manning, acusado de entregar
información a Wikileaks, sin olvidar las escandalosas torturas en sus
centros ilegales de detención.
Es natural que un Estado que sienta la enorme
responsabilidad de proteger la integridad física de un perseguido político tome
precauciones para evitar que caiga en manos de Estados Unidos. Mucho más
tratándose de Assange, odiado por Washington por haber puesto al desnudo el
incremento de sus tradicionales acciones injerencistas, guerreristas y
desestabilizadoras en el mundo entero. Apenas se habla de eso por las vestales de
la libertad de prensa pero nada menos que por orden presidencial, la potencia
del norte, mediante sus famosos drones y otros medios, asesina
diariamente personas alrededor del globo –en muchos casos niños ancianos,
mujeres– sin que medie proceso legal alguno y por la simple sospecha de que
podrían ser terroristas.
La digna y contundente
denuncia del presidente Correa a la brutal amenaza británica contra la embajada
ecuatoriana en Londres y la inmediata y firme solidaridad recibida de la ALBA y
la UNASUR demuestran que América Latina y el Caribe, otrora traspatio yanqui,
es hoy la región más independiente del planeta. Sin estas actitudes, quién
puede asegurar que el asalto a la sede diplomática no se hubiera consumado en
cuestión de horas.
Con ellas se constata una
vez más la posibilidad y el deber de rechazar la imposición de la nueva tiranía
mundial imperialista. De impedir un aventurerismo y un descaro aún mayores en
el inventario de crímenes contra la paz y el derecho internacional que desde el
11/S de 2001 vienen acumulando Estados Unidos y sus aliados más cercanos, el
Reino Unido e Israel en especial. No cabe duda que es Washington el que ha
estado todo el tiempo tirando de los hilos que llevaron a Suecia a levantar la
ridícula acusación de abuso sexual contra el comunicador australiano y a pedir
su extradición al Reino Unido, como más tarde a éste a adoptar una actitud
francamente gangsteril contra Ecuador. La fiscal sueca que conoció primero la
denuncia de las supuestas ofendidas no encontró méritos a la acusación y
archivó el caso. Fue más tarde que extrañamente una instancia superior decidió
desempolvarlo. Es muy revelador que una de las acusadoras de Assange sea una
activista contra la revolución cubana y diligente activista de la base
subversiva contra la isla establecida por la CIA en ese país.
Ecuador ha reiterado su
voluntad de reanudar el diálogo como vía para solucionar el conflicto con las
autoridades británicas, aspecto en el que ha insistido la UNASUR. Pero antes
pide que el Reino Unido retire la amenaza, conducta elemental de parte de un
país que valora su soberanía. A la postre, serán las gestiones diplomáticas
combinadas con una gran movilización internacional solidaria las que consigan
liberar a Julian Assange de esta injusta situación.
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