Comienza una nueva y decisiva etapa, en donde a un conjunto de países
sudamericanos grandes productores de alimentos -y, en los casos de Argentina y
Brasil, poseedores de una importante base industrial y significativas riquezas
mineras- se le agrega la mayor potencia petrolera del planeta: Venezuela.
Atilio
A. Borón / Para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
En el día de ayer [31 de julio] se ratificó en Brasilia el ingreso de
Venezuela al Mercosur. De este modo el bloque comercial sudamericano se refuerza
tanto cuantitativa como cualitativamente. Lo primero, porque agrega a un nuevo
socio con un producto bruto estimado -por el World Economic Outlook del FMI en paridad de poder adquisitivo- en 397.000 millones de dólares. Es decir, se agrega una
economía de un tamaño ligeramente superior a la de Suecia. El Mercosur
agrandado cuenta ahora con un producto interno bruto total de 3.635.000
millones de dólares, lo que lo convierte en la quinta economía del mundo, sólo
superado por Estados Unidos, China, India y Japón, y claramente por encima de
la locomotora europea, Alemania.[i]
Cualitativamente hablando la incorporación de Venezuela significa
integrar a un país que, según el último anuario de la OPEP, dispone de las
mayores reservas certificadas de petróleo del mundo, habiendo desplazado de ese
sitial a quien lo ocupara por varias décadas: Arabia Saudita.[ii] Además, desde el punto de
vista de la complementación económica de sus partes el Mercosur luce como un
espacio económico mucho más armónico y equilibrado que la Unión Europea, cuya
fragilidad energética constituye su
insanable talón de Aquiles y una fuente permanente de dependencia
externa.
Comienza, por lo tanto, una nueva y decisiva etapa, en donde a un
conjunto de países sudamericanos grandes productores de alimentos -y, en los
casos de Argentina y Brasil, poseedores de una importante base industrial y
significativas riquezas mineras- se le agrega la mayor potencia petrolera del
planeta. En un contexto de crisis mundial como el actual y ante las políticas proteccionistas
que cada vez con más fuerza adoptan los
gobiernos del centro capitalista, la integración de los países del Mercosur es
la única salvaguarda que les permitirá resistir los embates de la crisis
mundial del capitalismo o al menos amortiguar su impacto.
No hace falta demasiado esfuerzo para comprobar las proyecciones que
puede llegar a tener este Mercosur “recargado.” Si los gobiernos de la región
diseñan mecanismos flexibles y eficaces para sacar partido de esta enorme
potencialidad económica y si, al mismo tiempo, se resuelven las asignaturas
pendientes de los acuerdos que originaran al Mercosur –la Declaración de Foz de
Iguazú firmada por Raúl Alfonsín y José Sarney en 1985 y, años después, el
Tratado de Asunción, fechado en 1991- y que reflejaran la hegemonía ideológica
del neoliberalismo en aquellos años, el futuro económico de nuestros países
puede ser muy promisorio. Un componente fundamental de esta nueva etapa debe
ser, sin duda, el fortalecimiento de los “otros mercosures”: el social, el
laboral, el educativo, para no mencionar sino aquellos que han suscitado,
precisamente por su ausencia, los mayores y más sostenidos reclamos. Esto le
otorgará a los movimientos sociales y las fuerzas políticas populares una
oportunidad inmejorable para hacer oír sus demandas y presionar efectivamente a
los gobiernos para que adopten sin más dilaciones las políticas necesarias para
que el Mercosur deje de ser un acuerdo pensado para ampliar los mercados y
reducir los costos operativos de las grandes empresas, y se convierta en un
proyecto de integración al servicio de los pueblos.
Pese a la importancia de las anteriores consideraciones la
significación fundamental del ingreso de Venezuela al Mercosur radica en otra
parte. El aislamiento de ese país y su conversión en un estado paria era el
objetivo estratégico número uno de Estados Unidos luego de la derrota del ALCA
en Mar del Plata. La campaña para asegurar el logro de esa meta no reparó en
escrúpulo alguno, y toda la artillería mediática, política y económica del
imperialismo se descargó sobre la república bolivariana con el propósito de
construir la imagen de un Chávez dictatorial, pese a que como correctamente lo
señala Ignacio Ramonet, se sometió trece
veces al veredicto de las urnas, ganando en doce ocasiones por amplio margen y
perdiendo tan sólo una vez, por menos del 0.5 % en el referéndum del 2 de
Diciembre de 2007 sobre un complejo proyecto de reforma constitucional. Derrota
que fue de inmediato reconocida por Chávez y que como en todas las demás
elecciones contó con la presencia de “misiones de observadores enviadas por las
instituciones internacionales más exigentes (ONU, Unión Europea, Centro Carter,
etc.)” que avalaron con su presencia la legitimidad y legalidad del proceso
electoral.[iii] Como si lo anterior
fuera poco hay que decir también que con Chávez se incorpora al núcleo de los
gobernantes del Mercosur al principal estratega y “mariscal de campo” de la
lucha antimperialista en Latinoamérica. El otro, que no puede hacerlo por
razones obvias, es Fidel.
El senado paraguayo se había prestado a ese juego, a cambio de una
jugosa recompensa para sus tribunos, pero el golpe de estado perpetrado entre
gallos y medianoche contra Fernando Lugo desbarató, para estupefacción de
Washington, los planes del imperio. La Casa Blanca no tomó nota que las épocas
en que sus deseos eran órdenes había sido definitivamente superada y jamás
pensó que los gobernantes de Argentina, Brasil y Uruguay iban a tener la osadía
de aprovechar la suspensión de Paraguay ocasionada por la violación de la
cláusula democrática del Mercosur para poner fin a una absurda espera de seis
años. Desde el punto de vista geopolítico la inclusión de Venezuela en el
Mercosur es, y conviene reparar en esto,
la mayor derrota sufrida por la diplomacia estadounidense desde el
descalabro del ALCA.
Tal como lo recordara hace pocos días Samuel Pinheiro Guimaraes, quien
hasta hace un mes se desempeñara como Alto Representante del Mercosur, las
inesperadas consecuencias del golpe en Paraguay tendrán perdurables e
importantes efectos. [iv] En primer lugar, porque
de aquí en más será mucho más difícil y costoso orquestar un golpe de estado
contra un Chávez protegido institucionalmente por la normativa del Mercosur,
entre ellas la cláusula democrática recientemente violada en Asunción. Será
también mucho más complicado para un país como Estados Unidos, insaciable
consumidor de petróleo, tratar de
apropiarse de la riqueza hidrocarburífera venezolana a la vez que mucho
más atractivo para los demás países sudamericanos integrarse cuanto antes a un
rico espacio económico que se extiende sin discontinuidades desde Tierra del
Fuego hasta el Mar Caribe. Por último, será mucho más difícil para Washington
tratar de rearmar el esquema de “libre comercio” desechado con la derrota del
ALCA. En suma, hay fundados motivos para el regocijo: ayer, en la futurista
Brasilia, los sueños integracionistas de Bolívar, Artigas y San Martín dieron
un gran paso hacia adelante.
NOTAS:
[ii] OPEP, Annual Statistical Bulletin 2010-2011 (Viena: OPEP), 2011, p.
22.
[iii] Ignacio Ramonet, “Chávez en Campaña”, Le Monde Diplomatique en Español,
Agosto 2012, pg. 1.
[iv] Samuel Pinheiro Guimaraes, “Estados Unidos, Venezuela y Paraguay”, en América
Latina en Movimiento, 17 de Julio de 2012. http://www.alainet.org/active/56566
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